Remedios Zafra
autora de 'Ojos y capital'
“En lo que vemos y en lo que damos en la cultura red 'nosotros' también vamos adjuntos”

Internet ha transformado nuestros modos de socializar, y la propia red ha mutado desde sus comienzos hasta su conversión en una herramienta central de nuestras vidas.

, Sevilla
08/05/15 · 8:00
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Remedios Zafra

Los ritmos, la premura, nos aprisionan. Este ensayo es un pararse a mirar. Pero mirar de otra manera, adquirir “una suerte de extrañamiento necesario” para analizar lo que hacemos cada día, para pensar nuestro tiempo. Remedios Zafra nos invita a través de la “textura piel” de este libro a intercalar las “palabras que rodean a los ojos y las máquinas” junto con aquellas “que reptan por la tierra”. Ojos y capital llega hasta mis manos y descubro, nuevamente, que esta autora se ha convertido en referente indispensable para la reflexión de nuestro presente. Desde la cultura visual enlaza con la economía que circula en la cultura-red, de la que todas formamos parte y nos atraviesa, sin tener en cuenta ni nuestras vidas ni nuestros cuerpos.
Nos encontramos posiblemente ante uno de los mejores trabajos de Remedios Zafra, un texto imprescindible para afinar la reflexión en torno a la cultura vinculada a internet. Y como hay mucho por conversar, directamente ponemos el oído en la visualidad de sus palabras aquí reunidas, en la lucidez y, a veces, necesaria sombra, para conocer y reconocernos...

Haces referencia a la idea de “multitud sobrecogedora, casi lo que en otro tiempo llamábamos pueblo”, también de “multitudes de personas solas unidas por ojos que nos hacen sentir conectados y entretenidos en pantallas que tejen una nueva idea de lo real”. Y me haces pensar en la idea de “redes” y de “comunidades”, de cómo en los principios de los dos mil se hablaba más de la primera y a partir de la web social de la segunda. ¿A qué crees que se debe?, ¿de qué manera ha variado nuestras posibilidades de socialización?
 

Una característica del neoliberalismo es la inercia a neutralizar lo político bajo una primacía del consumo y la velocidad 

Creo que los espacios en ciernes, cuando aún se ven como eriales y como “proyecto” atraen en mayor medida a la imaginación política, al deseo de “por fin hacer algo diferente”. Lo nuevo se percibe en sus inicios como algo más revolucionario, y en los noventa y hasta principios de los dos mil, cuando hablábamos de internet teníamos la sensación de “no querer repetir el mundo de afuera, el mundo offline”. Y esto tiene mucho que ver con que en los inicios de la socialización de la red latiera una imagen más política de la colectividad online en tanto “proyecto”, frente a la imagen más reciente que parece esconder en su calificativo de (web) “social” justo lo contrario: que lo social está cada vez más atomizado y la estructura-red, más territorializada y colonizada por grandes monopolios de la industria digital. Considero que una característica del neoliberalismo que sustenta esta colonización es la inercia a neutralizar lo político bajo una primacía del consumo y la velocidad disfrazados de progreso y puestos a disposición del capital. En este sentido, pienso que la socialidad online está condicionada no sólo por la propia lógica material de la máquina como dispositivo personal (pensada para “unos ojos que miran y unas manos que teclean”), sino también por la estructura de esta territorialización y que en conjunto propicia esa multitud de personas solas (incluso rodeadas de gente) y constantemente entretenidas tras sus pantallas.

Siempre que estemos online nos sentimos acompañados pero la socialización difiere, la posibilidad de “desconectar” de una comunidad y pasar a otros vínculos y a otras cosas, en el exceso y la celeridad que hoy caracteriza la vida en red, nos habla de una transformación de lo humano también en su dimensión comunitaria. Lo grupal se cohesiona por vínculos que no obligan demasiado en una cultura donde lo que duele puede ser “desactivado”.

