Los Pactos de la Moncloa
marcaron las bases de lo
que hoy se conoce como
“diálogo y concertación
social”. Una victoria del
continuismo neoliberal.
En torno a 1977, hay que recordar
que se van a combinar
dos situaciones altamente
explosivas: la crisis
económica y el ascenso de las luchas
obreras y populares.
Entonces la inflación era del
44%, existía un endeudamiento externo
de 14.000 millones de dólares,
la balanza de pagos resultaba
deficitaria en un 45% y el desempleo
rondaba la cifra del millón de
personas, tras la llegada masiva de
los trabajadores migrantes que se
habían ido a Europa.
En este contexto el movimiento
obrero y popular había tomado calles
y fábricas, y se erigía como principal
protagonista de la situación. La
burguesía y los partidos que defendían
una solución pactada con el antiguo
régimen empezaron a discutir
cuál era la manera de frenar el
ascenso de las luchas sociales y, al
mismo tiempo, enderezar el cuadro
macroeconómico.
Alrededor del Gobierno de la
UCD, con Adolfo Suárez como presidente,
se sentaron los principales
representantes políticos y sindicales:
Felipe González (PSOE), Santiago
Carrillo (PCE), Tierno Galván
(PSP), Triginer (Convergencia Socialista
de Catalunya), Joan Raventós
(Partit Socialista de Catalunya),
Juan Ajuriaguerra (PNV), Miquel
Roca (Convergencia), Leopoldo
Calvo-Sotelo (UCD), Manuel Fraga
(AP que sólo firmó los acuerdos
económicos y no los políticos), y los
representantes de UGT y CC OO,
Nicolás Redondo y Marcelino
Camacho.
Los acuerdos ‘sellados’
Los representantes políticos y sindicales
sellaron dos tipos de acuerdos:
económicos y políticos. En primer lugar
acordaron reducir el déficit y los
gastos sociales. La subida de los salarios
debía darse por debajo de la inflación
(que rondaba un 50%), lo que
supondría una brutal pérdida de poder
adquisitivo para las clases trabajadoras.
También se devaluó la
peseta para aumentar las exportaciones
y disminuir el déficit comercial,
a la vez que se permitió el despido
libre hasta el 5% de la plantilla.
El resultado de todas estas medidas,
y algunas otras más, fue un control
de los gastos, de la inflación (bajó
al 16% en 1978), del déficit de la
balanza de pagos, etc. Sin embargo,
subió el paro hasta los dos millones
y los salarios bajaron dentro del reparto
de la renta nacional.
En lo político, los acuerdos tuvieron
si cabe, un efecto aún más demoledor.
Se podría decir sin ninguna
duda que los Pactos de la Moncloa
son el punto de inflexión de la
Transición política española; gracias
a ellos, la iniciativa que antes
estaba del lado de los trabajadores
y las clases populares, pasará a tenerla
la burguesía y sus representantes
políticos.
No podemos olvidar que si los
Pactos fueron en octubre de 1978,
un año después sería aprobada la
actual Constitución española, donde
se consagraba el nuevo modelo
político: la Monarquía continuista
del Franquismo, la bandera franquista,
el himno; no se ‘ajustaban
cuentas’ con el pasado, se mantuvo
el viejo aparato represor como eran
el Ejército, la Policía y la Guardia
Civil; se diseñó un mapa político
donde se impidió el ejercicio del derecho
a la autodeterminación de los
pueblos, etc.
Algunas personas más jóvenes
que las que vivimos esa situación
se podrán hacer cargo ahora de la
importancia que tuvieron estos
pactos, y por qué motivo han sido
tan reivindicados desde la derecha,
la izquierda moderada y los
tertulianos de la radio o la televisión.
La ganancia para el sistema y
el régimen político fue total, mientras
que las pérdidas para la clase
trabajadora y las personas integrantes
de otras opciones políticas
fueron decisivas.
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