Juventud y abandono escolar
Vida después de un centro de reforma de menores

Los jóvenes que proceden de centros de internamiento sufren al intentar integrarse en la vida adulta.

19/06/16 · 7:19
Edición impresa
Encuentro entre los dos protagonistas de este reportaje. / Estrella Martínez

Ale fue corriendo a saludar a Puri. Llevaban años sin verse. Alegría. Con idas y venidas, entre salidas y entradas, Puri había trabajado con él alrededor de tres años. Momento casual y rápido en plena calle para ponerse al día mientras echan la vista atrás al pasado que les unió. Puri tiene nuevo trabajo. Ale, nueva vida. Ale tiene 23 años y es de Estepona. Tiene un fuerte acento malagueño marcado por eses y jotas aspiradas. Ha estado dos veces internado en centros de reforma de menores y una en prisión.

No suele hablarse mucho de los menores que están en centros. Normalmente se habla de ellos cuando los casos son muy graves, para pedir el endurecimiento de la Ley del Menor. Alejandro Cáceres cuenta su historia, no como ejemplo de nada, sino porque “siempre me he visto perdido y ahora que he avanzado un montón, me viene bien en verdad contarlo para mí mismo”.

“Siempre me ha costado estudiar. Con 12 o 13 años ya iba yo para arriba muy malamente. Fue una mezcla de cosas, no me gustaba el colegio, no le echaba las suficientes ganas, la formaba. Se separaron mis padres y llegó un momento en que ya nadie podía conmigo… y la mala vida. No había nadie en quien yo pudiera fijarme y no tenía ningún objetivo”. Entonces acaba llegando “el día a día de la calle, fumando porros y buscando dónde pegar el palo. Luego te acostumbras a coger palillos buenos de 2.000 euros y cada vez vas a querer más”. Con el tiempo Ale añadió a los porros el consumo de Tranki­mazin. “Las Trankis… eso ya tu cuerpo va andando y tu mente en otro mundo, y es que te da igual todo”.

Ale se sumergió pronto en la rutina de los juicios. Al terminar uno de ellos, le preguntó a la abogada qué había pasado. Ella le respondió que qué iba a pasar, que tenía que irse. Y así fue como se enteró de que se iba a Almería, al centro Tierras de Oria. Lo mandaron para el calabozo y pensó: “¡Esto va en serio!”.

El centro de reforma

“La primera vez, no veas, ¡si yo en verdad me creía que era bueno! ¡Qué hago yo aquí!”. Ale no recuerda si esa primera vez fue para un año o nueve meses. Lo que tiene claro es que “a mí se me hizo grande. Te ‘jartas’ de llorar… te ves tan lejos”. Según su experiencia, “no te adaptas, pero lo intentas”.

En su internamiento contó con el apoyo de su madre: "Siempre ha estado conmigo a fondo", dice Ale

En el centro tuvo compañeros de todo tipo, “diferentes causas y diferentes ámbitos familiares. Lo mismo te puede entrar un pijito que se haya escapado de su casa, que un chaval que su madre está vendiendo droga y el padre es un ‘chalao’ que está consumiendo”. Ale afirma que ha visto muchas cosas en el centro, “un chaval violador, eso no veas… Intentos de asesinato, malos tratos a los padres, pero, sobre todo, robo, mucho robo”.

En su internamiento contó con el apoyo de su madre, “siempre ha estado conmigo a fondo. De Almería a Estepona no sé cuántos kilómetros habrá, pero venía todos los fines de semana, todos. Le dejaban dinero para poder ir a verme, se pegaba unas palizas... Venía con mi abuela”. Ahora Ale es consciente de todo lo que le hizo pasar y recuerda que su madre tiene plastificadas y guardadas algunas de las cartas que él le envió mientras estuvo en el centro.

Reconoce que es muy típico que los niños internados digan “que os vayáis a tomar por culo, no quiero ver a nadie”. Cree que eso “es la picardía del rebelde de chico, que la sacas igual como después te ‘jartas’ de llorar”.

