La reflexión sobre el trabajo y sus luchas se ha filtrado en las páginas del periódico, generando espacios de autoreconocimiento de la clase trabajadora y favoreciendo sus dinámicas de autoorganización y empoderamiento.
Más de una década de Diagonal ha dado pie, entre otras muchas cosas, a leer y a dialogar con el mundo del trabajo. Con un universo fragmentado, de diversidad, precariedad, sufrimiento y explotación, pero también de luchas, organización, creatividad y capacidad transformadora.
En todos los formatos, desde el Consultorio Sociolaboral de los inicios, en el que escribíamos las gentes del ICEA, a las entrevistas, los artículos de fondo o el debate sosegado; la reflexión sobre el trabajo y sus luchas se ha filtrado en las páginas del periódico, generando espacios de autoreconocimiento de la clase trabajadora y favoreciendo sus dinámicas de autoorganización y empoderamiento.
Construir la clase que, en su proceso de emancipación, acaba con todas las clases. La militancia que supera lo militante para anhelar y vivir la vida en plenitud. Acabar con la precariedad que supura sin parar, cada vez más acusadamente, y en todos los órdenes de la vida, un modo de producción en plena senilidad. Aprender que trabajador también se declina en femenino, en colonial, en mestizo, en sexualmente diverso. Entender que el barrio también es un centro de trabajo en la deriva de la descentralización productiva posmoderna. Todos esos retos los ha retomado Diagonal, con mayor o menor acierto, pero siempre abriendo sus páginas a la reflexión, el debate y la pluralidad de voces y de miradas.
Trabajando el trabajo, liberando los flujos de los que emerge la democracia económica, es decir, la de verdad.
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