Aquella idea de internet como herramienta de empoderamiento ha ido decayendo con los años, aunque muchas personas y colectivos sigan poniendo en práctica proyectos que demuestran lo contrario. Señalas directamente el peligro de “delegar las decisiones en filtros de almacenamiento”, sin duda algo sobre lo que todavía falta mucho por trabajar. Pero, si bien creo que sería no ver en movimientos y acontecimientos políticos de relevancia como el 15M una fuerte influencia de las prácticas que ya se daban en la red, ¿cómo valorarías el momento actual? porque en el libro hablas de ello, del control y la privatización de la red, pero no dejas muy claro tu posición más o menos optimista al respecto.

A mi modo de ver, una tarea de la escritura reflexiva y el pensamiento crítico sobre internet es intentar desgranar y hacer pensativas las contradicciones del mundo conectado; advertir de las amenazas y tendencias a la opresión simbólica y repetición de formas de poder que el entusiasmo por el cambio nos puede hacer invisibles. Creo que es una de las razonas por las que en el libro no prima un posicionamiento optimista sobre la primacía de lo revolucionario frente a lo repetitivo. Justamente porque si queremos que internet sea un aparato mejor para la transformación hacia un mundo más igualitario, es fundamental que hagamos una lectura crítica, que no temamos deshilar sus zonas de sombra.

Claro que la red está siendo clave para el empoderamiento de la ciudadanía, pero pienso que no ha sido la red el motor, sino la desigualdad extrema lo que nos ha permitido instrumentalizar internet y valernos de su horizontalidad y capacidad de confluencia para el cambio social.

Internet ha favorecido el poder de la ciudadanía, pero también el avance de identidades (o afinidades) marcadas más por la comparecencia en la colectividad que por la pertenencia a la misma. Quiero decir que los vínculos fuertes que en otro tiempo caracterizaban lo colectivo son ahora distintos, están mutando hacia otra cosa que habla del momento actual por el que me preguntas y de internet. En mi opinión esta transformación no tiene por qué ser negativa, pues esos vínculos fuertes y colectivos del pasado también hablaban de dogmatismos que han sido y son argumento de desigualdad. Hoy, tendemos a alejarnos de ellos, buscando la no-simplificación, la negociación no dicotómica, la necesidad de habitar la complejidad desde sus múltiples aristas, aunque siga resultando algo instintivo partir el mundo en dos, inmediatamente vemos que la realidad es sucia y está mezclada y que después de siglos de mantenimiento de identidades fuertes que nos marcaban, lo que nos une hoy (como en los más recientes movimientos sociales) no es “lo que somos”, sino un sentir por rechazo, sentir que “no somos eso”, que “no estamos de acuerdo”, que “eso no nos representa”. Creo que esta sensación ha contribuido a hermanar la potencia más líquida y globalizadora de la red y la potencia de los más recientes movimientos sociales, al menos en Occidente.

Nos describes a la perfección lo que denominas como “cultura red excedentaria”, al tiempo que alertas sobre la invisibilidad de los mecanismos de control. También comentas sobre la proliferación de servicios que aparentando “dar” sobre todo “reciben”. Teniendo en cuenta las diferentes fases por las que hemos ido pasando, en este y otros medios, ¿consideras que es un fenómeno transitorio que será regulado o es sólo un anticipo de las prácticas de capitalismo cognitivo salvaje y mercadeo de datos personales que nos espera?

Todo hace pensar que será regulado, la cuestión es saber si los poderes que lo regulan serán los poderes políticos y legislativos en los que delegamos la ciudadanía, o si serán los poderes disfrazados de política que siguen dependiendo fuertemente del capital.

Por otro lado, lo inquietante sería que nos resignáramos a un uso opresivo de lo que donamos automática o inconscientemente a las empresas online como parte del peaje de nuestras vidas conectadas. Pensar que “todos lo hacen” para presuponer que no se deriva consecuencia (porque los demás no pueden estar equivocados) y confiar en que alguien está ocupándose de vigilar nuestros derechos es algo que no debiéramos dar por sentado.

El factor cuantitativo que pones en evidencia a la hora de generar valor en la red, de manera que “lo más visto” adquiere relevancia sobre lo que no lo es, llegas incluso a emplear la palabra “oclocracia o gobierno de la muchedumbre”. Pero también hablas de que lo que entre todos producimos es gestionado por unos pocos, algo que no se diferencia de otros contextos. ¿Cómo podríamos contrarrestar estos elementos?
 

