Propuestas para ejercitar la memoria
- Ilustración: Manolito Rastamán.
Una coincidencia: el mismo mes
que el líder del PP, Mariano Rajoy,
critica en el debate sobre el Estado
de la Nación la Ley de Memoria
Histórica por “remover el pasado”,
en Valencia, el Arzobispado pone
en marcha los planes para construir
una iglesia dedicada a los
“mártires del odio a la fe católica”
(es decir, a los sacerdotes que apoyaron
el golpe militar). La idea, una
versión actualizada del Valle de los
Caídos, no se ha encontrado con
ninguna crítica de los dirigentes
del Partido Popular, que tienen en
Valencia uno de sus mayores feudos
electorales.
No obstante, la práctica de
acusar al bando contrario de lo
que uno hace no es nueva. De hecho,
si se trata de recordar el pasado,
seguramente uno de los aspectos
más paradójicos de la represión
franquista fue ver cómo
los sublevados contra la República
condenaban a sus víctimas
bajo la acusación de “apoyo a la
rebelión militar”.
La memoria histórica hace ver
esta clase de paralelismos inquietantes.
En la misma línea lleva a
recordar, por ejemplo, cómo en
sus entrevistas con corresponsales
extranjeros, el general Franco
justificaba el golpe militar por la
urgencia de frenar el desmembramiento
de España. O cómo las familias
que más se lucraron gracias
a la dictadura (March, Koplowitz,
Fenosa, Melià) siguen hoy en la
cúspide del poder económico.
Estructuras del Franquismo
Como es sabido, el 1 de abril de
1939, cautivo y desarmado el Ejército
rojo, no llegó la paz; sino la
Victoria, que se extendería durante
las cuatro décadas siguientes.
Aunque, viendo la perpetuación de
las mismas estructuras en el cuerpo
económico, judicial y militar,
desde los colectivos especializados
en la recuperación de la memoria
se considera demasiado optimista
pensar que el Franquismo terminase
durante la Transición.
Las organizaciones que trabajan
en esta lucha insisten: hace
falta recordar. No, como dice el
tópico, para impedir “que la historia
se repita”, sino para evitar que
sus efectos sigan repitiéndose hoy
en día. La herencia de tres años
de Guerra Civil y 40 de dictadura
difícilmente se ha borrado bajo
muletillas como “no mirar al pasado”
o “el consenso de la Transición”.
El pasado sigue presente
hoy, cuando se estima (cálculos a
la baja) que más de 30.000 represaliados
siguen enterrados en fosas
comunes; cuando los símbolos
franquistas siguen presentes
en cientos de calles; o cuando
(para la tramitación de la actual
Ley de Memoria) la excusa de no
soliviantar a la derecha social
lleva al Ejecutivo socialista a no
anular las sentencias franquistas
ni a asumir la responsabilidad
del Estado en la investigación de
lo sucedido.
Es recomendable recordar para
ver, también, cuál fue la naturaleza
real de un régimen al que la propaganda
primero y la prensa más tarde
se han encargado de dulcificar.
En esa línea DIAGONAL recupera
cuatro relatos que ilustran la cara
menos amable de una época que
tuvo bastante poco de amable, al
tiempo que supone un homenaje
a los sueños aplastados de una generación.
El recuerdo de estas historias,
desde los presos del Monte
Ezkaba a los brigadistas internacionales,
se enmarca en la corriente
de una recuperación de la
memoria que en los últimos años
se ha convertido en un movimiento
surgido desde abajo (familiares,
investigadores, militantes) y
que ha comenzado a abrir importantes
grietas en la losa de silencio
de la Transición. Se trata, en todo
caso, de una versión a escala, una
pequeña muestra de la barbarie.
El pasado 18 de julio se cumplía
el 71º aniversario del levantamiento
militar. Hace falta recordar sus
consecuencias concretas. Porque
si no, de dejarse llevar por el borrón
y cuenta nueva de la Transición,
los desfiles grotescos de soldados
de la División Azul junto a
represaliados que participaron en
la liberación de París, la oleada de
revisionismo que inundó las librerías
o los equilibrios de Zapatero
por contentar a todos sin contentar
a nadie, se podría acabar pensando
que, tal vez, aquí nunca hubo ni
vencedores ni vencidos.