Crónica de la represión en un pueblo andaluz.

Demófilo Navarro Arias fue un minero más. Un hombre cualquiera que vivió la posguerra en un pueblito de Huelva. Un derrame cerebral le impide ahora contar todo esto que por suerte fue recogido antes de que la enfermedad le robase el habla. Además, este hombre es el abuelo de la periodista que firma la entrevista.
Cuéntame cuándo, cómo y porqué asesinaron a tu abuela.
La madre de mi madre se llamaba Antonia Carderona Pascual, pero todos en el pueblo la llamaban “la calderona”. Tenía una tienda aquí en el barrio. Vendía leche y comida. Tengo el recuerdo clavado de las hileras de cántaros llenos de leche en el primer piso de la tienda. Eran cántaros que estaban nuevos. Mi abuela era una persona generosa y le gustaba ayudar a las personas. Dicen que era comunista, pero no estuvo en ningún partido ni asociación. Sin embargo, las vecinas más mayores –la mayoría de ellas ya se han muerto– me contaban que, cuando comenzó el movimiento falangista en 1936, el alcalde del pueblo, Braulio Martín creo que se llamaba, la denunció por sus ideas comunistas. Y así fue que un día llegaron a la tienda unos soldados falangistas y se la llevaron detenida. La llevaron a la puerta del cementerio y allí la fusilaron. Eso sí, antes de matarla le hicieron el “paseíllo”: a las presas que iban a matar les rapaban la cabeza y les hacían tomar un purgante para que fuesen haciéndose caca por el camino. Las llevaban amarradas a un carro tirado por caballos paseándolas por el pueblo y riéndose de ellas hasta que llegaban a la tapia del cementerio, donde las fusilaban. No hubo juicio ni nada, hacían horrores.
Aparte del asesinato de tu abuela, ¿de qué forma afectó la guerra a tu familia?
Antes de la guerra, mis padres no vivieron tan mal como lo hicimos nosotros después. Cuando se casaron, todo comenzó a complicarse dentro y fuera de casa. Mis padres tuvieron cinco hijos. Mi padre trabajaba en la mina, pero se murió de un infarto cuando yo aún era un niño. Para mi madre resultaba imposible, a pesar de que trabajaba, alimentarnos a todos, así que mi hermano y yo tuvimos que criarnos en un orfanato del Estado, donde nos obligaban a cantar el Cara al sol todos los días. Justo cuando comenzó la guerra, a mi madre también trataron de llevársela y fusilarla por ser hija de “una roja”. La tía de mi mujer me contaba que vinieron dos guardias civiles y se la llevaban ya la calle abajo cuando las vecinas nos dijeron a los cuatro hijos que éramos ya y observábamos atónitos la escena: “Seguid a vuestra madre y no dejéis que se la lleven”. Yo no me acuerdo bien, pero al parecer fuimos los cinco corriendo detrás de ella, llorando y pidiendo que por favor no se la llevasen. Llegando al cuartel, los falangistas se miraron el uno al otro y parece que les entró algún remordimiento porque le dijeron a mi madre: “Váyase usted ahora mismo”.
¿Qué experiencias marcaron más tu infancia durante la guerra?
Me acuerdo como si fuera ayer de cómo cuando llegó “el movimiento” los soldados iban por la calle en formación gritando: “Rojos, ¿dónde estáis?, salid fuera, tan valientes como sois”. Mucha gente andaba escondida en la sierra, otros en las buhardillas... hasta hubo quien se escondió dentro de un tabique. Dos hermanos de este barrio estuvieron un tiempo dentro de un tabique. Uno de ellos logró salvarse.
También me acuerdo de cómo un día jugando por la calle llegamos andando al parque. Ahora donde hay un bar antes no había nada construido, salvo una caseta de consumo para quien entraba con mercancía como garbanzos o lo que fuese y que tenían que pagar por introducirlo en el pueblo. Sólo había un celador allí. Nos asomamos por una ventana y había dos o tres falangistas pelando a las mujeres. Y las sacaron de allí con la cabeza rapada. No sabíamos por qué y sólo lo entendí mucho tiempo después, pero mi hermano Juan sí que vio como un camión lleno de hombres aparcaba en la puerta del cementerio. Él cuenta que los dejaron salir corriendo como si fueran conejos y les iban disparando y matándolos.
En la casa de por debajo vivían los Carrajola. Uno de ellos, que ha muerto hace poco y tenía la misma edad que yo, estaba jugando conmigo un día en la puerta de la casa. Esta calle era de cemento, no de riscos. Y de repente vimos un camión que iba bajando la cuesta. Las mujeres nos decían “niños, entrad en casa”, pero nosotros nos quedamos mirando y vimos, encima del camión, un corro de cuatro o cinco falangistas y llevaban a un hombre con una jáquima puesta como si fuese un animal. Lo llevaban al cementerio para matarlo.