Ahora, con 23 años, “me puedo acordar muchas veces de las visitas que he tenido de menor”, pero la que no olvida es la única que tuvo en la cárcel. “Ingresé en prisión poco tiempo, menos mal, porque era una causa que en verdad era una condena larga. No estuve ni un mes –en preventiva, todavía tiene la causa pendiente–. Y la única visita que yo tuve allí fue la que a mí se me quedó como ninguna otra porque estaban los cristales” que separan al interno de su visitante. “Eso de los cristales… es un mundo”.

Régimen abierto

Cuando salió por primera vez del centro de menores conoció a Puri Fuentes, su técnico de seguimiento en medida judicial en régimen abierto, es decir, cuando Ale estaba en libertad vigilada.

Puri entendía su trabajo “como un espacio de escucha a los niños”. Lo normal es “etiquetarlos de manera siempre negativa y se trata de rascar un poco e ir más allá, trabajar en la raíz del problema, no quedarte en la apariencia y ver su situación familiar, con qué apoyos cuenta”. Se trata de “trabajar con la realidad y no con imaginación y expectativas”.

A pesar de ser situaciones difíciles, en los seis años que ha trabajado como técnico ha visto de todo, niños que han salido adelante y niños que no. “Mi trabajo ha sido acompañarlos y luego que ellos elijan”, es importante que “el menor se dé cuenta de que ya no quiere estar en eso”. Tiene que existir, por tanto, una implicación por parte de estos técnicos, que tienen que trabajar de manera individualizada.

De ahí la importancia de la escucha, a pesar de que a esas edades “suelen demandar poco”, pero, insiste esta técnico, “hay que conseguir su implicación y trabajar en esa línea, porque no tiene sentido que un menor te diga ‘Puri, yo quiero ser fontanero’ y tú le sueltes que no, que va a hacer un curso de electricidad porque es lo que hay. Así que en la medida de lo posible hay que intentar encauzarlo dentro de sus demandas porque así el trabajo es mucho más fluido y repercute más”.

4.663 es el número de internamientos de personas entre 14 y 21 años ejecutados en 2014. La mayoría (2.787) están internados en régimen semiabierto

Ale reivindica también el trabajo individualizado dentro del centro. Durante su internamiento, “me metieron en drogodependencia y allí escuchando las drogas, venga drogas, venga síntomas, venga síndrome de abstinencia, venga no sé qué”. Ale dice que cogería el dinero que da el Gobierno a los centros y pondría “más equipo técnico para escuchar a los chavales uno por uno”. Porque “tú no veas la que tenías que liar para que vinieran a hablarte, cuando estabas rallado y necesitabas desahogarte, hablar”.

Las herramientas necesarias

Evidentemente para que todo esto funcione el niño necesita tener herramientas. En este punto la educación juega un papel fundamental. Ale entiende que “no debe ser muy fácil ponerte delante de un chaval así. Te viene a ti un maestro y tú no vas a hacerle caso”. Aún así, “yo me saqué mi graduado en el centro de menores”.

El problema es que el nivel educativo en los centros “es muy bajo”, explica Puri. “Como si te lo regalaran”, dice Ale. Para él “es como si lo importante fuera que a la hora de salir tú tengas los papeles que demuestran que has estudiado, pero no que realmente te hayas formado”.

Estando ya fuera buscó con Puri un curso de FP de electricista en Manilva y “¡la lié! Bueno, en verdad no la lié, sino que, con el graduado que yo me saqué, no estaba preparado y en el curso aquello eran nada más que fórmulas y cosas raras… y yo allí me volví loco. Encima en aquella época yo seguía fumando porros, comiendo pastillas y haciendo el ‘chalao’. ¿Cómo te vas a concentrar en el estudio? Y lo dejé”.

El nivel del centro “no es el de un instituto y cuando salen y se apuntan a un módulo es cuando ven las limitaciones que tienen. Lo que yo creo que pasa es que se frustran”, añade Puri. Por otro lado, cuando salen del centro a los menores se les da una ayuda económica, una iniciativa que no comparte Puri. “Tú imagínate un niño de 14 o 15 años con 400 euros todos los meses, a lo que le digas te dice que tururú. Para mí lo ideal sería que desde los centros hubiese una coordinación con cursos formativos, con prácticas remuneradas en empresas, lo que les ayudaría a crear hábitos, a tener una responsabilidad, a sentirse útiles y a no caer en el asistencialismo”.

