Quico Sabaté y la memoria de la guerrilla antifranquista
- QUICO SABATÉ. Imagen del militante
anarquista en las montañas catalanas
desde donde combatió al franquismo.
El militante anarquista conocido
con el nombre de
Quico Sabaté demostró
siempre tener un espíritu
libre y activo. Antes de los 17 años
ya estaba afiliado a la CNT y había
fundado el grupo de acción anarquista
Los Novatos, formado por
sus hermanos y unos amigos, como
continuación del grupo Los Solidarios.
Durante la guerra luchó en
el frente de Aragón con la Columna
de los Aguiluchos de la FAI. Pasó a
Francia tras acabar la guerra y estuvo
en un campo de internamiento, y
a principios de los años ‘40 se instaló
cerca de la frontera y estudió posibles
rutas de entrada al Estado español
a través de los montes. En
1944 hizo su primera incursión
compaginando su trabajo de fontanero
en Francia con su actividad antifranquista
en España, robando a
acaudalados empresarios y bancos,
trasladando propaganda, publicando
boletines y reorganizando los
sindicatos de la CNT en el interior,
así como con sabotajes y actividades
de guerrilla urbana en Barcelona,
donde colaboró con otros grupos
guerrilleros libertarios (los de
Massana, Caraquemada y el de
Facerías).
En los últimos tiempos de su actividad
guerrillera mantuvo fuertes
discrepancias con los cargos de la
CNT-AIT en Toulouse. A finales de
1959 realizó su última incursión al
interior. Le estaba esperando la
Guardia Civil, que tendió una emboscada
a su grupo. Sólo sobrevivió
Quico Sabaté: herido de gravedad,
escapó secuestrando un tren del
que tuvo que saltar para buscar asistencia
médica en Sant Celoni, donde
fue asesinado el 5 de enero de
1960 por la Guardia Civil y milicianos
fascistas que le dispararon repetidas
veces en la cabeza. Hoy, una
placa recuerda dónde fue abatido.
La memoria de la guerrilla
Sólo últimamente se está recuperando
la memoria de los guerrilleros
antifranquistas. Se publican libros,
se les hacen homenajes y se
les empieza a sacar del ostracismo
que el régimen franquista les impuso.
Ya no son “bandoleros” aunque,
en muchos casos, no se ha modificado
esta calificación en sus fichas
policiales y muchos más han muerto
sin reconocimiento. La mayoría
de ellos protestan porque la Ley de
Memoria les iguala a cualquier combatiente
fascista. Ellos y ellas tienen
claro que no son iguales. Y que el
tiempo no ha pasado tampoco igual:
han sido muchos los años en el exilio
o en un doloroso silencio. Aún
hoy el Ayuntamiento de Berga, alegando
que “aún quedaban muchas
heridas abiertas”, se negó a poner
una placa conmemorativa al maquis
local Massana.
De Quico Sabaté se ha escrito
bastante y a veces se ha destacado
en exceso la espectacularidad y audacia
de sus acciones de guerrilla
urbana en detrimento de las motivaciones
que tenían. Equipararles a
Robin Hood es trivializarlo todo aún
más. No sólo robaban bancos o asaltaban
empresarios, y desde luego
no lo hacían en beneficio propio.
Repartían propaganda y daban mítines
en fabricas y comedores de
obreros. Sabían perfectamente dónde
se movían y qué querían. Creían
posible volver a ese “corto verano
de la anarquía” que durante un breve
tiempo se consiguió instaurar en
la península. Las tierras, los servicios,
los medios de producción estuvieron
colectivizados. Y funcionaron.
En muchos lugares se abolió el
dinero y se instauró el apoyo mutuo.
Y funcionó. Eso asustó mucho
a los militares, industriales y terratenientes.
Era la prueba viviente de
que sobraban, de que no eran necesarios.
De ese pánico cerval, ese
odio y esa rabia en la represión.
Habían de fusilar, asesinar y extirpar
todo lo vivo y floreciente. Había
que reprimir y destruir hasta el recuerdo.
Por ese “corto verano” lucharon
gentes como Sabaté y siguieron
luchando hasta el final. Ésa
era su motivación. Y mientras estuvieron
en lucha lo que cada acción
armada le recordaba al régimen era
que la posibilidad seguía viva o, al
menos, que había existido ese mundo;
que no había sido un espejismo.
Y por eso fueron perseguidas, acosadas
y exterminadas las guerrillas
antifranquistas urbanas o rurales.
Lo cierto es que los maquis buscaban
la espectacularidad de sus acciones
porque querían dejar claro
su oposición armada al régimen. Y
es cierto que, en el contexto en que
se producía, era fácil que se convirtiera
en mito y alimentase la prensa
y las novelas sensacionalistas de la
época. Pero quedarnos sólo con esto
es simplificarlo todo demasiado y
hurtar la ideología. Sobre todo, considerar
a la gente como mera consumidora
de emociones fuertes y,
en general, fácilmente impresionable.
La gente no consideraba héroes
o mitos a Sabaté y a Caraquemada
o Massana porque fueran intrépidos
salteadores de caminos. Los frutos
de estos atracos iban a apoyar a
los compañeros y compañeras presas.
Aunque la policía los desarticulaba
se configuraban sindicatos y la
propaganda que se distribuía se
leía. Los guerrilleros no tenían líderes
y su organización era la de grupos
de afinidad no autoritarios. Y,
necesariamente, había enlaces y
contactos, cuyo trabajo era, a veces,
mucho más peligroso porque no llevaban
armas para defenderse. Sin
esa base, sin esos apoyos, las guerrillas
no pueden existir.