Movilidad
Pedaladas de cambio, placer y alegría

Repasamos la historia de la bici desde una perspectiva feminista

19/06/15 · 8:00
Edición impresa
Bici Crítica en Madrid, en 2009. / Olmo Calvo

Alegría entre las piernas. Buen humor, sostenibilidad, autoempleo y empoderamiento. Placer. La bici cambia a las personas y las ciudades. Cuando pedaleamos silbamos, cantamos, nos reímos y vivimos los espacios que atravesamos. Lo cuenta Pedro Bravo, autor del libro Biciosos: “La bici, como me dijeron una vez, convierte los lunes en sábados”. Moverse a pedales hace las ciudades más habitables, con menos contaminación y más amables para todas las personas, contribuyendo a apaciguar el tráfico. Para Bravo, “la bicicleta convierte un espacio como las urbes en algo realmente público y compartido”. Sin embargo, a pesar de todos estos beneficios, la mayoría de políticas públicas de movilidad y educación no van destinadas a la promoción del uso de la bici, sino que contribuyen a la promoción de vehículos dependientes de energías fósiles. El lobby del automóvil es fuerte y reflotar la industria automovilística está en la hoja de ruta del Gobierno del PP. Sin ir más lejos, el 14 de mayo el ministro de Industria, Energía y Tu­rismo, José Manuel Soria, anunciaba un nuevo plan PIVE con ayudas de 225 millones de euros para la compra de nuevos vehículos. Una cifra que contrasta con otras como los 23,7 millones de euros aprobados en los Presupues­tos Generales de 2015 para actuaciones destinadas a la prevención integral de la violencia de género.

”En el siglo XIX se decía que las mujeres  que se masturbasen con el sillín perdían las ganas de procrear”

La limpieza del aire en las ciudades tampoco está en la agenda de muchos gobiernos. Según un informe publicado por la Organización Mundial de la Salud hace un año, 37 ciudades españolas superan los índices recomendados de contaminación. Como recuerda Pedro Bravo, “la contaminación causa más muertes y enfermedades al año que los accidentes”.

La época victoriana

La historia de la bicicleta está inevitablemente unida al proceso de emancipación de las mujeres de clase media blanca. Como indica el autor de Biciosos, “la bici permite a las mujeres salir solas, cambia la forma de vestirse, acaba con los corsés y se empieza a hablar del disfrute sexual de la mujer y de cómo los sillines pueden provocar orgasmos, aunque, por supuesto, no se nombra así”.

A finales del siglo XIX las bicicletas se empiezan a popularizar en Inglaterra y Estados Unidos entre las clases medias y altas. La sociedad más patriarcal, asustada por un posible auge de la independencia femenina, comienza a lanzar sus dardos en forma de estudios y artículos pseudocientíficos en los que alerta sobre los peligros de usar este nuevo vehículo a pedales. Una de las primeras “enfermedades” que recoge la revista Literary Digest en 1895 es la que se conoce como “cara de bicicleta”. Los principales síntomas, sobre todo si eres mujer, eran: palidez, ojeras, labios apretados y mirada saltona. Pero la cara de bicicleta no es todo: ansiedad, taquicardias, insomnio. El cuadro se completa, como indica Janet M. David en The Circus Age, Culture and Society Under the American Big Top, con posibles daños reproductivos o desplazamientos del útero. En el suma y sigue de desaguisados se advierte de que masturbarte con el sillín puede quitarte las ganas de procrear.

La bicicleta también catapultó el cambio de vestimenta entre las mujeres, que dejaron de lado pesadas faldas y corsés para ponerse pantalones bombacho y una vestimenta más ligera. Un cambio imparable que llega hasta nuestros días. Así se expresa en 1896 en el Munsey’s Magazine: “Mientras para los hombres de clase media-alta la bici es un nuevo juguete, para las mujeres es un escalón que les cambia la vida”.

La bicicleta en España

Los comienzos de la bici en España también se vinculan a las clases altas, según Pedro Bravo: “Al principio sólo la usaban aquellos que hablaban de hacer sport, pero con el desarrollo industrial se empiezan a hacer bicis más baratas y se convierte en el vehículo del pueblo hasta casi la Segunda Guerra Mundial”. De hecho, las empresas que popularizaron las bicis, como la vasca Orbea, comenzaron siendo fábricas de armas hasta que se reconvirtieron en 1926. En los inicios de la Guerra Civil la bici también tuvo un papel central, como recuerda Sol Otero, hija de uno de los principales impulsores del vehículo a pedales, Enrique Otero. “Cuando empezó la guerra a mi padre le nombraron capitán del batallón ciclista; también había motos. Llevaban los partes de guerra del Alto Estado Mayor a los frentes”. La clandestinidad también se articulaba entre bielas y platos. Las mujeres que participaron en la resistencia francesa, según explica en un estudio Isabel Munera Sánchez, se movían a pedales porque “los autobuses eran lugares muy peligrosos sometidos a inspecciones”.

El dominio de los coches

Hasta casi mediados del siglo XX la bici será la reina de caminos y carreteras, pero tras la Segunda Guerra Mundial, como recuerda Pedro Bra­vo, las políticas desarrollistas buscan reactivar la economía y ahí la fabricación de coches será central”. El abaratamiento de los vehículos mediante la fabricación fordista en cadena y la aparición de las ciudades difusas y dispersas, con espacios muy alejados entre sí, darán el impulso definitivo a la dominación de los coches. La industria del automóvil pisará fuerte. Un caso paradigmático es el de Los Ángeles, donde, según el documental Cars vs Bikes (2015), Gene­ral Motors compró la red pública de autobuses y tranvías para desmantelarla poco a poco y poder sustituir el trasporte público por el transporte privado y construir grandes autopistas. Así, a través del cine y la publicidad, el relato de la velocidad, la libertad, el varón autosuficiente, la potencia y la modernidad a cuatro ruedas irá conquistando los imaginarios colectivos.

