Valencia planta cara a los recortes
La primavera llegó de repente a
Valencia a mediados de febrero.
Subieron las temperaturas, primero
gracias a la torpeza de la
Delegación del Gobierno que
mandó las porras de los antidisturbios
contra adolescentes que
protestaban contra los recortes, e inmediatamente,
tras la difusión de
gran cantidad de vídeos y fotos de
los hechos, gracias a la solidaridad
de miles de personas que se manifestaron
en apoyo a los estudiantes.
Una ciudad acostumbrada a los
gobernantes populares y a la goma
de los antidisturbios estalló de rabia
tras observar cómo esta vez eran
adolescentes los que recibían las lecciones
más duras de su vida. El primero,
el 15 de febrero, fue Andreu,
estudiante de 17 años del IES Lluís
Vives, tras un breve corte de tráfico a
las puertas del instituto. La policía disolvió
la protesta de los adolescentes
a golpes y se lo llevó detenido. Se
prendió la mecha.
Al día siguiente, los estudiantes
volvieron a manifestarse y volvieron
a ser apaleados y detenidos. Una manifestación
espontánea llegó a las
puertas de la comisaría para exigir la
libertad de los detenidos, pero la policía
retuvo a los presentes, los fichó
y volvió a aporrear y a detener. El lunes
siguiente, la protesta volvió al
instituto, esta vez respaldada por
cientos de jóvenes de otros centros,
que exigían el fin de la represión.
Pero tras quince minutos de protesta,
la policía volvió a cargar y a detener.
La rápida difusión de imágenes
provocó que a lo largo de la tarde se
sumara más gente, hasta pasadas las
diez de la noche, cuando el centro
estaba tomado por varias decenas
de furgones de las Unidades de
Intervención Policial (UIP) y cientos
de policías. Ya había 43 detenidos,
varios de ellos menores, decenas de
heridos y numerosos testigos. Al día
siguiente, la prensa internacional
destacaba las imágenes de los antidisturbios
golpeando y deteniendo a
jóvenes, algo que sin duda, hizo saltar
las alarmas en la Moncloa, que
temió por la imagen exterior del descontento
generalizado, tan sólo tras
cuatro meses de Gobierno del PP.
Un profesor de catalán del IES
Lluís Vives explicaba en el periódico
L’Accent que trataron de convencer
a sus alumnos de que las protestas
debían ser comunicadas, sin cortes
de tráfico, algo que los alumnos rechazaron:
“eso no es efectivo, no molesta”,
respondieron. Y así fue como
Valencia saltó al mundo en un día,
sólo con el corte de una calle por parte
de una decena de adolescentes.
La respuesta de los responsables
políticos y policiales valencianos
ha seguido el guión habitual, respaldado
por la derecha mediática:
grupos de radicales antisistema;
estudiantes que agreden a los policías;
contubernios de los partidos
de izquierdas; manuales de guerrilla
urbana; profesores que prometen
aprobados a los alumnos que
protestan y otras perlas que no
han sido acreditadas con ningún
otro argumento que el atestado policial
con sus pruebas definitivas:
una piedra y la versión de los agentes
de haber recibido insultos, patadas
y mordiscos de los adolescentes.
Ningún vídeo o fotografía
que lo acredite.
Además, la postura del
Gobierno ha irritado sobremanera
a la policía. Los sindicatos policiales
han acusado a los responsables
políticos de cobardes por
descargar toda la culpa en los
agentes, que según ellos, se limitaron
a ejecutar las órdenes de
sus superiores, es decir, de la
Delegación del Gobierno.
El temor a que las protestas se extendieran
ha llevado a los responsables
políticos a ordenar a la policía
que no volviera a cargar. La solidaridad
que inmediatamente se mostró
en todo el Estado con los estudiantes
valencianos hizo temer al Gobierno
por la imagen exterior y las consecuencias
que esto podría tener en el
incierto y convulso contexto actual.
Así pues, las manifestaciones se sucedieron
a lo largo de toda la semana
y en diferentes ciudades del Estado,
en Valencia con escasa presencia policial
y sin ningún incidente. El miércoles
22, cerca de 20.000 personas
recorrieron el centro de Valencia
para denunciar la violencia policial
y pedir la dimisión de la delegada
de Gobierno, Paula Sánchez de
León, y del jefe de la Policía,
Antonio Moreno.
Historia de El Infiltrado
Moreno perteneció a la Brigada
Político-Social de la policía entre
1975 y 1977 y se le conocía como ‘el
infiltrado’, ya que se mezclaba con
los estudiantes que luchaban entonces
por la democracia y nunca era
detenido. Estaba a las órdenes del
famoso Benjamín Solsona El
Galletas, a quien atribuyen las torturas
contra varios detenidos en aquellos
años. Casi 40 años después,
Moreno accedió al cargo de jefe con
Rubalcaba como ministro de
Interior y no es la primera vez que
se cuestiona una actuación policial
bajo su mando. Una de las más llamativas
fue la carga contra vecinos
del Cabanyal que protestaban sentados
contra un derribo y que fueron
golpeados brutalmente por los
antidisturbios. También se cuestionó
la acción de la policía durante la
huelga general, cuando fueron también
estudiantes los que se llevaron
la peor parte, tras ser rodeados y
apaleados por la policía sin que se
hubiese producido ningún incidente
que provocara dicha actuación.
Movilizaciones en todo el Estado
EFECTO CONTAGIO
Las concentraciones de repulsa por la actuación policial se celebraron en más de 50 puntos de todo el Estado. También han crecido las protestas contra los recortes. Estudiantes de Tarragona, Alicante y otras localidades del País Valencià han protagonizado cortes de tráfico para manifestar su rechazo al tijeretazo en educación.
HUELGA ESTUDIANTIL
Los estudiantes de enseñanzas medias fueron llamados a una huelga el 29 de febrero por parte de varias organizaciones y sindicatos juveniles y estudiantiles. Para ese día también estaba convocada una huelga en las universidades catalanas, y en todo el Estado se llevó a cabo una jornada de lucha, con manifestaciones y encierros en los campus.
A LA CAZA DEL ESTUDIANTE
Así se las gasta en Valencia la Policía Nacional
S.R. tiene 19 años y está preparando la selectividad. Vio como los antidisturbios golpeaban y detenían a su compañera, A.P., de 20 años y estudiante de magisterio, y cómo ésta sangraba por la enorme brecha que le provocó un porrazo en la cabeza. Salió a defenderla y fue detenido. Lo cogieron del cuello y lo redujeron, le pisaron las manos y fue conducido a comisaría. «Estás llamando mucho la atención, la sangre es muy escandalosa» le dijo un agente a A.P. mientras se la llevaba lejos de las cámaras. Los ATS que había allí sólo pudieron darle gasas y suero para limpiar la herida. Antes, los policías les pidieron que les hiciesen partes médicos porque les «dolían las manos». Un policía estuvo presente todo el tiempo con los médicos, delante de los heridos que estos iban atendiendo. A S.R. le obligaron a desnudarse; fue fichado y quedó en libertad tras seis horas en los calabozos. A.P. tuvo que ser atendida en un hospital. Necesitó varias grapas en la cabeza para cerrar la herida. Varias personas relataron en las redes sociales haber presenciado una terrible escena tras la manifestación del día 22: Tres amigos volvían a casa cuando fueron rodeados por tres furgonetas de la policía. Una docena de agentes bajaron, los retuvieron y los apalearon sin motivo. Les robaron el móvil ante algunos testigos que incluso apuntaron la matrícula de uno de los vehículos.