De todos es percibido el papel
de ‘cancerbero’ ideológico
que se adscribe el diario
El País hacia todo el
que se sale de la foto neoliberal en
América Latina. En algunos casos su
fundamento le ha llevado a extremos
esperpénticos. Como cuando aplaudieron
el golpe de Estado contra
Chávez en abril del año 2002. El líder
golpista fue calificado “un hombre
tranquilo”, los militares leales a las
instituciones, como “focos aislados
de insurrección castrense” y los venezolanos
De todos es percibido el papel
de ‘cancerbero’ ideológico
que se adscribe el diario
El País hacia todo el
que se sale de la foto neoliberal en
América Latina. En algunos casos su
fundamento le ha llevado a extremos
esperpénticos. Como cuando aplaudieron
el golpe de Estado contra
Chávez en abril del año 2002. El líder
golpista fue calificado “un hombre
tranquilo”, los militares leales a las
instituciones, como “focos aislados
de insurrección castrense” y los venezolanos
que se indignaron y reclamaron
la vuelta de su presidente
constitucional eran denominados
“manifestantes desquiciados”.
El estilo se ha mantenido constante
y así en marzo fueron publicados
dos textos de opinión de Norman
Gall, miembro del consejo editorial
de Foreign Policy en español.
Además de repletos de falsedades,
no tenían ningún mérito periodístico
hasta el punto de que habían sido incluso
ya publicados varios meses antes
en un periódico regional brasileño.
El ridículo fue tan grande que el
propio diario madrileño decidió renunciar
a publicar un tercer texto
que integraba la serie.
El decreto de nacionalización de
Evo Morales encendió las alarmas
del ‘cancerbero’ y ya su editorial
del día siguiente componía el eje
del mal que se ocultaba tras la decisión:
“Evo Morales ha dado este paso
a la vuelta de La Habana, donde
ha constituido con Fidel Castro
y Hugo Chávez el Tratado de Comercio
de los Pueblos”.
Pero no hay nada de ideológico detrás
de los exabruptos de El País. Se
trata sólo de cuestión de dinero, el
diario utiliza su poder como arma para
presionar y chantajear a quienes
se enfrentan a su empresa editora,
Prisa, y su emporio económico en
América Latina. Hay muchos negocios
detrás: periódicos en Bolivia, cadenas
de televisión en otros países,
editoriales en toda América Latina,
jugosos contratos gubernamentales
para la distribución de libros de texto,
créditos españoles al desarrollo
que se convierten en contratos para
esta empresa e incluso canjes de deuda
externa que se anuncian como
condonaciones y que acaban en
magníficos negocios.
Un ministro díscolo me preguntó
que deberían hacer para que El País
no les tratara como lo hacía e informase
de la verdad. Se lo expliqué
muy claro: denle una licencia de televisión
a esa empresa, compren los libros
de sus editoriales para las escuelas
de su país, privaticen sus servicios
eléctricos, de telefonía, de distribución
de agua y transportes, preferiblemente
a empresas donde
posea Prisa parte del accionariado,
premien en su ministerio de Cultura
a sus columnistas y autores de sus
editoriales y dejarán de ver un editorial
miserable en el diario.
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