Las personas que forman parte de Lavaca siempre tuvieron una relación con la política: durante más de 20 años, además de periodistas, fueron
militantes, sindicalistas y activistas de derechos humanos.
- DIAGONAL: Contadnos la trayectoria de Lavaca.
CLAUDIA ACUÑA: Quisiera compartir
primero nuestra percepción
de la comunicación. Si aseguramos
que está en crisis el sistema de representación -
evidente en una
Argentina en donde un presidente
asume con el 14% de los votos
mientras la gente en la calle grita
“que se vayan todos”- el periodismo,
tal como estaba planteado hasta
fines de los ‘90, se terminó. Lo
matamos nosotros, los periodistas
profesionales. No fue ni la concentración
ni las corporaciones. El medio
no es el mensaje: el mensaje es
el mensaje y lo escribe cada periodista,
que elige ser obediente o no.
La tecnología revolucionó los canales,
las audiencias se cansaron de
escuchar estupideces y se convirtieron
en productores de mensajes cada
vez más creativos. Estamos en
una época fantástica, plena de novedades
e invenciones. Eso no puede
ser malo para nosotros si nos situamos
correctamente. Elegimos,
entonces, salir del medio.
Dejamos de asistir a las mesas redondas
donde se diagnostican los
males de la época para comenzar a
hacer algo, que no sabíamos bien
qué era. Lo primero fue tener un espíritu
de colectivo. Todos fuimos
uno y cualquier ingreso -generado
o no por el trabajo común- iba a ser
compartido en partes iguales. Esto
nos permitió sacarnos la presión de
que cada uno libre su batalla por el
sustento cotidiano en forma solitaria.
Así nos encontró -todavía a tientas,
pero unidos- el 19 y 20 de diciembre.
Nuestra primera producción
‘pública’ como Lavaca fue un
informe sobre la historia de cada
uno de los asesinados en esas jornadas,
con la convicción de transformar
el número en una biografía.
Enviamos por mail la información,
anteponiendo un lema que mantenemos
hasta hoy: anticopyright. No
teníamos noticias del copyleft, así
que nos salió esa denominación.
Así, cabalgamos los primeros meses
de agitación callejera, recorriendo
asambleas, tomas de fábricas,
piquetes. A los pocos meses, pudimos
‘abrir’ nuestra propia página
en Internet (www.lavaca.org). Fue
entonces cuando tuvimos que decidir
qué haríamos. Nos impusimos
hacer sólo crónicas o reportajes. Y
nunca escribir columnas de opinión.
Esto nos obligaba a estar muy
en contacto con los protagonistas
de los hechos. Sabíamos que estaba
naciendo algo nuevo. Debíamos registrar
lo que estaba pasando. Y para
eso, por cuestiones de disponibilidad,
tiempo, recursos, teníamos
que elegir muy bien los temas.
D.:¿Qué experiencias acompañáis
últimamente?
C.A.: En estos últimos tiempos, comenzamos
a trabajar el tema de los
presos políticos y nos metimos en
algo de una profundidad que aún
nos cuesta analizar las consecuencias.
La más importante es la que
nos está dejando la experiencia de
acompañar a los presos y presas.
Desde hace un año, vamos a visitarlos
todas las semanas. Al principio,
grabamos entrevistas y fotos como
una forma de sacar de la prisión su
voz y sus caras. Editamos una revista
junto al Colectivo Situaciones y
se la entregamos a las organizaciones
y familiares con el fin de que recauden
algo de dinero. En esa revista
decidimos contar las historias de
las mujeres presas. Unas estaban
en la prisión de Ezeiza. Dos son mujeres
en estado de prostitución y una
vendedora ambulante. Y las otras
estaban a 2.000 kilómetros de distancia,
en la Patagonia, detenidas
por reclamar trabajo ocupando una
planta petrolera. No se conocían entre
ellas, por supuesto, pero a partir
de la publicación comenzaron a escribirse
de penal a penal. Las tres
mujeres de la Patagonia lograron
salir de prisión luego de ocho meses.
Y las otras tres al día de hoy siguen
presas. Pues bien: al día siguiente
de ser liberada, una de ellas
consiguió viajar a Buenos Aires para
visitar a las que continuaban tras
las rejas. Acompañarla a esa visita
al penal fue comprobar hasta dónde
habíamos logrado tejer una red de
comprensión y solidaridad para
nosotros inimaginable. Se trataron
como lo que eran: compañeras de
toda una vida de lucha.
D.:¿Por qué es tan importante ‘poner
el cuerpo’ en vuestro trabajo comunicativo?
C.A.: No existe ninguna posibilidad
de utilizar la tecnología a favor de
una sociedad distinta si no se pone
el cuerpo en el territorio donde se
libra la batalla por ese cambio. Por
dos razones prioritarias. En principio,
aprendimos de la experiencia
de las Madres -a las que debemos
tanto- que el miedo se cura con los
pies. Y el miedo es un arma contra
la cual, en estos tiempos, es necesario
luchar todos los días. Caminar
junto a otro es lo único que nos quita
de encima la pistola que nos pone
en la sien la noticia del día. Salir
a la calle es ponerse en contacto con
la verdad, sea cual sea: buena o mala.
Pero también, para quienes estamos
condenados a librar esa batalla
en zonas urbanas, poner el cuerpo
es convertir en territorio la propia
experiencia. Esto es lo que crearon
los Sin Tierra de Brasil: el concepto
de territorio como espacio mental.
Hay un lugar donde nadie puede
mandar si otro no obedece. Ese espacio
es nuestra cabeza.
Además, poner el cuerpo es lo
que nos permite establecer un contacto
humano, real, sin el cual no
hay comunicación verdadera.
Nosotros, que somos para muchos
tan sólo una página web, para los
movimientos junto a los cuales trabajamos
somos personas con nombres,
carne, defectos, a las que pueden
insultar o abrazar, como tantas
veces han hecho.
Una versión completa de la entrevista
estará pronto disponible en [Ir a->www.sindominio.net/biblioweb]
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