El oficio más difícil del mundo

El oficio más difícil del mundo es el de maestra. Exige una paciencia y un tesón mayúsculos, sobre todo cuando en las aulas se cuela ese desánimo que zumba como un moscardón la cantilena del fracaso escolar. No hay peor naufragio que una clase a la deriva; no hay mayor tristeza que la silueta de un profesor vencido por la rutina. Para combatir ese cansancio, Bartolomé Cossío, uno de los máximos mentores de la Institución Libre de Enseñanza, animaba a sus discípulas con una metáfora juanramoniana: “¡Aaaaalma!”.

, Madrid
10/03/14 · 8:00
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El oficio más difícil del mundo es el de maestra. Exige una paciencia y un tesón mayúsculos, sobre todo cuando en las aulas se cuela ese desánimo que zumba como un moscardón la cantilena del fracaso escolar. No hay peor naufragio que una clase a la deriva; no hay mayor tristeza que la silueta de un profesor vencido por la rutina. Para combatir ese cansancio, Bartolomé Cossío, uno de los máximos mentores de la Institución Libre de Enseñanza, animaba a sus discípulas con una metáfora juanramoniana: “¡Aaaaalma!”. Así, alargando la vocal ‘a’ con la felicidad con que se estira un chicle de fresa en el recreo. Contra la fatiga de los colegios, alma; contra la depauperación de los institutos, alma; contra el ministro Wert, alma.

El mismo Cossío puso mucha alma, a principios del siglo XX, para educar a una generación de maestras irrepetibles. Ahora el documental Las maestras de la República recuerda a estas mujeres, llenas de determinación por romper los moldes tradicionales de su género. Nacidas para vivir bajo el techo burgués de una casa de muñecas, donde lo te­nían todo menos la libertad, se rebelaron contra esa esclavitud de buenas y dóciles esposas. Se pintaron los labios, se acortaron las faldas. Aquel cambio tan radical de fisonomía les permitió afrontar una vida profesional activa y enriquecedora como maestras. Su labor no pasó desapercibida. Inteligentes, políglotas, cultas, demostraron a la España masculina que, si querían mejorar como pueblo, debían recurrir a ellas, la otra mitad del país. Fueron a lomos de burros a pueblos remotos, donde el analfabetismo era una lacra. Allí, transformaron cuadras inmundas en escuelas decentes. No les gustaban ni las imposiciones ni los crucifijos. Cuando ves este documental, dirigido por Pilar Pérez So­lano, te das cuenta de que España podía haber acabado siendo Finlan­dia si hubiésemos gozado durante más tiempo del magisterio de estas maestras tan abiertas de mente. No pudo ser. Vino de golpe el Fran­quis­mo. Ahora ha llegado el momento de recordar sus nombres como una forma de continuar su legado.

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