Todas las dimensiones de nuestra vida pasan por la red y la gestión de lo visible no es ni mucho menos una gestión pública

Hay algo perverso en cómo ha evolucionado la red. Si al principio la seña de identidad era la estructura horizontal y desjerarquizada (de todos a todos), pronto el exceso de voces y cosas derivó en la necesidad de mecanismos de “jerarquización” y ordenamiento que nosotros mismos demandábamos para poder enfrentarnos al increíble excedente de información y mundo online. Esto no tendría más importancia si habláramos de una parcela de nuestra vida, pero hoy prácticamente todas las dimensiones de nuestra vida pasan por la red y la gestión de lo visible no es ni mucho menos una gestión pública, sino controlada por muy pocas empresas con sus correspondientes intereses. Entender que lo que se jerarquiza afecta cada vez más a la vida de las personas y crea “espacio público”, debiera ser también cosa que incumba a la gestión política de lo público.

De otro lado, me parece llamativo que como criterio de valor y bajo el disfraz de lo democrático nos hayan vendido la primacía de “lo muy visto”, el factor cuantitativo como mera garantía para posicionar las cosas, como si engañosamente eso supusiera algo más que “ser muy visto” olvidando los diversos niveles y categorías que se esconden en lo mayoritario (lo escabroso, lo cómico, lo morboso, lo popular, lo visto por los otros, etc.).

¿Cómo contrarrestarlo? El conocimiento es, en mi opinión, el primer paso para no dejarnos llevar como ensamblajes de la máquina-red, o como parte de las masas que se reconfortan en su invisibilidad (hago lo que hacen todos). Es fácil reducir el valor a lo que dice la masa, pero lo democrático supone una conciencia sobre lo que se hace que no debemos dar por supuesta, igual que en las formas de posicionamiento en la red no podemos presuponer categorías de valor ecuánimes, obviando que en ellas se esconde una intencionalidad de quien controla el recuento, la máquina, el programa, el dispositivo… quien habitualmente se hace a sí mismo invisible. Presuponer imparcialidad en una empresa cuyo objetivo es tener beneficios, o en un sistema al que le beneficia la rapidez como motor de consumo (y en consecuencia como freno de la conciencia) es cuando menos algo que debiera interesarnos. Creo que esta dialéctica entre oclocracia y democracia que hace tiempo leí con interés en los textos de Juan Martín Prada, es descriptiva de una colectividad que domestica frente a una que emancipa.

Casi al final, dices: “Los algoritmos que nos facilitan las cosas también suelen dejar fuera la complejidad y los matices de la vida. Justo sobre los que suele tratar la mirada artística, la mirada crítica, la mirada inconforme, la que requiere conciencia. Tristemente la que parece desmantelarse cuando en estos tiempos se infravalora la educación, el arte y el pensamiento (especialmente, si no son rentables, si no se reducen en ojos, en capital)”. Me parece que es un párrafo que resume parte del contenido del libro y no puedo evitar extrapolarlo a la crisis de la democracia representativa, si delegamos nuestras decisiones en unos pocos, como en los algoritmos, caemos en el mismo error... Cómo podemos manejarnos en esa complejidad más justa e igualitaria, pero con sus contradicciones e ingobernabilidad inherente, ¿podrían ser las pantallas probetas de experimentación de nuevas prácticas políticas y sociales?

Creo que las pantallas son probetas de experimentación cotidianamente, constantemente. Tanto para la ciudadanía en su componente social e individual, y por supuesto para las industrias que colonizan y construyen las estructuras por las que circulamos, la red es un experimentar constante. La cuestión, posiblemente, radique en el poder de dicha experimentación para quien habita la red, frente a quien conoce y gestiona las formas en las que cada uno de nosotros y en conjunto habitamos la red. Entonces no se trata sólo de la intencionalidad del uso, sino de los mecanismos que cada cual dispone para experimentar. Ahí la desigualdad no hace sino ampliarse conforme nos convertimos en suministradores de información y poder para aquellos que, de muchas maneras, poseen nuevos instrumentos de dominación y experimentación.
 

