El 25 de agosto de
1936, ocho vecinos
de Arándiga fueron
asesinados por la
Guardia Civil. El 15
de noviembre sus
familiares y su pueblo
pudieron finalmente
inhumar sus restos en
un emotivo homenaje.
Durante la República, Arándiga
(Zaragoza) contaba con 1.500
habitantes y, al igual que en el
resto del país, la pobreza y la
desigualdad eran notorias. Sin
embargo, la penetración de las
ideas socialistas en el pueblo favoreció
la constitución del sindicato
UGT, cuyos militantes tenían
que enfrentarse a una realidad
de explotación y opresión,
lo que polarizó el pueblo entre
socialistas y derechistas.
La victoria del Frente Popular
en febrero de 1936 permitió la
constitución de un Ayuntamiento
socialista y la puesta en marcha
de un programa de transformación
social. Entre las numerosas
medidas tomadas, destaca la
puesta en marcha de la bolsa de
trabajo para regular la oferta y
demanda de empleo, que permitía
repartir el trabajo entre aquellos
que más lo necesitasen y
desposeía a los caciques de una
importante herramienta de control
sobre el pueblo. La aplicación
de la reforma agraria, recogida
en la Constitución, fue otra
medida destacada.
El golpe de Estado de 1936 y la
consiguiente planificación del exterminio
de toda la izquierda permitió
a la derecha local recuperar
el poder en el pueblo, eliminando
todo vestigio de resistencia y de
organización obrera. Ocho vecinos
–todos militantes de UGT y
cuatro de ellos miembros del
Ayuntamiento– fueron asesinados
y sus cuerpos arrojados a una
cuneta cercana al pueblo. Un noveno,
concejal y dirigente local de
las Juventudes Socialistas Unificadas,
fue fusilado dos semanas
más tarde en Zaragoza. Y muchas
otras sufrieron el odio y la represión
fascista: madres golpeadas y
vejadas, mujeres e hijos arrojados
a la calle, familias rotas y vidas
truncadas.
Clandestinidad y silencio
El terror fascista inundó de miedo
la población y obligó a vivir el
dolor en la clandestinidad. La
obligada convivencia entre asesinos
y represaliados motivó que
muchos de éstos no se atrevieran
a hablar de lo sucedido, miedo
que duró incluso más que el
régimen franquista. En muchas
familias apenas se habló de lo sucedido
y casi siempre obviando
los motivos por los que fueron
fusilados: defender al pueblo
frente al abuso de los caciques.
Sin embargo, los asesinos no
lograron que la fecha del 25 de
agosto fuese olvidada ni que Las
Planas, lugar donde yacían sus
cuerpos, dejasen de ser visitadas.
Familiares y compañeros han estado
acudiendo con obstinación a
depositar sus ramos de flores a
los suyos, aunque en su caso tuviera
que ser a la cuneta de una
carretera comarcal. Costumbre
que ha pasado de generación en
generación durante 70 años.
La pena de no poder dar un
entierro digno a los suyos siempre
ha estado presente entre los
familiares, muchos de los cuales
han fallecido con ella. Sin embargo,
finalmente las familias se
dispusieron a reparar semejante
injusticia y emprendieron con tenacidad
la tarea de recuperar los
restos mortales. Gracias a la colaboración
de un equipo de arqueólogos
y psicólogos de la
Asociación para la Recuperación
de la Memoria Histórica, dirigidos
por el arqueólogo Javier
Ortiz, la fosa fue abierta y sus
cuerpos exhumados.
El 15 de noviembre tuvo lugar
la inhumación de sus cuerpos
en el cementerio del pueblo
en un emotivo acto de homenaje.
Un acto en el que se evidenció
que no se habían rescatado
solamente unos cuerpos, sino
también unas ideas que perseguían
la libertad y la justicia social.
72 años después, Arándiga
amaneció roja, las banderas tricolores
ondearon y, al ritmo de
La Internacional, los puños se
alzaron para homenajear a sus
héroes. El fascismo los calumnió
y trató de borrarlos de la
historia, pero su vileza no hizo
sino engrandecer más a unos
hombres de los que su pueblo
hoy se siente orgulloso.
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