Has mencionado que algunos fugitivos se iban a la sierra. ¿Conociste a alguno de ellos?
Sí, conocí a varios hombres de este barrio que se fueron a la sierra. Lo que hoy es esta sala de estar en aquel entonces era un cuartucho donde vivía uno al que apodaban 'El Marabás'. Este hombre, para marcharse a la sierra, tuvo que disfrazarse para pasar inadvertido. Antes en las casas no había inodoro, así que las mujeres llevaban por la mañana bien temprano en un cubito los excrementos y los tiraban al río. El Marabás se vistió de mujer y así pudo esconderse en la sierra. Ese hombre se salvó y ha muerto hace poco en Barcelona. Yo mismo guié a dos socialistas hasta la Sierra del P. Caro. Había una cueva y allí se quedaron. Era el tío de mi abuela Carderona, que se había escapado de los trabajos forzados en las minas de Almadén de la Plata con un vasco.
¿Qué recuerdos tienes de la posguerra y del régimen franquista?
Cuando se acabó la guerra los falangistas mataban incluso a más gente. Sólo por ser ellos más que nadie. La posguerra no duró como dicen hasta el 41, no, no, el hambre y las fatigas las pasamos hasta bien entrados los 50. Pasamos hambre y llevábamos las zapatillas y la ropa rotas. Yo he trabajado en la mina y haciendo carbón en el monte. Tu abuela trabajaba limpiando y vendiendo pan. Andábamos muchos kilómetros todos los días por el bosque. Recuerdo varios sitios donde había piedras con cruces blancas pintadas con cal. Y los más mayores contaban que “esas cruces que veis ahí son porque ésos no llegaron ni al cementerio”. También recuerdo cómo cuando se pasaba junto a una formación de falangistas había que “saludar la bandera”. Tengo una escena que no se me borra de la memoria. Un hombre venía con la leche cargada en una burra y unos falangistas le gritaron: “Oiga, ¿usted no ha visto la bandera? Venga, hombre, salude usted la bandera, parece mentira, ¡arriba España!”. Y el hombre respondió amedrentado: “¡Arriba España!”.
¿De qué forma te afectaron personalmente las injusticias del régimen franquista?
De muchas formas, pero sobre todo lo que más destacaría sería mi encarcelación. Antes los sábados también se trabajaba, porque si no, no teníamos ni para comer. Hubo un sábado que tres hombres del barrio fuimos a hacer carbón. Uno de nosotros era un soldado que acababa de llegar y tenía el día libre. Sin quitarse siquiera el uniforme, se vino con nosotros. Era verano y cuando veníamos de vuelta con el saco de carbón cargado a la espalda, nos entró una sed terrible pero no teníamos más agua. Así que entramos en un huerto y cogimos un racimo de uvas, con tan mala suerte que el dueño del huerto nos encontró y nos dijo que iba a denunciarnos a la Guardia Civil.
Esa misma tarde, la Guardia Civil se presentó efectivamente en nuestras casas y nos llevaron detenidos. Dos semanas nos pasamos en la cárcel sin saber qué iban a hacer con nosotros hasta que un día nos dijeron... que nos trasladaban a otra cárcel. No lo podíamos creer. Por un racimo de uvas. Allí pasamos otras dos semanas de hambre y miseria hasta que por fin nos dejaron libres. A todos, menos al soldado, al que acusaron dios sabe de qué. No nos explicaron nunca de qué se nos acusaba.
¿Hay algo que te gustaría hacer con estos horribles recuerdos? ¿Te gustaría ser indemnizado?
Hoy por fin puedo decir que ya no me da miedo hablar, porque la vida que me queda ya es muy corta. Una indemnización tiene que ser muy complicado porque yo no tengo papeles de mi abuela y los testigos que había están todos muertos. Pero sí hay algo que me gustaría. Aquí en el pueblo van cada año los comunistas a una fosa común donde están enterrados no sólo comunistas, sino trabajadores que tal vez tuvieron una mala conversación con un falangista. Ellos van allí y ponen flores. Me gustaría ir la próxima vez y contar la historia de mi abuela, la Calderona.
Por lo demás, a mí la política no me interesa, aunque ahora ha aparecido un muchacho que se llama Pablo Iglesias y ya está todo el mundo en contra de él. Ese muchacho dice la verdad, es uno que tiene una coleta. Todo lo que dice es en contra del gobierno y de lo que está haciendo con los pobres. Sabe hablar muy bien porque ese hombre es de academia. Es joven. Y no veas cuando habla en la televisión: “A quien se le diga que éstos, que son millonarios, viven a costa de los desgraciados que están trabajando en las minas y en los barcos por cuatro monedas, y que en una crisis tengan más millones y haya mas esclavos todavía...”. Éste, si hubiera dicho todo esto en la época de Franco, lo habrían fusilado. Claro que sí. A quien dijera cualquier cosa en contra.
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