El conocimiento es, en mi opinión, el primer paso para no dejarnos llevar como ensamblajes de la máquina-red

Dichos instrumentos proporcionan cada vez más, el control de las autopistas de la red y el poder sobre los datos que en conjunto damos y formamos la multitud de personas conectadas (lo que nos mueve y nos punza, lo que hacemos, buscamos y decimos cuando nadie nos ve…). Pero pasa que gran parte de esa producción es pública y visible y que en ese sentido algo está a nuestro favor. Me refiero a cómo la hipervisibilidad de todo propia de la cultura-red, tanto puede paralizarnos (ante la dificultad de intervenir en un contexto excesivo y en apariencia complejo), como desnudar la desigualdad y activar la conciencia. Que prácticamente todo sea visible también para nosotros, supone por ejemplo, que los pobres saben como viven los ricos, que la gente sabe cómo viven los pobres y cómo viven los ricos, que la desigualdad es visible y que si todos la vemos, algo nos une y nos obliga. He aquí una semilla para la no resignación, la conversión en agentes activos.

¿Cómo manejarnos en esta complejidad? Pues no sabría simplificar, pero la educación es siempre una de las respuestas, aunque no una educación a imagen y semejanza del poder, un sistema al que no le interesa la utilidad de lo que ellos consideran “inútil”, como el arte y el pensamiento. De hecho, llama la atención que se cuestione la pertinencia de educar para que las personas sean librepensadoras y capaces de cambiar sus mundos de vida y de poder; llama la atención que ese poder argumente la necesidad de una educación “práctica” que excluya los saberes “inútiles” para pensar por sí mismos, buscando (dicen) primar el plato de comida antes que (pensamos) el cuestionamiento de un mundo que permite que no todos tengan plato de comida.

Me gustaría poner en valor el tipo de ensayo que tú nos ofreces, en el que es de agradecer esa capacidad para mezclar elementos de reflexión y crítica junto a pasajes de alto contenido poético. Sabemos que es a través de la ficción como mejor nos explicamos el mundo. Pero considero especialmente valiente salirse del encorsetamiento de cada género. ¿Podrías decirnos algo sobre qué te movió a escribir este libro ahora y sobre esa “cara b” o libro de relatos, Lamer los ojos, que anuncias que escribiste al mismo tiempo, casi en línea paralela?

Rehuir del corsé de los géneros (literarios y ensayísticos) es para mí importante como gesto político. Siento que muchos de los epígrafes y estantes en los que hemos organizado mundo y conocimiento no me representan, y voluntariamente decido no someterme a ellos, a riesgo de que mis libros tengan a veces dificultad para enmarcarse en una base de datos.

En Ojos y capital confluye la reflexión con la narración de experiencia cotidiana, lo poético y lo analítico con lo puntualmente ficticio, como elementos necesarios para pensar el presente. En la convicción de que sólo desde la parcialidad subjetiva que prima el pensamiento pero que no rechaza la ambigüedad y la contradicción, podría traducir y hacer reflexiva una mirada a la contemporaneidad, especialmente si hay una vocación (política) de cambiar cosas y mundo, una insatisfacción con que “esto ya no nos vale”.

Este libro además tiene, como dices, una “cara b” que se deja ver a veces. Se trata de un libro inédito de relatos escrito paralelamente a Ojos y capital y que se asoma inevitablemente en él. Dicho libro es para mí lo más valioso e importante, pues trata sobre la muerte de mi hermana, o lo que yo considero doble muerte de mi hermana. Un cáncer acompañado de una muerte social, o mejor dicho, de un “matar social”. Una historia tan triste que sólo podría contarse como mentira siendo como es verdad. De ella lo que más punza y vincula a ambos libros es el descubrimiento de una colectividad con poder para empujar o para salvar al disidente o al diferente. Ese poder de “matar” al otro cuando el pueblo se hace masa y te abandona, esa capacidad que tiene la mirada de la que hablaba Virginia Woolf al afirmar: “no son las catástrofes, los asesinatos, ni las enfermedades lo que nos envejece y nos mata, es la manera como los demás nos miran y susurran y suben las escalerillas del autobús”. Las muertes físicas se superan con el tiempo, pero la muerte social siempre puede haberse evitado, nos moviliza e interpela necesariamente a cambiar mundo, obliga a hacer reflexivo el trauma para seguir viviendo con los demás.

