"ANDALUCÍA // TRES AÑOS DESPUÉS DE LA APROBACIÓN DE LA LEY ""ANTIBOTELLONA"""
Y la calle se nos fue...

Pese a la fuerza de la vida de calle en Andalucía, las políticas públicas han logrado
modificar, sin grandes conflictos y en pocos años, los usos de los espacios públicos.

19/11/09 · 0:00
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Pasada la media noche las
calles y plazas de Sevilla
van quedando desiertas. No
queda nadie, ya que las rondas
de la policía no permiten detenerse.
Se ha de circular. En tiempos
la ciudad hervía, ahora hay grupos
dispersos vagando sin posibilidad de
confluencia. Los más, agotan resquicios
escondiéndose en callejones y
soportales por el centro de la ciudad,
se apiñan en locales no acondicionados
y con horas de cierre inauditas
o salen por los territorios baldíos
de las periferias. ¿Cómo hemos llegado
hasta aquí?

Hace tres años, el Parlamento de
Andalucía aprobó la Ley sobre potestades
administrativas en materia
de determinadas actividades de ocio
en los espacios abiertos de los municipios
de Andalucía. Era una ley clonada
de otras que, como un virus, se
propagan cerrando los intersticios
de nuestro sistema de libertades y
derechos. Se presentó al vulgo como
respuesta a “la botellona”, que llevaba
un tiempo siendo el agujero en el
saco de las pequeñas preocupaciones
ciudadanas: ebriedad, drogadicción,
disolución de la moral y las
buenas costumbres, falta de autoridad,
quiebra de valores, fallo de las
instituciones de socialización, contaminación,
vandalismo, desorden público,
inseguridad ciudadana o deterioro
crítico de la convivencia entre
un largo etcétera. Este “problema”
venía arrastrándose legislatura tras
legislatura, siendo una singular herramienta
de gobierno pues servía,
entre otras aplicaciones, como piedra
de toque para una gestión eminentemente
securitaria de la fiesta y
la vida en la calle. Pero ya entonces,
en la entrada del invierno del año
2006, las problemáticas implicadas
bajo ‘la botellona’ estaban en trance
de desactivarse, gracias al éxito de
las políticas represivas. La ley no vino
sino a celebrarlo y sellar el terreno
conquistado. Para saber de qué
hablamos, baste su artículo 3. “Prohibiciones.
a) La permanencia y concentración
de personas que se
encuentren consumiendo bebidas o
realizando otras actividades que
pongan en peligro la pacífica convivencia
ciudadana fuera de las zonas
que el Ayuntamiento haya establecido
como permitidas”. Únicamente
por medio de su aplicación conoceremos
hasta dónde llega la ley, y cuáles
son esas “actividades” peligrosas.

Dinámicas heredadas

En otros territorios del Estado se
habían restringido los encuentros
interpersonales en los espacios públicos

y encauzado ciertos fenómenos
tumultuosos, pero en Andalucía
la fuerza de la vida de calle
constituyó un ejemplar desafío para
las autoridades, siendo tan modélica
su actuación como restrictiva
la ley, que sobresale por ello entre
las normativas análogas.

Hasta 2006, la Junta de Andalucía
se había negado a prohibir “el consumo
de alcohol en la calle”, medida
propia de una autoritaria derecha.
La vía trazada era otra –modificaciones
de la Ley de Drogas y la Ley de
Espectáculos Públicos–, y daba buenos
frutos. Pero las dinámicas heredadas
–tras cada fin de semana teníamos
el mismo espectáculo representado
por un reaccionario movimiento
ciudadano, vigilantes medios
de comunicación, la oposición política
de turno y la autoridad, compitiendo
unos y otros por mostrarse
los más firmes– impidieron que “la
botellona” desapareciese del debate
público. El PSOE y la Junta de Andalucía,
ante un asunto que, reducido a
su mínima expresión no debería ser
difícil de erradicar, calibraron positivamente
la rentabilidad de abandonar
anteriores posiciones antiprohibicionistas
y de dar unos pasos más.

El momento llegó con la insólita
jornada del 17 de marzo de 2006,
cuando fue alentada desde los medios
de comunicación una competición
a escala estatal por la mayor
“macrobotellona”. Ante la inducida
alarma social, el sentido común
aprobaría cualquier medida: el grueso
del trabajo estaba hecho, años
apuntando en la misma dirección.
Salvando el revuelo orquestado, fue
un viernes cualquiera, los jóvenes
salieron de marcha. Allí donde estaban
prohibidos estos agrupamientos
en los espacios públicos la ocasión
cobraba especial significación, pero
únicamente en Barcelona y Zaragoza
se dieron los previstos enfrentamientos
con las fuerzas de seguridad,
protagonizados en los medios
de comunicación por jóvenes “radicales”.
Se confirmaba la gravedad
de la amenaza contenida en “la macrobotellona”
y la necesidad de ajustes.
El Parlamento andaluz, por su
parte, comenzó a tramitar por vía de
urgencia una nueva ley.

Saldría sin obstáculo alguno seis
meses después. El grupo parlamentario
de IU llamó a la desobediencia
civil el mismo día de su aprobación,
pero para su posterior aplicación en
los municipios será preciso su concurso.
Todos festejaban el anuncio
de la solución final ¿Y los directamente
implicados, “los jóvenes”?
Pese a lo arraigado de los modos de
estar en la calle puestos en la picota,
no se dieron incidentes dignos de
mención, más allá de los repetidos
excesos cometidos por las fuerzas
de seguridad. Solamente se enfrentaron
a la ley quienes tenían una trayectoria
de lucha, un porcentaje
mínimo entre los jóvenes pero que
podían haber sido el necesario catalizador.
No lo fueron. El sector de la
juventud más politizado se había
mantenido al margen, mientras los
más fueron, año tras año, acosados
en sus espacios y tiempos de ocio.
Los primeros no intervinieron porque
eran sus modos de esparcimiento
distintos y porque, resumiendo,
no tenían nada que ver los unos con
los otros. Cuando, con la aprobación
de la ley llega la definitiva torsión legal
y una ofensiva policial sin precedentes,
tomaron conciencia de
cuánto estaba en juego pero ya con
la partida prácticamente perdida. Se
constituyen asambleas y plataformas
en defensa del espacio público,
ejecutando las habituales escenificaciones
de la protesta, las “reclamaciones
de la calle” que palidecen
ante la envergadura de las anteriores
subversiones callejeras que se
registraban espontáneamente cada
fin de semana. Nunca se pretendió
la movilización del grueso de la juventud,
“niñatos de la botellona”, pero
¿hubiera sido posible? La oportunidad
se perdió, y al poco hubo que
hacer frente al siguiente recorte de
libertades, de unas movidas pasamos
a otras, son tiempos oscuros.
La ley llegó cuando estábamos
maduros, tras años de calculado trabajo,
para otra vuelta de tuerca más.
Lo relevante no es ni sus detonantes,
ni el cuerpo legal existente
ni los cambios que son introducidos,
sino que hay que recordar,
una vez más, que casi todo debe ser
perseguido y que se puede ir tensando
a la población llevándola al
máximo de represión que en cada
momento pueda soportar.

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