El autor reformula una
conferencia dictada en el
‘Mestrado em Serviço
Social’ de la Universidad
Federal de Santa Catarina
(Brasil, 19-9-05) y
reflexiona sobre la
universidad frente al
proceso de privatización.
- En octubre de 2005, 16 universidades españolas firmaban,
con el apoyo de importantes empresas privadas y
públicas, la constitución de Unninvest, la sociedad gestora
de capital riesgo que “financia el conocimiento”.
La educación se ha transformado
con la globalización
en el campo de batalla donde
se libran guerras semánticas,
guerras de definición, guerras
culturales, donde las alternativas
pugnan y se defienden de la
utopía que niega las alternativas,
una logomaquia donde están en liza
diferentes y diferenciadas concepciones
sobre lo humano y su
centralidad.
Sin prácticamente atender a los
complejos procesos históricos, políticos,
sociales y económicos que
los han configurado dotándolos de
historia, memoria y textualidad, los
espacios públicos, espacios de pleno
ejercicio de los derechos, de
interacción e intercambio, de las luchas
por su consecución y satisfacción,
espacios de comunicación para
la acción común, han sido transformados,
en esta era del déficit, en
un shopping que precisa reducir
costes para funcionar plena y eficazmente.
La res publica ha sido ‘mcdonaldizada’
y a los ciudadanos nos han
transformado en clientes, vigilados,
eso sí; se trata de la última y única
prerrogativa del Estado tal como lo
concebimos hasta ahora y cada vez
más en consorcio con agentes privados
y mercenarios de toda índole,
por sistemas de seguridad que
hacen del panóptico benthamiano
un inocente juego de niños.
La educación -el conjunto de técnicas,
métodos y procedimientos
que regulan e integran los sistemas
educativos públicos, como los y las
profesionales que trabajan en éstos
y sus ‘usuarios’ o ‘clientes’, utilizando
el admirable nuevo lenguaje empleado
por las agencias reguladoras
de la calidad- ha sido una desafortunada
actriz en este proceso al
sufrir, táctica y tácitamente, sus primeros
embates.
La educación es estratégica en
todo proyecto civilizador. Como
mediación sobre todos y cada uno
de los aspectos de la vida humana,
proceso de homogeneización de ésta,
de la reducción a escala planetaria
de su condición a partir de la segregación
de poder y hacer, de la
minimización del primero y la maximización
del segundo y su clausura
en procesos de producción y
consumo cuyo regulador es el mercado,
la globalización hegemónica
ha redundado en notables esfuerzos
para transformar la educación
en una mercancía como expresión
de intereses de clase expresados en
la instrumental idea de calidad en
la enseñanza.
Corolario de este proyecto civilizador
en, y para, la globalización
dominante que desde las instituciones
europeas pretende la transformación
de la Unión en la “economía
basada en el conocimiento más
competitiva y dinámica del mundo”
(según reza la Estrategia de Lisboa
de 2000), la creación en el ámbito
estatal de agencias reguladoras de
la calidad en la enseñanza, la reforma
legal de estudios y centros académicos,
la privatización en su gestión,
así como la redefinición del
currículo y los procesos asesorados
por prestigiosas consultoras pertenecientes
al ámbito privado y empresarial
constituyen un desafío
para la Comisión Europea desde
2000, con el inicio del proceso de
convergencia del espacio universitario
europeo, el Proceso de Bolonia
en el marco global de los
Acuerdos Generales sobre el Comercio
de Servicios adoptado en el
seno de la OMC.
Por ello, la cultura y la educación,
como parte integrante de los espacios
públicos donde tienen lugar los
procesos de producción de valor
que generan contextos de acción
diferenciales, aparecen como un
elemento clave de lo político, apreciándose
en las resistencias al proyecto
de dominación contemporáneo
que propulsa la orientación
neoliberal de los procesos de globalización,
resistencias que la expresan
y representan estratégica-mente en sus prácticas, mostrando
que lo que subyace a los conflictos
por la distribución de los recursos
simbólicos y materiales dimanados
del poder son sus potencialidades
para reapropiarse de, y redefinir lo
político, y que ello supone la base
de su propuesta de construcción de
alternativas, es decir, la construcción
de alternativas a partir de un
espacio diferencial de re-apropiación
y re-definición, proceso de
producción de valor desde la diferencia,
en clave de heterogeneidad
transgenérica, múltiple, diversa y
diferenciada, al considerar que la
construcción democrática no es
homogénea, frente a la homogeneidad
de los imaginarios en los
que se estanca la identidad política
clásica.
El que la cultura y la educación
aparezcan como un elemento sustancial
de estas luchas (tanto es así
que podríamos hablar de luchas
culturales o político-culturales) nos
muestra que éstos son procesos de
construcción de valor que traducen
un sentido propio de lugares comunes
como ciudadanía, democracia
y derechos humanos en sus estrategias,
prácticas y acciones, frente
a la abstracción de los epítomes
universales, siendo esta traducción
el proceso por el que lo cultural, el
proceso de producción de valor que
genera un espacio diferencial que
constituye el propio habitar humano,
se torna político, es decir, se dispone
para idear las transformaciones
e instituir las condiciones de
convertirlas en efectivas.
Frente al pretendido zeitgeist de
los apocalípticos mensajes de la
posmodernidad servil al think tank
neoliberal y neoconservador, los
movimientos sociales oponen la
historicidad de la que están dotados,
capaces de crear sentidos históricos.
Este potencial lleva a la producción,
a la creación, al hacer, a la
lucha por apropiarnos de éstas, a
un transcurso continuo, no se trata
de un trazado con un arranque ni
una meta, sino de un transcurso
que muestra las falencias y vulnerabilidades
de los cánones que alientan
la norma como algo inmóvil.
Pero este transcurso, y los movimientos
que lo conforman, está lleno
de riesgo, porque todo tránsito
implica un abandono de uno mismo,
la adopción de otras identidades,
irse desdoblando en otro al que
sólo comenzamos a comprender,
para poder explicarlo, explicarnos,
en la medida en que nos abandonamos
al movimiento, es decir, al
cambio, a lo anómalo, a lo inconstante
como única constante.
Se trata entonces de un habitar
fluido, poblado por técnicas de vida
cuya potencia de acción emana
de la diferencia, es decir, de
nuestro poder para interpretar y
construir el contexto del que formamos
parte, de poder textualizarlo
estratégicamente, dotarlo
de sentido, memoria e historia, de
tiempos y espacios, encaminados
a una dirección que transforma
ese fluido en movimiento. Fluir
que está presente en todo habitar,
en todo contexto, mostrando lo
inconstante como única constante,
la líquida constitución de todo
lo sólido.
comentarios
0