En mi caso irremediablemente este otro libro más íntimo se ha infiltrado en el libro público y no he querido censurarlo, porque los fogonazos que de él impregnan Ojos y capital me permiten hablar de lo que importa en esa vocación siempre insuficiente e incompleta de entender y transformar mundo. La subjetividad es la sustancia de la escritura y la poesía es respuesta a la dificultad de no poder nombrar del todo lo que nos hace daño.

El tiempo es uno de los elementos más presentes en este ensayo, inevitable en cualquier tipo de análisis de nuestra contemporaneidad. Te refieres a “lo vertiginoso”, al “instante”, la “obsolescencia”. Pero ¿no crees que si hay algo característico de la cultura red es el no-tiempo, la atemporalidad, el espacio como fisonomía definitoria antes que la temporalidad?

Es la ausencia de tiempo, su sensación al menos, lo que en mi opinión caracteriza esta época. Ese “no-tiempo” al que te refieres es a mi modo de ver el espejismo que alimenta la celeridad de las cosas en las pantallas. Creo que su recuperación es ahora lo revolucionario. Lo creo porque la celeridad sólo puede apoyarse en las ideas preconcebidas (aquéllas que ya teníamos y que tienden a repetir formas desiguales de vida). Sólo la disposición de tiempo para detenernos y pensar, para enfrentar la inercia de las cosas, podría, creo yo, favorecer un verdadero ejercicio de conciencia.

Asumiendo nuestro papel de prosumidores, a veces inconscientes e hiperactivos, otras trabajadoras precarizadas en busca de visibilidad. Pienso que las que activamos y generamos contenidos en la red no lo hacemos como una manera de poner en valor nuestro trabajo (que rara vez canaliza en una remuneración) sino como sencillamente un deseo por no renunciar a esa capacidad de compartir conocimiento y sus posibilidades transformadoras. Ante esta encrucijada, ¿qué podemos hacer?

Creo que hay una batalla simultánea en este sentido, por una parte reivindicar el pago por nuestro trabajo. Por otra, revalorizar los trabajos que han caracterizado el prosumo social y, sobre todo, el clásico prosumo de las mujeres, habitualmente relacionado con el cuidado de los otros o con una implicación altruista en alguna causa social. Mientras estos trabajos de cuidados y voluntariado sigan estando feminizados habrá desigualdad y seguirán operando como modelo asimétrico para las personas.

Ante la colonización de la mirada, ¿cuales serían los medios o las estrategias de descolonización que pudieran ser más efectivas?

Me vienen a la cabeza palabras que decimos a menudo y que no podemos dejar que pierdan valor y significado, que debiéramos ser capaces de enfatizar para extrañarnos frente a ellas y recuperarlas con pasión como esas estrategias por las que preguntas. Me refiero a: educación pública, mirada ética, pensamiento crítico, libertad… Diversidad en lo humano, igualdad en lo social. Por mucho que las pronunciemos nunca debiéramos despojar estas palabras de su significado, cada vez debiera ser como descubrirlas.

Pones en relación “ocularcentrismo” y “patriarcado”, de la misma manera que los feminismos venían señalando esta vinculación. Describes el ocularcentrismo como forma desde la que Occidente ha primado la mirada como manera hegemónica de acceso al poder y al conocimiento. La visión asociada a las ideas de verdad y objetividad reclamada por la ciencia como manera de construir mundo e interpretación de la realidad, ideas que al mismo tiempo establecen jerarquías. Cuestionar la mirada se convierte así en una herramienta fundamental para romper con los mecanismos de dominación del patriarcado en el que las mujeres o bien no “aparecen” o si aparecen es como “materia prima pasiva”. Diría que internet ha agudizado escandalosamente este problema. ¿En qué nos estamos equivocando? ¿Por qué teniendo supuestamente las herramientas al alcance tanto hombres como mujeres se está produciendo este fenómeno?