Una nueva vida

En contra de lo que pueda parecer, normalmente estos niños tienen la autoestima baja, lo que no favorece su salida del entorno que conocen. “Uno se ve con tanta ruina encima y tantas cosas. Tienes en mente lo que manda la vida, el trabajar, el saber hacer las cosas, levantarse… Pero ¿’pa’ qué vas a estudiar si no vas a conseguir ‘ná’? Si está aquí la gente ‘prepará’ y ¿tú te vas a poner a estudiar? Si tú eres un ‘reventao’ en la calle”, comenta Ale.

Por si fuera poco, “vuelves al ámbito de los amigos, te metes en el círculo y yo ya empecé más a lo grande”. Como consecuencia, “incumplí la medida con Puri de libertad vigilada por buscarme causas” y volvió a ingresar en el centro. Es verdad que “cuando empecé la medida con Puri intentaba esforzarme por levantarme, llegar a la hora, porque Puri era muy buena y me hablaba muy bien, pero llegaba tarde, me regañaba, me daba caña”. Volvió al estado de darle igual todo. “Si te metes en la calle, te cuesta salir en verdad”.

Con el paso de los años y para salir de su rutina habitual, Ale se mudó a Málaga. “Aquí estoy magnífico, trabajar en Estepona olvídate… y tienes que ser muy fuerte para estar allí mentalmente con el día a día. Yo puedo volver allí, pero quién dice que un día me sienta malamente y no me busque problemas. Con tus amigos, porque son tus amigos, pero ya te sientes malamente”. En Estepona además le señalan por la calle. “Es normal porque yo tampoco he sido ningún santo, así que a veces me he sentido que es mejor ni salir a la calle, cómodo no te sientes”.

En noviembre Ale vivía de ocupa en una casa. “Estaba pasando una mala racha, menos mal que aún quería sacar fuerzas y no me dejaba perder del todo”. Decidió ir al cumpleaños de su sobrina y allí coincidió “con mis abuelos del campo. Estuvimos hablando y al día siguiente me entró así la ‘chalaura’ en la cabeza y los llamé para decirles si podía irme con ellos. En el campo me quité de fumar porros –había dejado de consumir pastillas dos años antes–. Ayudaba a mi abuelo y me metí en el gimnasio, que era donde yo en verdad me desahogaba, me quitaba yo todas las paranoias”.

Ale empezó a moverse, a buscar cosas para hacer. Una de las cosas que encontró por internet fue una oferta para aprender alemán y trabajar en Alemania. Y para su sorpresa se la dieron, no se lo podía creer cuando lo llamaron para la entrevista. “¿Tú te imaginas yo en una entrevista?”, comenta todavía alucinado. Ale la pasó y ahora estudia alemán en Málaga con el curso que ha conseguido y que en verano le llevará a Alemania, donde lo formarán para ser albañil. Está entusiasmado con el alemán, habla con alemanes para “ir haciéndome el oído” a través de Periscope, se pasa el día con la libreta apuntando todo, en clase “me pongo al lado de la profesora y le pregunto todas las dudas. Ya ves, yo, que ni sabía lo que era un verbo o un sustantivo. Ahora cojo la goma de borrar y qué sensación más extraña… yo nunca había tenido el hábito de estudiar”.

El día que conocí a Ale su hermana le iba a dejar por primera vez a su sobrina en casa para que durmiera allí. Estaba contento. Le gusta su presente, pero al despedirnos volvió de nuevo al pasado y me soltó: “Si lo pienso, ¡cómo iba a estar yo aquí diciendo todo lo que estoy diciendo..., En la vida! Si yo siempre decía que no podía conseguir nada”.

Tags relacionados: número 272
+A Agrandar texto
+A Disminuir texto
Licencia

comentarios

1

  • |
    Maria Fuertes
    |
    20/06/2016 - 8:19am
    Buenos días: me ha encantado vuestro artículo. Yo soy educadora de menores en un centro de protección de la Comunidad de Madrid con niños/as entre los 0 y los 10 años. Vuestro artículo es la "parte bonita" del trabajo pero tendríais que saber en las condiciones que se trabaja con los niños.. A La Comunidad lo ultimo que le interesan son los centros de menores...
  • Tienda El Salto