ANÁLISIS // CONOCIMIENTO CIENTÍFICO FRENTE A CREENCIA PRIVADA
La murga del diseño impenitente

EL DISEÑO INTELIGENTE ATACA DE NUEVO. Asistimos a una nueva ola de pensamiento creacionista bajo la etiqueta de diseño inteligente (DI). Sin embargo, el DI no es nuevo ni inteligente y, en cualquier caso, supone el abandono de la lógica científica en la búsqueda del conocimiento. Frente a los que proponen el DI como alternativa a la teoría de la evolución para dar cuenta de la complejidad
de la vida, el autor critica la supeditación de la explicación de lo vivo en esta supuesta ‘teoría’ a una entelequia como Dios, que no es susceptible de investigación objetiva.

, investigador del Museo Nacional de Ciencias Naturales (CSIC).
15/10/06 · 23:35
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MÁS INFO. En biblioweb.sindominio.net/escepticos/ se puede encontrar información
sobre el escepticismo, corriente de pensamiento defensora del método científico.

Se podría decir que el progreso
del conocimiento consiste
en una sabia reducción de
la incertidumbre. Se plantean
problemas y soluciones en el marco
de fuerzas y procesos conocidos.
Cuando los fenómenos que se van a
explicar desbordan la capacidad actual,
se confía en nuevos desarrollos
conceptuales y metodológicos para
poder abordarlos. Ésta es, en síntesis,
la lógica del conocimiento científico.
Renunciar a esta lógica y asumir
un plano diferente de explicación
puede satisfacer un deseo personal
o un proyecto colegial, pero es
abandonar completamente las reglas
del juego de ese conocimiento.

La moderna ‘teoría’ del diseño
inteligente (DI), ni es teoría ni es
inteligente ni nueva. Es un abandono
puro y duro del proceso del
conocimiento científico, eso sí, disimulado
con una verborrea pseudo-
cognitiva. Abandono en una
idea religiosa que debería quedarse
en las conciencias individuales.
Empecemos por el final.

Nada nuevo bajo el sol

Sin necesidad de remontarnos a autores
anteriores a Darwin, el primero
en proponer la necesidad de un diseñador
inteligente fue el coautor de
la teoría de la evolución por selección
natural, Alfred Wallace. El argumento
se encuentra en el capítulo X
de su obra Contributions to the
Theory of Natural Selection (1870) y
reza -nunca mejor dicho- como sigue:
“Capacidad intelectual y cantidad
de materia cerebral están positivamente
relacionados (...) Hay una
diferencia importante entre la cantidad
cerebral de los primates y el
hombre, incluyendo a los salvajes”.

Sin embargo, no se explica para qué
quieren los “salvajes” y antecesores
inmediatos tal cantidad de materia
cerebral, si no usan más que una pequeña
parte de esa capacidad.
Para Wallace, la explicación es
que tiene que haber un diseñador inteligente
que ya anticipó en los salvajes
y antecesores la cantidad cerebral
que iba a necesitar el hombre
moderno para desarrollar sus posibilidades
intelectuales. Los ‘salvajes’
no necesitan esa cantidad de materia
cerebral para su vida en la naturaleza,
pues con tener una cantidad equivalente
a la de los primates sería suficiente.
El resto está puesto por el
diseñador inteligente anticipando las
necesidades del ‘hombre blanco’.

El diseño es impenitente

Es reiterativo, pero poco imaginativo.
Lo que no puede entender o explicar,
lo refiere a una entidad superior.
No vemos qué inteligencia es
ésta de abandonar bruscamente el
método y el ámbito de explicación
para ponerse en manos de una entelequia
inasequible a la experiencia
contrastada. Pues si, ante todos los
problemas que nos plantea la naturaleza,
actuáramos así, no habría
progreso del conocimiento posible.
Todo misterio se acabaría en una
premisa, Dios, que no puede ser objeto
de experimentación.

De esta forma, el diseño inteligente
no es una teoría, sino la dejación
continua ante el desafío de conocer
la Naturaleza. Hasta la fecha,
todos los problemas planteados
desde la necesidad de un DI han sido
problemas mal entendidos, carentes
de información empírica, de
técnicas o métodos para abordarlos
adecuadamente. Es un error de
lógica pensar que las cosas no van
a ser así en el futuro y atar las manos
del investigador en un hipotético
diseñador, en cuyo punto se acaba
la investigación.

