El horario del cole no tiene que repetir la jornada de los adultos.

Tal y como pasa en el ámbito laboral, podemos diferenciar dos tipos de jornada escolar: continua y partida.
¿En quién estamos pensando cuando elegimos entre una u otra? ¿En el alumnado? ¿O en la necesidad de conciliar la vida laboral? ¿Pensamos en algún caso en criterios pedagógicos?
Se trata de un amplio debate que genera confrontaciones entre el profesorado y la familia, pero que va más allá de la escuela, y más allá de la LOMCE. La disyuntiva existe desde hace años y la jornada continua se extiende en muchas comunidades independientemente del partido político mayoritario.
Imaginemos horarios laborales más reducidos, pudiendo todas las familias recoger a sus hijos e hijas del colegio. Y una reducción también de la jornada escolar, con más descansos, respetando los tiempos de todo el alumnado. Con unas actividades extraescolares acordes a las necesidades del contexto, subvencionadas según los recursos económicos de las familias. Y unos centros escolares abiertos, como espacios de juego y aprendizaje, en los que la comunidad educativa puede aprovecharse de sus recursos.
Bajo esta perspectiva igual estaríamos pensando en argumentos pedagógicos y no en la preocupación de no poder ir a recoger a tu hija al cole.
Para consolidar la jornada partida escuchamos argumentos como que la continua no mejora el rendimiento, genera desigualdades… Pero ¿la jornada partida que tenemos mejora el rendimiento? ¿No estamos generando desigualdades igualmente? Si realmente se piensa que la jornada partida es mejor para el alumnado, ¿por qué no se implanta también en Secundaria?
Quizás sea porque en esta etapa ya es más fácil que se vayan solos a casa, desapareciendo esa cuestión y la necesidad de disponer de una ‘guardería’.
Las horas lectivas que tiene el alumnado por la tarde se convierten en horas muertas, tediosas, en las que de lo que tienen ganas es de irse a casa.
Si además añadimos las horas que dedica el alumnado a hacer los deberes, nos encontramos con niños y niñas que madrugan, van al colegio, hacen tareas, cenan y se acuestan. Parece complicado tener tiempo para jugar, pensar o simplemente vaguear o aburrirse, algo para lo que a los adultos nos encantaría tener tiempo.
Es evidente que la apuesta por la jornada continua no debe ir de la mano del cierre de comedores escolares o de la reducción del transporte escolar, otro de los argumentos con los que se apoya la jornada partida. Es compatible ofrecer recursos para aquellos alumnos y alumnas que tengan o quieran quedarse en el colegio con dar la oportunidad a aquellos que puedan estar en casa o en otro lugar.
No favorecer la privada
Es aquí donde es necesario tener más cuidado para que la elección de este tipo de jornada no suponga favorecer a los centros privados y concertados, que mantienen días interminables para los niños y niñas cubriendo las jornadas infinitas de la familia.
La Comunidad de Madrid, apostando una vez más por ser una muestra de las políticas neoliberales, ha modificado la normativa que obligaba a tener un plan de actividades extraescolares que cubriera las distintas necesidades, motivo por el que se pueden llegar a generar desigualdades.
Por otro lado, tampoco se trata de aglutinar las horas sin ningún criterio pedagógico, para que el profesorado salga antes. Pueden alternarse los periodos de trabajo en mesa con otros de actividad física, o de realización de proyectos y talleres, creando un entorno amable que no pretenda tener sentados a los niños y niñas durante seis periodos lectivos. Además de crear espacios en los centros que no parezcan áreas de reclusión. Patios que inviten a jugar, aulas que promuevan la creatividad.
La clave se encuentra en el respeto por la infancia. Aumentan los casos de estrés infantil, con niños que mantienen ritmos similares a los de sus padres. Pero sin duda, para eso, es necesario abandonar la idea de que hay que trabajar muchas horas para producir más, y que para aumentar el aprendizaje hay que pasar más horas en el colegio.
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