Evolución de los partidos catalanes de izquierda ante la cuestión del Estado propio
Retrato de izquierda federalista con independentistas al fondo

El independentismo ha perdido el carácter minoritario que históricamente había tenido para convertirse en una opción que avanza entre la izquierda federalista.

, Redacción Asturies
30/11/12 · 10:08
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A finales del siglo XIX Barcelona era uno de los principales bastiones en España del republicanismo federal, que tenía un gran predicamento ente los obreros, artesanos y capas populares. La hegemonía del catalanismo conservador, a partir de la primera década del siglo XX, llevaría al alejamiento de una buena parte del movimiento obrero catalán de unas reivindicaciones como la autonomía e incluso la defensa de la lengua catalana, que eran vistas por muchos anarcosindicalistas y socialistas como una distracción para el proletariado, y asunto menor que sólo preocupaba a los burgueses de la Lliga Regionalista.

El Republicanismo catalanista

Serían el centralismo de la dictadura de Primo de Rivera y su campaña de “españolización” los que produjeron como reacción el crecimiento del republicanismo catalanista y los primeros brotes de separatismo. La lucha contra la dictadura lograría reunir en Catalunya a separatistas, federalistas y autonomistas, en torno a las siglas de Esquerra Republicana de Catalunya, y al liderazgo carismático de Francesc Macía y Lluis Companys. Coaligada con la Unió Socialista de Catalunya, Esquerra arrasaría en las elecciones de 1931.

La derecha catalanista pagaba así cara su complicidad con la dictadura y la monarquía de Alfonso XIII. Por primera vez la izquierda catalanista, apoyada electoralmente en las clases medias y populares catalanas, lograba desbancar a la hasta entonces hegemónica Lliga.

El Gobierno de la República reaccionaría restableciendo en abril de 1931 la histórica Generalitat catalana y concediendo en septiembre de 1932 la autonomía a Catalunya. Pese a que Esquerra no lograba el objetivo más ambicioso de establecer una República catalana dentro de una República Federal de España, la Generalitat y la autonomía fueron consideradas en aquel momento por la gran mayoría del catalanismo como conquistas históricas sin precedentes. Tan sólo los minoritarios grupos comunistas criticaron por insuficiente lo conseguido y siguieron reclamando una República catalana libremente federada a los demás pueblos ibéricos.

La ofensiva de las derechas españolas en el bienio conservador (1933-1935) contra la autonomía catalana, y el alzamiento militar de julio de 1936, también apoyado por la burguesía catalanista, contribuirían como reacción a aumentar la identificación emocional de las izquierdas catalanas con el amenazado autogobierno. La autonomía catalana se convertiría en una bandera más del antifascismo catalán, desde Esquerra al recién nacido PSUC, resultado de la confluencia en julio de 1936 de socialistas, comunistas y nacionalistas de izquierdas, pasando por la CNT, la organización que tradicionalmente había tenido una menor sensibilidad catalanista.

De la Asamblea de ​Catalunya al “pujolismo”

Durante el Franquismo, el PSUC se convertiría en la principal fuerza de la oposición democrática. La organización de los comunistas catalanes, vinculada al PCE, pero definida a la vez como partido nacional catalán, lograría construir en 1971, con la formación de la Asamblea de Catalunya, un frente amplio de todo el antifranquismo social, político y cultural catalán en torno a tres puntos: libertad, amnistía y estatuto de autonomía.

El PSUC, a pesar de defender el derecho de autodeterminación, y una relación federal de Catalunya con el resto de España, consideraba que el Estatuto de 1932 podía ser un mínimo asumible por toda la oposición catalana y española. El PSUC, con gran fuerza social gracias a su activa participación en las clandestinas CC OO, en el movimiento estudiantil y en el movimiento vecinal, entre los obreros catalanes y los inmigrados desde la España rural, pero también entre la intelectualidad y la clase media catalana, trataría de ser un punto de encuentro entre las clases populares autóctonas e inmigrantes, evitando choques que pudieran dividir la fuerza de la izquierda y tratando de contrarrestar tanto cualquier tendencia nacionalista xenófoba en los primeros, como una incomprensión de las demandas catalanistas en los segundos.

Por ejemplo, con respecto a la recuperación y enseñanza del catalán, el PSUC defendería una “catalanización” paulatina de la sociedad, que respetase el bilingüismo de Catalunya, pero sin por ello renunciar al objetivo último de la plena recuperación del catalán como lengua prioritaria. Las posiciones del PSUC con respecto a la cuestión nacional, así como las relaciones federales con el PCE, influirían decisivamente en los socialistas catalanes, y en la formación a partir de las diferentes corrientes del socialismo catalán, de un PSC autónomo, pero federado al PSOE. En aquel momento ambos partidos defendían el derecho a la autodeterminación, si bien en la Transición ambas formaciones renunciarían a él en aras del consenso constitucional.

En las elecciones de junio de 1977 socialistas y comunistas obtendrían una amplia victoria que volvería a repetirse en 1979. En aquel momento Catalunya y catalanismo eran sinónimo de izquierda. No sería hasta las primeras elecciones al Parlament de Catalunya, en 1980, cuando Jordi Pujol y CiU, hasta entonces la cuarta fuerza política, lograsen una inesperada victoria, al lograr concentrar todos los votos conservadores y el generoso apoyo de la patronal catalana, alarmada ante una victoria del PSC y el PSUC que se daba por segura.

Retornaba la hegemonía del nacionalismo conservador, que tendría dos décadas decisivas para construir una Generalitat a su imagen y semejanza, y para asimilar la imagen exterior de Catalunya a la del president Pujol.

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CUP. Asamblea Nacional de Candidatura d’Unitat Popular el pasado 16 de octubre. / Albert García
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