El mes pasado, Daniel Blanchard y Hélène Arnold participaron en las jornadas sobre Mayo del ‘68 que la Asociación La Caverna organizó en la Facultad de Filosofía de la UCM. DIAGONAL aprovechó la ocasión para hablar con estos antiguos militantes del colectivo revolucionario
Socialismo o Barbarie (1949-1967), que editaba la legendaria revista del mismo nombre.
- HÉLÈNE
ARNOLD. /O. C.
DIAGONAL: ¿Qué imágenes os vienen
a la cabeza cuando recordáis
Mayo del ‘68?
DANIEL BLANCHARD: Una constante
carrera. Todo pasaba a una
velocidad increíble, que ya suponía
en sí misma una ruptura radical con
la rutina cotidiana. Entre medias de
cada carrera nos parábamos a hablar,
había discusiones colectivas y
apasionadas por todas partes, que
cambiaban a cada momento de interlocutores.
Todos los días nos sorprendíamos
de lo que pasaba. La
ciudad era nuestra: todo el mundo
estaba en huelga, todo estaba paralizado
(transportes, universidades,
televisión). Una pintada lo resumía
bien: “la vida, rápido”.
D.: ¿Por qué se luchaba?
D.B.: El movimiento empieza en la
Universidad de Nanterre por cosas
tales como la lucha contra la prohibición
de mezclarse chicos y chicas
en los dormitorios. La represión
institucional y policial se abate sobre
los estudiantes politizados sin
extinguir su impulso, más bien todo
lo contrario. El 22 de marzo un
centenar de estudiantes ocupa un
edificio administrativo en la universidad
para protestar contra la detención
de un compañero que se
manifestaba contra la guerra de
Vietnam en París. Ahí se crea el
Movimiento 22 de Marzo. La represión
politiza lo que toca: las protestas
se vuelven cada vez más grandes,
siempre al grito de “liberad a
nuestros camaradas”. El movimiento
pasa de Nanterre a París y
desde allí se contagia a toda Francia.
En Nantes, donde existía una
larga tradición anarco-sindicalista,
los obreros de la fábrica Sud-Aviation
se ponen en huelga a mediados
de mayo, sin reivindicaciones
precisas, en solidaridad con la lucha
en la calle de los estudiantes.
HÉLÈNE ARNOLD: Creo que
aprendimos por qué luchábamos luchando,
descubrimos nuestras razones
para estar allí estando allí. Al comienzo
no había un objetivo claro.
Cuando empezamos a encontrarnos
y a actuar juntos, se reveló que
teníamos mucha fuerza. Esa sensación
de empoderamiento se contagió
inmediatamente: “no vamos a
pedir ni a esperar, vamos a actuar”.
Una ciudad ocupada
D.: ¿Cómo se transformó la realidad
y el mismo sentimiento de la vida durante
Mayo?
D.B.: Hicimos la experiencia (efímera)
de habitar la ciudad. La ruptura
con el urbanismo policial fue
completa. El centro de la ciudad
estaba enteramente ocupado. No
había lugares cerrados. Las universidades
estaban ocupadas. Se
dormía en los anfiteatros. Las
fronteras sociales y las jerarquías
se disolvieron como hielo al sol,
todo el mundo hablaba con todo el
mundo en un plano de igualdad
sobre qué hacer.
H.A.: Esa “toma de la palabra” fue
generalizada: entre gentes de orígenes
y generaciones diferentes,
etc. No se trataba de hablar de
cualquier cosa. No era sólo un
desahogo, sino una palabra implicada.
Se hablaba de la vida que
llevábamos: las relaciones, el trabajo,
el consumo. Todo aquello
que no marchaba bien en la vida.
Descubrimos una condición común:
nadie era muy feliz. Las cosas
se decían desde el fondo del
corazón de cada cual, con palabras
propias. Se cuestionó a cualquiera
que quisiera arrogarse el
derecho a hablar en nombre de los
demás (por ejemplo, los sindicatos).
Por algunos momentos se puso
fin al sistema de representación
que nos arrebata diariamente
la palabra.
D.: ¿Qué recordáis de la experiencia
del Movimiento 22 de Marzo y de los
Comités de Acción?
D.B.: Los Comités de Acción eran
una especie de ‘asambleas barriales’
surgidas un poco por todos sitios.
