Crónica de los intensos debates que se dieron en uno de los Congresos más estimulantes de la actualidad.
¿Qué piensan los nacidos tras la muerte de Franco de la reciente historia del Estado español en plena convulsión económica, institucional y política? ¿Qué radiografía hace la generación por debajo de los 40 del régimen heredado de sus mayores, esa mitificada Transición que nos trajo esta mitificada democracia? De aquellos barros, estos lodos y la generación Erasmus, JASP, Ni-Ni, X y Z también reclama su derecho a revolcarse en el barrizal y, con suerte, a sacar un poco la cabeza. Pide la palabra. Ofrece la ironía. Deshoja la margarita de la crisis con una visión más crítica y menos nostálgica de los últimos 39 años. Al fin y al cabo es la que recoge las migajas del festín demócrata-capitalista. Un nuevo “desencanto” o una nueva “regeneración”, según se mire.
La iniciativa del congreso “España sin (un) Franco” organizado los pasados 15, 16 y 17 de octubre por el Centro de Documentación y Estudios Avanzados de Arte Contemporáneo (CENDEAC) en Murcia reflejó estas cuestiones a través de una estructura en cinco bloques geográficos de más a menos --Europa, Constitución, Estado, Comunidades Autónomas y Ciudad-- de manos de pensadores nacidos después de la muerte de Franco. Un congreso “no académico y anarquizado”, en palabras de uno de sus organizadores, Ernesto Castro Córdoba, que resultó en algunos momentos muy académico y, en otros, delirante. En conjunto fue un congreso valiente, necesario, capaz de romper esquemas y corsés intelectuales. También recogió el espíritu de lo que el director del CENDEAC, Javier Fuentes Feo, definió como el hombre isocrático, aquel que “toma juicios sobre lo que sucede en el mundo y le concierne”. Un espacio de reflexión poco habitual que también tuvo sus aristas.
Entre los dieciséis ponentes sólo hubo dos mujeres que participaran en el congreso. Parece como si en la generación post 1975 las mujeres siguieran sin analizar la realidad que les rodea, como si su incorporación a la esfera pública no fuera uno de los cambios sociales más radicales desde que muriera el dictador. Machos beta de la esfera pública y las redes sociales, pero casi ninguna hembra con hemisferios cerebrales activos. Tan sólo acudieron a “España sin (un) Franco” la constitucionalista María Díaz Crego y Débora Ávila, miembro del Observatorio Metropolitano.
“Trolls ilustrados”, sociólogos, economistas, constitucionalistas, politólogos de diferentes pelajes e ideologías dialogaron, en ocasiones, al traspiés. Aunque algunas ponencias sí resonaran con otras, el intento de los directores del congreso de reunir a perfiles tan diversos que abarcaron temas tan diferentes devino a veces en un valle sin eco. Sobre todo durante la tarde estrella del congreso con los ponentes Íñigo Errejón, César Rendueles, José Carlos Cañizares y Carlos G. Fuentes.
Al troll ilustrado Carlos G. Fuentes no se le entendía al hablar en su proceso de desvirtualización desde la tribuna internauta a la tribuna real. Las explicaciones del ultrarracionalista José Carlos Cañizares sobre la relación entre los sujetos y los objetos, los legos y los expertos, los símbolos y las emociones sociales con un váter japonés como ejemplo dejaron al auditorio perplejo tanto por su posible intención irónica como por el uso de tecnicismos. Particularmente, al ser el conferenciante previo al director de campaña de Podemos, Íñigo Errejón, quien realizó un análisis veloz, preciso y apasionado del desmoronamiento del edificio del Régimen del 78 antes de la Asamblea que dio la victoria a la organización más convencional del partido defendida por Pablo Iglesias y el propio Errejón.
Las zapatillas deportivas plateadas de Cañizares y las Nike rojas de Errejón compartían el mismo estilo desenfadado de ponentes en la treintena, pero el concepto de religatio griega y después cristiana y la teoría de la alienación de Hegel de los que habló el primero fueron un contrapunto/desencuentro con la exposición de Errejón. Éste último se centró en denunciar “la retórica de la melancolía y de los perdedores durante la transición”, “la aceleración del envejecimiento de las élites del país a pesar de ponerse trajes nuevos para no parecer caducos” y del “fenómeno de la crisis de las expectativas”.
El sociólogo César Rendueles, autor del ensayo del año Sociofobia, no hiló fino en su exposición en la que se centró en “la transición española socialdemócrata al turbocapitalismo”. En cambio, resulta muy interesante su entrevista realizada por otro de los directores del congreso, Antonio Hidalgo, subida a Internet por el Cendeac. Todos los participantes cuentan con una entrevista en profundidad en la página web de la institución, además de que el congreso se pudo ver en streaming.
Uno de los mejores rings de combate fue el centrado en Europa y que lidiaron el liberal Juan Ramón Rallo e Isidro López del Observatorio Metropolitano. El primero expuso su intervención antiestatal y liberal de pie con un aire de telepredicador norteamericano y obsesionado con los garajes de Silicon Valley y Mark Zuckerberg, el creador de Facebook. Por su parte, Isidro López realizó una intervención más pausada desde una perspectiva marxista contra la Europa neoliberal, sobre todo a raíz de la firma del Tratado de Maastricht, con su división geográfica del trabajo y la crisis de sobreacumulación del capital.
Y mientras los constitucionalistas Díaz Crego e Ignacio García de Vitoria expresaron el acuerdo casi unánime de meterle en cintura o abrirle las costuras a la Constitución sin más dilación para ofrecer una mayor independencia a la judicatura y dar cabida a una posible organización federal del Estado, los ponentes que se centraron en las Comunidades Autónomas hicieron un brillante análisis de las realidades de Catalunya, Euskadi, Galicia y Andalucía. La tesis de Eduald Espluga sobre el “independentismo emocionalmente inteligente” en Catalunya convertido en “un producto cultural centrado en la narrativa del yo” resultó particularmente interesante y original.
La jornada del viernes terminó en la Ciudad. Si Javier Sánchez Serna relató el “milagro murciano” y el posterior saqueo que sufrió la urbe; Débora Ávila contó la marginalización y el aumento de violencia en la periferia madrileña; Gonzalo Wilhelmi se encargó de recordar las luchas obreras y de otros colectivos radicales durante la transición silenciadas u olvidadas posteriormente, mientras que el punto final lo puso el arquitecto Gonzalo Melián pidiendo libertad para el suelo. Tres días intensos, plurales y con encuentros y desencuentros críticos y reflexivos de una generación que pide paso. Hacia otra dirección.
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