Pienso que en la mayoría de las situaciones cotidianas no hay una premeditación de sobreponer un poder patriarcal, por ejemplo, sino que la perversidad del patriarcado viene por haberse hecho “invisible” y atravesar silenciosamente nuestras decisiones y expectativas. No deja de ser llamativa su relación con el ocularcentrismo y que su práctica, sin embargo, se apoye en la cotidiana invisibilidad de su ejercicio, como base de su normalización. La “equivocación” es pensar que las cosas pueden resolverse solas, pues solas las cosas tienden a reiterar las herencias y las formas de construcción simbólica. Quiero decir que si no intervenimos en el mundo y en internet como parte singular del mundo, las mujeres seguirán apareciendo minoritariamente en los espacios de poder, de producción y de programación, justo los más valorados, más remunerados y los que contribuyen a construir historia (véase por ejemplo el papel residual que siguen teniendo las mujeres en Wikipedia, o su escasa presencia como productoras/programadoras de tecnología…).
 

Ese poder que atraviesa las cosas y que se asienta en lo social da un empujoncito para que el chico juegue con una cosa y la chica con otra

Podemos tener las herramientas a nuestro alcance, pero ese poder que atraviesa las cosas y que se asienta en lo social da un empujoncito y una sonrisa para que el chico juegue con una cosa y la chica con otra, para que él elija un trabajo y ella responda a otra expectativa. Vencer estas silenciosas pero poderosísimas inercias sociales que tranquilizan cuando se hace “lo que esperan de nosotrxs” es aquí la cuestión.

El patriarcado tiene además un nuevo aliado en el capitalismo, ambos nos educan para “mirar con los ojos del poder” y para cruelmente contribuir a nuestro propio sometimiento. En el feminismo esto ha sido tan importante como doloroso al advertir que el patriarcado se apoya en convertir a las mujeres en sus perpetuadoras, otorgándoles roles como protectoras de un sistema conservador que las limita y que previamente las ha denostado.

Dices que en internet distintas identidades se nos solapan en la mediación de la pantalla y los espacios de relación pero, contrariamente a lo que pensábamos que sucedería, lejos de jugar con metaidentidades con las que cuestionar y experimentar este sentido, se está dando una sobreexposición (los selfies por ejemplo) de nuestros cuerpos de una forma alarmantemente homogénea. ¿Es esto consecuencia de esos algoritmos invisibles que nos manipulan para convertirnos de “consumidores” a “producto” o tendría una explicación social o estética más compleja?

Supongo que no hay mayor rentabilidad que el hecho de que “el producto seamos nosotros mismos”. Todos volvemos allí donde está nuestro nombre o foto. La autorrepresentación es la mejor estrategia de fidelidad imaginable, allí donde nosotros somos los protagonistas en la fugaz banalidad del instante, mañana tendremos que subir más y más selfies porque lo de ayer quedó demasiado viejo… Selfies que se parecerán enormemente, porque es en la superficialidad más epidérmica donde el capitalismo incita la transformación (el color de tu máscara de ojos o de tu filtro Photoshop), una estetización brutalmente homogeneizadora.

En los noventa, cuando primaba una lectura política y deconstructiva de la red (posiblemente porque los primeros en generar discurso crítico en la red fueron los inconformes con el mundo de antes, activistas y artistas) las advertencias sobre la colonización empresarial de internet eran constantes. Entonces, ingenuamente creíamos que la pantalla nos permitiría dejar atrás los lastres de la materialidad del cuerpo y sus estereotipos, pero lo que ha ocurrido es que la hegemonía de la representación se apoya cada vez más en lo real, en internet es lo que tiene mayor valor, que lo expuesto sea fragmento de realidad… de ahí la primacía de redes apoyadas no en el texto, sino en la fotografía, como Instagram, o en el vídeo, como Youtube.