Sólo en París había 500 al final de
mayo. Encarnaban la idea del vínculo
entre estudiantes y trabajadores.
Muchos fueron abordados enseguida
por los grupúsculos marxistas-leninistas,
pero algunos duraron varios
años. La idea de nuestro Comité
de Acción (distritos 3º y 4º) era interpelar
a los vecinos del barrio, suscitar
discusiones, requerir la palabra:
íbamos al mercado, llevábamos
cartulinas con las noticias del día
prendidas, solicitábamos impresiones
sobre lo que estaba sucediendo.
H.A.: El Movimiento 22 de Marzo
pasó de Nanterre a París. Era muy
abierto, nosotros participamos sin
ser estudiantes. Tenía la forma de
una especie de asamblea permanente.
Creo que lo más interesante
era su concepción de la acción: lo
que llamaban “acción ejemplar”.
No se trataba de una acción-modelo,
sino de dar ejemplo de que la
acción era posible. “Si nos parece
justo, lo hacemos”. Rompían con
la idea de que la acción se deducía
de un análisis exhaustivo y total de
la realidad. Asumían la diversidad
de la sociedad: no se trataba de dar
ejemplo de lo que debía hacerse,
sino de abrir posibilidades, confiando
en su contagio.
D.: ¿Cómo se planteaba el movimiento
el problema del poder?
D.B.: A finales de mayo la izquierda
quiso presentar una alternativa
a De Gaulle, pero un gobierno
más a la izquierda no era desde
luego la idea de la gente activa.
Nunca pensamos en tomar el poder.
Más bien se trataba de construir
otra sociedad. Esa nueva sociedad
estaba ya contenida en
nuestras prácticas: igualitarias,
autónomas, autogestionarias. Las
prácticas eran semillas de una
nueva sociedad, pero no tuvieron
tiempo para germinar. Fue una
revuelta sobre todo en el plano
simbólico: la legitimidad de todas
las instituciones
saltó por
los aires. La
autoridad del
profesor, la necesidad
de la
producción, la
legitimidad de la
representación. Se
puso en cuestión el
sentido de todo. El
poder quedó vacío.
D.: ¿Fracasó Mayo?
H.A.: Ahora se dice
que hubiera sido
necesaria una
gran organización política,
porque éramos muy “individualistas”.
Pero había un gran
sentido de la organización o, mejor
dicho, de la autoorganización.
No había individualismo, sino un
sentido muy fuerte de la responsabilidad
individual. Las organizaciones
políticas tradicionales
no entendían lo que pasaba porque
lo interpretaban todo en términos
de la toma del poder. Es
verdad que no se superó el umbral
de lo simbólico. No se desarrollaron
estructuras ofensivas
de contrapoder real, en las fábricas,
etc. No se quiso ir más allá.
El movimiento perdió sustancia
y creatividad en junio, se esclerotizó
y empezó a repetirse.
Mayo fue derrotado por junio. En
junio se agruparon masivamente
los que tuvieron miedo en mayo.
Miedo al ‘desorden’, es decir, a la
creación. Los sindicatos liquidaron
el movimiento en las fábricas.
La puntilla fue la dinámica electoral,
que atomiza y despotencia
a la gente e impide responder de
manera colectiva y creativa. Una
apertura se cerró, pero nada volvió
a ser como antes.
¿Algo ha cambiado?
_ P: ¿Puedes citar un cambio significativo de entonces a ahora?
D. B.: El impulso utópico se ha extinguido. Los '50 y '60 fueron muy optimistas, a pesar del bloqueo de la Guerra Fría y de la amenaza nuclear. La idea crítica por excelencia era el contraste entre lo posible y lo real, lo que puede haber y lo que hay. Entre las posibilidades tecnológicas y la vida sometida al trabajo, entre la abundancia y la pobreza material y subjetiva, etc. Ésa era la base de la sensación de lo intolerable. Y el contenido del optimismo y la crítica. Creíamos que todo podía cambiarse, enseguida. Podíamos recomenzarlo todo sobre nuevas bases. Creo que esa idea ha desaparecido.
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Acuarela Libros & A. Machado acaban de publicar una antología de textos de Daniel Blanchard: Crisis de palabras; notas de Cornelius Castoriadis y Guy Débord.
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