ENTREVISTA: JEAN-MARC ROUILLAN, MILITANTE DE ACCIÓN DIRECTA
“La lucha armada hoy es impensable, entonces era pensada como inevitable”

Condenado a dos cadenas perpetuas por su pertenencia
a Acción Directa, Jean-Marc Rouillan pisó
por primera vez la calle el pasado 17 de diciembre,
tras 21 años de prisión sin ningún tipo de beneficio
penitenciario, siete y medio de los cuales en régimen
de aislamiento. Rouillan es autor de siete libros
y de una serie de crónicas de su vida en prisión
aparecidas en el periódico mensual de crítica y
experimentación social CQFD. Su primer libro
Odio las mañanas (ed. Llagut) está publicado en
español y un segundo, Paul De Epinettes, va a aparecer
próximamente en la misma editorial.

12/04/08 · 0:00
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Rouillan en los locales de la Editorial Agone de Marsella, donde se hizo la entrevista. / R. G.

DIAGONAL: Tus primeras actividades
como militante revolucionario
son contra el Franquismo. ¿Cómo
decides participar en esa lucha?

JEAN-MARC ROUILLAN: Pasé mi
adolescencia en Toulouse, la capital
de la España exiliada. Mi aprendizaje
político lo hice durante mayo del
‘68 participando en manifestaciones
y en los comités de acción de estudiantes.
Mayo del ‘68 no fueron, como
se dice ahora, sólo unos cuantos
meses. La insurrección de la juventud
y los combates antiautoritarios
se prolongaron durante varios años.

En Toulouse, por ejemplo, 1970 fue
el año más contestatario.
Por aquella época empecé a contactar
a los refugiados españoles a
través de sus hijos, que eran compañeros
de instituto o amigos. Hice
amistad con antiguos guerrilleros,
casi todos anarquistas y algunos comunistas.
Luego, cuando en el movimiento
de izquierdas empezó a plantearse
seriamente la cuestión de la
lucha armada, a través de esos contactos
empecé a militar con toda naturalidad
contra el Franquismo.

D.: ¿Qué quieres decir con “la cuestión
de la lucha armada”?

J.M.R.: Hoy en día es difícil darse
cuenta, pero en aquel período en toda
asamblea, ya fuese popular o universitaria,
y por parte de todos los
grupos, ya fuesen anarquistas, trostkistas,
maoístas, situacionistas, etc.,
la idea de que en un momento u otro
habría que tomar las armas formaba
parte de todos los proyectos políticos.
La discusiones, a menudo acaloradas,
eran en torno al cómo y al
cuándo, pero estaba claro que la burguesía
nunca abandonaría voluntariamente
el poder y que en un momento
u otro habría que pasar a la
insurrección armada o a la guerra
revolucionaria. En aquellas asambleas
si alguien se hubiese declarado
contrario a la lucha armada se le habría
mirado con la misma extrañeza
con que hoy se miraría, en la misma
situación, a un estudiante que invocase
su necesidad. Lo que hoy es impensable
entonces era pensado como
inevitable. De hecho hoy en día
ya no se puede hablar de tales cosas,
o sólo de una forma completamente
individual y personal.
Algo parecido pasaba en el Franquismo.

Se dice que la gente no podía
hablar libremente, pero no es
verdad. No había ningún problema
en que el típico progre empezase a
decir en la barra de un bar que estaba
contra Franco, eso al régimen
le traía al fresco. Lo que de verdad
estaba prohibido por la dictadura
era unirse y organizarse para luchar.
Lo vi claro cuando fui a mi
primera manifestación en Barcelona.

Yo estaba acostumbrado a las
manifestaciones francesas en las
que los enfrentamientos con la policía
duraban literalmente horas,
incluso toda la noche, y eran una
verdadera batalla campal. Cuando
me llevaron a mi primera manifestación
en Barcelona se trataba de
unas 200 personas que andaban
por la acera. De repente se pusieron
en medio de la calle y empezaron
a gritar. A los cinco minutos un
coche de la policía pasó unos 30
metros más lejos. Estoy convencido
de que pasaba por allí por casualidad,
pero todo el mundo se puso
a correr y desapareció. En el año
‘70, tras haber cruzado muchas veces
la frontera con material de ayuda
a grupos antifranquistas, contacté
con Oriol Solé Sugranyes, con
quien fui a Barcelona en el ‘71. Allí
ya existía una estructura de apoyo
a las asambleas obreras autónomas.
Nuestra llegada supuso el
añadido del uso de las armas y el
paso a la acción armada clandestina,
es decir, la formación del MIL.

D.: ¿Qué actividades realizabais?

J.M.R.: Sobre todo expropiaciones
de dinero en los bancos y de máquinas
de imprenta junto con todo lo necesario
para hacerlas funcionar. No
se podía comprar nada de eso y nosotros
nos encargábamos de proveer
regularmente de todo ello a las estructuras
clandestinas de obreros
que lo necesitaban. Hoy es la era de
la comunicación total, pero entonces
para hacer un panfleto se necesitaba
infinidad de cosas y montar toda una
estructura. Los libros se imprimían
en Toulouse y los pasábamos clandestinamente
por la montaña.

D.: ¿Cómo surgen después los GARI?

J.M.R.: Tras la desaparición de los
MIL y la detención de muchos de sus
miembros, visto lo que había pasado
con Antich, nuestra intención era impedir
las condenas a muerte de varios
presos políticos, entre los que se
encontraban dos de los nuestros,
Oriol Solé y Josep Lluis Pons Llobet.
También se trataba de llamar la atención
sobre la existencia de un Estado
fascista en Europa y de la connivencia
que se estaba fraguando con él. Y
todo esto desde un punto de vista
verdaderamente revolucionario y antiautoritario,
sin compromisos como
los que estaban empezando a llevar
a cabo socialistas y comunistas. De
nuestras actividades la más sonada
fue el secuestro del director de la sucursal
parisina del Banco de Bilbao
en París en 1974. En julio de aquel
año realizamos también una campaña
muy intensa de ataques contra
símbolos representativos del Estado
español. A finales del ‘74 nos detuvieron
a muchos. Yo pasé dos años
en prisión y luego decidieron aplicarnos
el indulto del ‘77, proclamado
por Juan Carlos.

D: ¿Tras estos años de prisión qué
ha cambiado fuera y cómo te has
adaptado a esta vida semi normal?

J.M.R.: Cambios no he visto muchos.
Han desaparecido las pintadas y los
carteles contestatarios, hay menos
policías y más cámaras. Por otra parte
yo nunca he conocido la vida normal,
siempre he vivido en la ilegalidad
o en prisión.


¿Traición o Transición?

D.: ¿Qué opinión te
mereció la Transición?
J.M.R.: Desde mi
punto de vista la suerte
de España se jugó
durante la Revolución
de los Claveles. Por
miedo a que se produjese
una situación
parecida en España,
Estados Unidos y los
gobiernos europeos
decidieron preparar
un plan de sucesión
para España con
ayuda de los dirigentes
del Franquismo y
de la clase política en
la oposición. Durante
el Franquismo la revolución
aún era posible
en España, pero en la
Transición se asistió a
toda una serie de traiciones
que acabaron
con esa posibilidad.
Yo volví a España
tras mi liberación.
El día que vi al PCE
renunciar de la noche
a la mañana a la bandera
republicana y
aceptar la del rey
decidí alejarme de
todo aquello, que me
resultaba incomprensible.
Ahora es difícil
de comprender, pero
para mí y todos los
exiliados la bandera
de España era la de
la República, esta
otra es la de un Estado
fascista.

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