Yo sigo creyendo en el poder de la pantalla para hacer confluir lo real, lo simbólico y lo imaginario, y sus potencias emancipadoras para el sujeto, más allá de la machacona advertencia de las empresas porque lo ficticio siempre esconde delito, y lo real garantiza la seguridad. Renunciar a la imaginación es algo que no debiéramos permitir en nuestra vida y en la construcción de nuevas subjetividades en la red.

Frente a los que lanzan una crítica corrosiva y ridiculizan a aquellos que aún buscan en el contexto de la cultura-red herramientas, espacios o grietas desde los que encontrar ese anhelado potencial transformador de las lógicas capitalistas, tú mantienes sin embargo una posición más imparcial. Adviertes sobre la capacidad de trasgredir el orden establecido, sobre todo de conceptos anclados en viejas dicotomías como: público-privado, trabajo-ocio, o producción-consumo. ¿Qué podrías decirnos de esta ambivalencia? ¿Qué autores te parecen que presentan discursos o posicionamientos de mayor interés?

En mi opinión, la erosión de estas dicotomías describen la transformación a la que apunta la cultura-red. En su análisis no pretendo tomar partido por su potencia sino desvelar el nuevo territorio que habitamos y cuestionar cómo este nuevo escenario puede ser utilizado para el empoderamiento y la emancipación. Desde los estudios decoloniales y feministas y también desde la antropología y la poesía hay miradas que me interesan especialmente.

Es muy interesante esto que dices: “Todo lo que se vuelve opcional y juego genera la sensación de que es voluntario primero, provocando después la ansiedad del deseo”, lo enmarcas en el contexto de una serie de hábitos, superficiales, que se han convertido en exigencia. ¿Sería una urgencia romper con estas dinámicas?
 

La vida está plagada de intentos, prácticas y contradicciones que deberíamos hacer productivas

Una característica del consumismo es la creación de nuevas necesidades. Ayudar a desvelar los mecanismos de los que el capitalismo se vale para poder elegir libremente o elegir conscientes de estas dinámicas, me parece esencial para favorecer la emancipación. El caso es que la mayor parte de cosas de nuestra vida se nos han vuelto necesarias para la vida “social” y tomar conciencia, aun siendo importante, parece que no es suficiente. Romper la inercia requiere posicionamientos éticos en cada parcela de la vida de las personas y advertir cómo nos hemos convertido en mantenedores del sistema que criticamos… Saber, por ejemplo, que consumir algo contribuye a asentar una desigualdad porque mantenemos un sistema de precariedad y desigualdad en alguna parte de la cadena, puede ser transgresor, siempre y cuando no neutralice por sentirnos culpables, sino que empodere desde el poder de la conciencia y el poder de contagio.

Si “la tecnología permite ver lo que importa pero también “crea” lo que importa”, si no es neutral y está controlada por quienes hace uso de ellas para ganar dinero, pone en crisis el último reducto de nuestras vidas que quedaba como espacio de resistencia: los afectos. Una solución sería salir de estos “marcos” de relación, pero al mismo tiempo, quienes lo hemos intentado, notas cierta exclusión, así que nos queda intentar reapropiarnos de esos espacios. ¿Cual sería tu posición personal en este sentido?

Habito con conflicto los espacios que critico y los observo desde dentro. Mi posición es la deriva vital y reflexiva, pero también la educación y la escritura, procuro instrumentalizarlos para ello.

La vida, como la de todos, está plagada de intentos, prácticas y contradicciones que deberíamos hacer productivas. Los afectos, entendidos como un lazo subjetivo de amor humano y ético con las personas, en sus distintos gradientes, me parecen un motor que nos moviliza y que deberíamos usar (ser agentes) antes que dejarnos usar por ellos (siendo mero contenido). Me interesa la idea de “infiltrar al otro allí donde se desea un cambio” y pienso que hay muchas maneras de reapropiarse e intervenir en los espacios para cambiarlos.