Como escribía Ramón Fernández Durán en Un planeta de metrópolis, “en las sociedades el paso a la edad adulta está marcado por el acceso al carnet de conducir y al uso del automóvil (‘conduzco, luego existo’) y el coche se ha convertido en el instrumento ideal para la penetración de los valores dominantes”. Valores, por otro lado, fuertemente vinculados a la masculinidad imperante, al capital, al patriarcado, y que han configurado la estructura de las ciudades y nuestras pautas de movilidad, donde el desplazamiento sostenible no parece ser prioritario.

Frente a la madurez del conductor de coches está la bicicleta, que se percibe como algo vinculado a la infancia o al deporte masculino y no como una apuesta real de movilidad. Para Rebeca, del colectivo Cicliátrico, “la bici se relaciona con las personas que trabajan y las que no. Cuando te mueves en bici por la ciudad a veces te llaman ecologista, perroflauta o te dicen que te busques un trabajo. Aun­que poco a poco esto va cambiando, porque cada vez más gente se desplaza de manera sostenible”.

Más de un siglo después de que la clase media blanca victoriana empezara a moverse a pedales, la bici continúa siendo una herramienta que contribuye al empoderamiento de las mujeres y que reta las visiones masculinas de movilidad. No en vano, distintos manuales de autodefensa feminista como el del mexicano Comando Colibrí recomiendan el uso de la bici para desplazarse de forma segura.

”La bicicleta es una herramienta de empoderamiento para  mujeres, bolleras y trans”

Desde Cicliátrico también apuestan por la bici como medio de transporte y su discurso va más allá: reivindican el potencial transformador del pedal para mujeres, bolleras y trans. “Siempre que se ve a una mujer usando una bici se la presupone lenta, un estorbo. A veces te pitan o te insultan o se piensa que estás haciendo recados por el barrio o pequeños desplazamientos”, explica Elena, una de las participantes del colectivo. La realidad, sin embargo, dista mucho de estos tópicos y distintos proyectos feministas de autoempleo en bici, como Radius Mensajeras, donde todo son mujeres, o A toda Biela, demuestran lo contrario.

Pero el estereotipo en torno a las mujeres y su movilidad no está sólo entre los conductores, también ha calado en el sector bicicletero más masculino. “Durante muchos años he participado en talleres de reparación de distintos centros sociales, pero me resultaba muy difícil aprender –cuenta Rebeca–. Los tíos querían hacerlo todo ellos y decían ‘yo te enseño’, pero te quitaban las herramientas”. Ése fue uno de los motivos por los que surgió Cicliátrico, un grupo de colegas que se juntaron para generar un espacio de aprendizaje conjunto, “basado en la horizontalidad y no competitividad”, como explica Elena.

Cicliátrico lleva años rodando por distintos centros sociales y, además de la mecánica, se realizan talleres de fabricación de juguetes sexuales con piezas de bici “para visibilizar –como indica Rebeca– las prácticas sexuales de sexualidad disidentes, con prácticas que no están visualizadas, como el BDSM”.

Moverse en bici no es sólo apostar por la sostenibilidad. Revoluciona nuestra sexualidad, nuestro consumo, nuestras relaciones sociales, un fenómeno imparable que, como recuerda Pedro Bravo, “lleva a la transformación individual pero también a la transformación colectiva”.

¿Quién dijo cuero? El placer del háztelo tú misma

Látigos largos, cortos, con muchos flecos, single tails, fustas con palos de esquí, pinzas para los pezones y los labios vaginales, ligueros, arnés de cadera, pierna o frente “tipo unicornio”, collares de perra o esposas. La lista es larga, sugerente y apta para todos los bolsillos. El BDSM se viste de neumático, cadenas y radios de bici. “Nos dimos cuenta de que hay un montón de juguetes que son muy caros porque están hechos de cuero. Aquí por ocho euros cualquiera se puede hacer un arnés vegano con cámara de bici”, cuenta Rebeca de Cicliátrico.
 

Educación vial frente a permisos y regulaciones 

Cada poco tiempo la DGT lanza un globo sonda para ver cómo respira una posible regulación en torno a la bici. Matriculación, casco obligatorio o permisos de circulación son algunas de las medidas que se anuncian y que finalmente se acaban desmintiendo. “Son propuestas contraproducentes que van en contra del uso de la bici”, recuerda Pedro Bravo, autor del libro Biciosos. Las propuestas de distintos colectivos, más que por imponer medidas disuasorias, pasan por fomentar la educación vial también entre conductores de coches y ciclistas. Siempre con mucho mimo.
 

Bicipiquetes, masas críticas y endorfinas

Sentir el fresquito en la cara es uno de los placeres más comunes para las que vamos en bici. Protestar a pedales tiene sus ventajas. En las huelgas, los bicipiquetes pueden recorrer diferentes barrios y crear desconcierto cambiando repentinamente su ruta, saltándose las medianas de la carretera o simplemente saliendo por una pequeña calle. Otras protestas más inclusivas para todos los cuerpos y edades son las ciclonudistas que se celebran una vez al año bajo consignas como “en bici y en bolas esta ciudad sí que mola”. Una vez al mes se reúnen también distintas masas crírticas para rodar por la ciudad en modo random sin ninguna cabeza visible que convoque. El baile también es compatible con el pedal y cada vez es más habitual que colectivos ecofeministas recorran la ciudad para visibilizar luchas feministas.

Tags relacionados: Número 248
+A Agrandar texto
+A Disminuir texto
Licencia

comentarios

0

Tienda El Salto