Se ha querido criticar a los autores
del DI argumentando que son
investigadores mediocres, personajes
de segunda fila (R. Dawkins,
en Newsweek Special Issue, 2006:
88-89). Estos argumentos ad hominen
se pueden volver peligrosamente
contra el que los emplea.
Pues, ¿deberíamos darlos por buenos
si el que los dice es un premio
Nobel? Si la respuesta es afirmativa,
deberíamos hacer caso a Alexis
Carrel, que recibió el Nobel en
1912 por su contribución al desarrollo
de la cirugía, y escribió, en
1935, un libro lleno de simplezas
titulado La incógnita del hombre,
donde defiende ideas filofascistas,
y en el que se pueden encontrar declaraciones
tan brillantes como:
“Los hombres geniales no son altos.
Mussolini es de talla mediana
y Napoleón era bajo”.

El ex presidente del Consejo Superior
de Investigaciones Científicas,
César Nombela, en un ambiguo
artículo publicado en ABC el
pasado mes de marzo, aduce que la
polémica no puede ser científica,
porque el DI “es descalificado como
acientífico” (sic). Efectivamente,
y como dice Francis Collins, -director del proyecto del Genoma
Humano y creyente- en su libro
The Language of God, el DI carece
de base científica. Así que no se entiende
el desvarío del historiador y
novelista César Vidal, al que se le
puede presumir la carencia de los
más elementales conocimientos
técnicos sobre la materia, como para
que se permita pontificar sobre
el asunto. Dice Vidal que Darwin
ya no se puede sostener científicamente
y menciona, paradójicamente,
a dos darwinistas, Gaylord Simpson
y Gould. No contento, añade
a continuación al bioquímico creacionista
Michael J. Behe y a Rèmy
Chauvin, un entomólogo francés
interesado en la parapsicología, el
esoterismo y la ufología. No es de
extrañar que con semejantes mentores
concluya: “En la actualidad,
sólo se puede ser devoto de Darwin
por ignorancia o por pereza”. ¡Sin
comentarios!

La mejor respuesta a los que proponen
el diseño inteligente es la que
dio a Napoleón el matemático francés
Pierre Simon Laplace, con ocasión
de la publicación de su Mécanique
céleste, obra en cinco volúmenes
en la que explicaba cómo funcionaban
los cielos, y que se suele considerar
como la culminación de la
teoría newtoniana de la gravitación.
Parece que Napoleón comentó a
Laplace que no había ninguna mención
a Dios en su obra. A lo que
Laplace contestó: “No he necesitado
esa hipótesis particular, Sire”.

LAS VERSIONES DEL CREACIONISMO
_ A los creacionistas siempre les
ha molestado la ciencia, pues
ellos ya lo saben todo, y no
quieren que nadie les dispute
sus verdades incuestionables. El
problema ha sido cómo convencer
del mérito de su saber cuando
legiones de investigadores se
escrutan las manos y el cerebro
todos los días para ir construyendo
dificultosamente una
visión coherente y operativa de
la naturaleza. La respuesta remite
a un ser omnímodo y su vinculación
a unos textos que es
donde se ha confiado ese saber.
¿Pero dónde está la evidencia
de ese ser?
La respuesta más pacífica es
que la evidencia viene por la fe,
que en sentido estricto es la creencia
sin evidencia. Obviamente,
no hay intersubjetividad posible
sólo con la fe -no hay
posibilidad de compartir objetivamente
ese conocimiento-, por
lo que este tipo de evidencia
queda restringida al ámbito personal.
Cree el que quiere creer.
Sin embargo, a lo largo de la
historia se han desarrollado
argumentos más o menos ingeniosos
para demostrar la existencia
de Dios, cuya capacidad
de convicción no ha resistido la
erosión del tiempo ni otros contra-
argumentos no menos ingeniosos.
Así que los empecinados
en una demostración objetiva
miraron a la ciencia y buscaron
materia demostrativa «a la
manera investigadora». Hace
unos años, el jesuita Óscar González
de Quevedo terminaba sus
conferencias sobre parapsicología
con un listado de fenómenos
cuya única interpretación posible,
según él, era la manifestación
de seres transcendentes.
Desafortunadamente, ninguno
de los 'diseños argumentales'
del padre González de Quevedo
ha merecido la menor atención
por parte de la comunidad científica,
y, a día de hoy, está todavía
por confirmar el primer caso
de fenómeno parapsicológico
que no se pueda explicar de
forma más parsimoniosa por
fraude u otra causa material
igualmente prosaica.
Un ejercicio equivalente es el
que están llevando a cabo los
proponentes del Diseño Inteligente.
En cualquier caso, y
para evitar malentendidos, hay
que decir con Manuel Sacristán
que la frase «la ciencia ha
demostrado la inexistencia de
Dios» no sólo es torpe, sino que
carga al que la emite con la
tarea de demostrar una inexistencia,
cosa, por otro lado,
imposible de probar.

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