Creo con entusiasmo en el poder de los posicionamientos cotidianos éticos, individuales y colectivos desde cada lugar. El arte y el feminismo, en este sentido, nos ayudan a enfrentar los conflictos desde estrategias como la parodia, la ironía, las nuevas figuraciones… Creo que también pueden ayudarnos.

En un momento dado dices que tienes la sensación de que la estadística, como nueva lógica del gusto, desplaza a la estética. ¿No ha ocurrido y ocurre esto tanto fuera como dentro del contexto digital? Ahora, más que nunca, es un verdadero problema la idea de “valor” especialmente cuando hablamos sobre cultura. ¿No crees que lo que “aún se llama arte contemporáneo” no está haciendo nada al respecto? ¿Qué se puede hacer desde la educación siendo uno de tus ámbitos profesionales?

Confieso una profunda crisis con el arte contemporáneo, o con determinado tipo de arte contemporáneo más bien, en tanto mantiene un doble discurso de crítica y aprovechamiento institucional y casi nunca se atreve a transgredir esa frontera que lo protege y que, a la par, le sirve para mantener una rentable relación con el mercado artístico.

Sin embargo, cada vez me interesa más la teoría en torno al arte y la educación artística, advierto en ambas el poder realmente democratizador del arte no reducido a lo que acota un centro o museo, sino ampliado a lo que puede crear todo ser humano. Desde mi trabajo en educación reivindico el poder del arte no sólo para formar artistas sino para formar ciudadanía, personas libres y autónomas, capaces de darse forma a “sí mismxs”. Proporcionar las estrategias de las que se valen las prácticas artísticas contemporáneas como mecanismos de pensamiento crítico y creación de idea y obra me parece un ejercicio de empoderamiento al que no debemos renunciar en educación.

De hecho, con frecuencia observo con fascinación como obras que realizan los estudiantes comparten la potencia estética y política de obras expuestas en museos. No necesitan salir en los periódicos ni talonarios de muchas cifras, simplemente les ayudan a ser más libres.

La elitización del arte contemporáneo usada como argumento de un valor donde ya casi nunca prima lo inmaterial, sino que precisa traducirse en números y cifras, no me interesa tanto como que mis estudiantes puedan necesitar leer un poema o hacer una obra para mostrar lo a veces inefable… y que eso les ayudara a ser más críticos y más libres, eso, me enloquecería.

Dices haber dudado sobre “lo que la colectividad puede”, pero en un mismo capítulo en el que citas al Ensayo sobre el don de Marcel Mauss. Me quedo con una cita en la que se dice “te doy algo y esto nos une”, que como tú bien dices no sólo hace referencia a la economía sino también a grados de socialidad y obligaciones con los otros, “de formas identitarias que nos limitan o nos abren posibilidades de ser”, llegando a la conclusión de que el error es intentar aislar en diferentes esferas lo económico, lo político o lo social. Me parece una reflexión clave, en la línea de lo que se plantea desde la economía feminista. Diría que es un elemento esperanzador, al menos ser conscientes de ello. ¿Sería también para ti un punto de partida concreto desde el que intentar cambiar las cosas?

Quizá esa duda (“lo que la colectividad puede”) tenga que ver con el dolor de comprobar que la colectividad por serlo no siempre es “buena”, pues si se deja llevar por la voz del que manda o del que más grita anula la libertad individual y se convierte en docilidad o miedo… Sin embargo, ser capaces de construir un “nosotros” con capacidad de convencer y contagiar sigue siendo condición para cambiar la sociedad.

Más concretamente, sobre tu pregunta, una de las propuestas de Ojos y capital al retomar el ensayo de Marcel Mauss es reivindicar justamente algo que diferencia el “don” de la economía capitalista, y es que los intercambios entre las personas no están despojados de vínculo moral, pero también partir de una indiferenciación de las esferas (política, económica y social) que ahora delimitamos. Cierto que los ejemplos del don no son extrapolables a una sociedad en red como la nuestra, pero sí hay elementos que merecen ser recuperados y me parece que el vínculo ético que nos obliga en lo que hacemos es hoy parte de la revolución dentro y fuera de la red. ¡¿Cómo decirlo?! Saber que importo a los demás y que los demás me importan.

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