Las hijas gemelas de Ana Cano Peña nacieron en la maternidad de O’Donnell. Pasados unos días le dijeron que una de ellas, la que no necesitaba incubadora, había muerto. Ahora sospecha que esa hija fue robada.

Ana Rivero Cano, nacida el 31 de diciembre de 1965, busca a su hermana gemela supuestamente muerta en el hospital de O’Donnell. “Me dijeron que la gemela había muerto de un paro cardíaco. De las dos niñas que nacieron era la que estaba sana. Ahora la gemela que me dijeron que no iba a vivir, ha pedido la partida de defunción de su hermana en el registro civil. En el documento figura que la niña murió por otitis”, dice la madre de las gemelas, Ana Cano Peña, de Getafe, Madrid, que ahora cuenta con 66 años.
“Yo estaba embarazada de siete meses, me caí y me puse de parto. Ingresé en la maternidad de O’Donnell y al día siguiente, el 31 de diciembre de 1965 nació una niña, y sin apenas recuperarme, me vinieron dolores de parto otra vez y nació otra. No sabía que venían gemelas, antes, hasta los siete meses no te mandaban al hospital”, recuerda Ana.
"Sin apenas verlas se las llevaron corriendo, “no me dejaron tenerlas en mis brazos. La primera gemela –Monserrat Rivero Cano– pesó 2,700 kilos, esta hija no la metieron en la incubadora, me aseguraron que estaba sana. La segunda gemela –Ana Rivero Cano– pesó 1,5 kg, me decían que se moría y la metieron en la incubadora. Yo tenía 21 años”.
Cuenta que en el parto fue atendida por una comadrona y varias enfermeras. “En las habitaciones de O’Donnell había muchas monjas. Recuerdo que me repetían: ‘Mira que esta chica tan joven y ya con tres criaturas’”, dice Ana.
“Tras el parto, cuando me pude levantar, fui a verlas. La primera, Montserrat, estaba en una cunita y me la iban a dar. La otra, Ana, estaba en la incubadora. La mayor, la que estaba sanita, nunca me dejaron cogerla, tampoco me la llevaron a la cama. Me dieron el alta y todos los días iba a llevar la leche, la entregaba y sólo la veía a través de los cristales. No entendía por qué no podía cogerla yo”, se preguntaba la madre.
Cuando las gemelas cumplieron 16 días, llegó como todos los días con la leche a la maternidad de O’Donnell. La cunita de la niña sana estaba vacía. “Salió una enfermera y con una frialdad muy grande me dijo: ‘la niña ha muerto de un paro cardiaco’”. Ana explica que se quedó paralizada, se puso a llorar y nadie la consoló. “Le dije que me enseñaran el cuerpo de mi hija. La enfermera muy brusca me dijo que eso no podía ser, que la habían llevado abajo: ‘Cuando venga su marido’, me contestó”. Esta madre asegura que como no tenían dinero les convencieron de que era mejor que el hospital se encargara del entierro.
“En mi corazón y en mi mente nunca ha entrado que esa niña muriera. Cuando vi el programa de Paco Lobatón, ¿Quién Sabe Dónde? (1996), empecé a sospechar del todo. Escuché que en O’Donnell se llevaban los ataúdes de los niños vacíos. De nuevo, pregunté a mi marido: pero... ¿tú viste a la niña? Me confesó que no. Dijo que me había dicho que sí esos días para que yo estuviera tranquila”. Su marido murió hace unos años. Ana, ahora quiere conocer la verdad.
Muerte por otitis
Sus hijas están investigando y ya cuentan con varios documentos donde los datos no cuadran. Aún les queda averiguar qué médicos firmaron la defunción. En el diagnóstico de la partida de defunción del registro civil figura que la niña murió por otitis, la firma “el director del establecimiento”, entonces el ginecólogo José Botella Llusía dirigía la maternidad. Nada más. Da fe del documento un encargado, Francisco Fernández Jardón Santa Eulalia y un secretario, Pedro Herranz Martínez.
La cuarta hija de Ana, nacida unos años después, lleva el nombre de la gemela que supuestamente murió, Montserrat. Ella ha ido al cementerio y no ha encontrado el nicho donde figura el enterramiento: “Me dicen que sacaron los restos. Pero ¿a quién le comunicaron eso?”. No creo que un hospital pague un entierro, una caja y una sepultura, menos en esos años. Eso cuesta dinero”.
Niños robados
“Llevo años dándole vueltas. No me dejaron tener a mi hija en brazos, ni siquiera darle un beso, para que no le cogiera cariño, porque ya la tenían apalabrada”, apunta esta madre. “No quiero morirme sin saber si mi hija está viva. No quiero meterme en su vida, sólo quiero abrazarla. Que sepa que tiene una familia que la quiere”.
Ana Rivero Cano, la otra gemela, que estuvo en la incubadora casi dos meses, ahora mide 1,72 m. No tiene ningún problema de salud. También quiere saber qué pasó con su hermana. Espera que sus rasgos físicos le ayuden: una voz un poco ronca, una nariz pronunciada y las manos muy alargadas. La dependienta de una panadería le aseguró que había conocido a una chica idéntica que vivía en La Moraleja y era hija de un constructor. No tiene más datos.
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