El investigador Arno Stern y la educación creadora
Otra mirada hacia el dibujo como expresión de una necesidad

El trabajo de Arno Stern plantea una perspectiva respecto al dibujo en la que éste deja de ser un producto artístico para convertirse en juego.

17/04/13 · 16:31
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Arno Stern nació en 1924 en Kassel (Alemania). Cuando en 1933 Hitler toma el poder, la familia abandonó el país rumbo a Francia. Este viaje fue el inicio de una larga cadena de traslados, desarraigo, con períodos intermitentes de escolarización, que conforman en él una actitud autodidacta y de inocencia. Stern tenía 22 años cuando encontró un empleo en un orfanato de la periferia parisina. Era 1946 y su trabajo consistía en entretener a los niños. Como no había recibido formación para ello, Stern conservaba su posición libre de juicios que pudieran interferir en su labor. Encontró unas pinturas y les puso a pintar, y allí se originan las condiciones de la actividad a la que ha consagrado su vida. En 1949 abrió en París su taller de pintura Academie de Jeudi, actualmente Le Closlieu, un término equivalente a “lugar protegido” con el que Stern denomina desde hace años a su taller, que ha influido en decenas de talleres en distintos lugares de Europa.

Desde los años ‘60 Stern ha investigado sobre el dibujo y la pintura. Parte de su investigación se ha desarrollado en poblaciones aisladas cuyas formas de vida no incluían institución escolar, aldeas que buscó entre los habitantes de la sabana, los nómadas del desierto, los pobladores de la selva virgen, y entre los pueblos indígenas de los Andes a dos mil metros de altura, donde nunca se habían visto lápices o pinceles. Como resultado de este trabajo Arno Stern ha constatado la existencia de “la formulación”, un código universal que sólo aparece cuando las personas pintan en unas condiciones muy concretas, que definirá como las condiciones de la educación creadora.

Hoy, con casi 90 años, continúa su labor e investigación en Le Closlieu con la misma dedicación de hace más de 60 años. Imparte cursos por toda Europa y ha creado el Institut de Recherche en Semiologie de l’Expressión. Este trabajo le trajo a Bilbao y Madrid los pasados 19 y 20 de marzo, donde de forma generosa y clara expuso las líneas de su objeto de estudio, recogidas en el libro Del dibujo infantil a la semiología de la expresión (editorial Carena).

La primera diferencia que hace Stern para introducir su discurso es la que se da entre el trazo-comunicación, que tiene que ver con producir una obra para un posible receptor, y el trazo-expresión, que es una manifestación que escapa a la intención: no es incoherente ni su función es el desahogo, sino que pertenece a un código con sus propios constituyentes y que funciona según leyes que le son propias. Este código se llama ‘formulación’. La formulación es un código universal: los elementos que la componen son los mismos en todos los seres humanos. Más allá de las diferencias étnicas, sociales o culturales, el trazo que emana de ellos es idéntico. El origen de la formulación está en lo que Stern llama memoria orgánica y que define como un recurso de grabación, distinto del recuerdo, que no está al alcance de ninguna reflexión.

La mayor parte de los adultos no toman en consideración el dibujo de los niños si no detectan algo representable, por eso la pregunta más recurrente ante el dibujo de un niño es ‘¿qué has querido pintar?’ Frente a esto, una premisa fundamental desde la perspectiva de la educación creadora, es que la expresión no es la consecuencia de la impresión.

La formulación empieza con las figuras primarias que se imponen al niño. Son figuras con las que juega durante años con una convicción serena. Nacen unas tras otras. No nacen de la intención de representar cosas. En un momento dado, el niño o la niña encuentra una semejanza entre lo que ve y la figura que traza. De esta constatación nacerá la intención de representar cosas. La figura primaria se transforma en una figura-objeto. Todos los niños juegan con los mismos objetos-imágenes que son los componentes de un mundo que construyen a su medida. Las figuras primarias sobreviven en los objetos-imágenes. La figura primaria es totalmente espontánea, es decir, emana de una necesidad sin in­tención. Con la aparición de los objetos-imágenes empieza otro periodo, en el que se superponen manifestaciones razonadas, que provienen de la intención, y otras no razonadas, que vienen impuestas por una necesidad. Por ejemplo la figura radial, que se contiene en distintos objetos-imágenes: el sol, la flor, etc.

Este equilibrio se rompe al final de la infancia, cuando la razón se impone y las imágenes se transforman para convertirse en más realistas, es decir, conformes con el aspecto real del objeto representado y en las que aparecen los detalles y las proporciones. Cuando se alcanza este estadio hay un cambio: los trazos escondidos antaño en los objetos-imágenes y que se dejaban progresivamente de lado, vuelven a aparecer y eliminan las imágenes intencionadas. Entramos en un nuevo período: el de las figuras esenciales. Éstas son las figuras de la madurez que alcanza la persona que se entrega a la formulación. Emanan directamente de la memoria orgánica. Son tan espontáneas como las figuras primarias.

Apartados del ruido

Los componentes de la formulación se imponen a todos los seres humanos. Para que puedan manifestarse tienen que darse unas condiciones particulares, sobre las que se asienta Le Closlieu. Arno Stern define Le Closlieu como un lugar protegido que no depende del cambio. Su estructura rigurosa ofrece a las personas un tiempo privilegiado en el que se sale de las influencias culturales, lo que posibilita la vuelta a la espontaneidad. Ese espacio debe encontrarse separado del mundo exterior, que está en continuo movimiento. Se parte del convencimiento de que a los niños y niñas se los aparta de sus necesidades en las lógicas de la sociedad de consumo. Frente a esto, Le Closlieu es un lugar de permanencia, en el que no se propone otra cosa de lo que uno encuentra cuando entra por primera vez.

El término educación creadora es una fórmula que Stern creó hace cuarenta años para trazar una distinción entre el juego de pintar y la educación artística. Según él, la educación artística destruye toda posibilidad de jugar. Se utiliza el orgullo de los niños y niñas exponiendo sus obras, exhibiendo su trabajo. Para Stern, esto es un insulto al arte y un peligro para el niño, que ve deteriorado su juego y tarda meses en recuperar la espontaneidad. Frente a esto, Le Closlieu permite la recuperación del juego de pintar. Cualquier persona tiene una memoria orgánica muda que se puede avivar. Esto supone un proceso, y por lo tanto no es creación. Ésa es una de las claves: el niño no crea nada sino que satisface una necesidad. Y como todo proceso, supone duración y regularidad. No es un encuentro fortuito. Es un camino largo. En Le Closlieu el niño, la persona, va a trazar en la quietud de un espacio para sí. Llegan con las manos vacías, y así salen. Es lo que libera a la persona para su capacidad de expresión. Lo que se traza en Le Closlieu se queda allí.

En el taller encontramos

Grupo
Equilibrio entre el espacio personal y el colectivo: el papel constituye el espacio personal, y la mesa paleta, instrumento de 18 colores con tres pinceles para cada color, es el espacio que se comparte. No hay distinción entre niños y adultos. Estructura que permite un espacio libre de comparaciones, modelos y juicios.

Asistente
Es la persona que sirve al juego de pintar. Servir se entiende como un acto de nobleza e importancia. Consiste en tomarse en serio el juego de los demás de manera que se conforma una actitud de respeto.

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