El 20D de la desilusión anunciada
A menos de dos meses de las elecciones generales se constata que el clima social y el ánimo colectivo son bien distintos de lo que esperábamos apenas hace un año. Justo antes de Vistalegre se llegaba al máximo de movilización en torno a la proliferación de círculos y la emergencia de una desconocida experimentación política que parecía presagiar un esperanzador futuro constituyente. Unos pocos meses después, las estimaciones de voto para Podemos y la izquierda alcanzaron máximos muy ilusionantes. Sin embargo ahora cunde la desmovilización, la desorientación y el desánimo, lo que se refleja también en un descenso progresivo de las expectativas de voto.
Ciertamente en este lapso de tiempo es como si la historia se hubiera acelerado. Hagamos memoria de algunos acontecimientos: la rápida mudanza de Podemos al centro y la ambigüedad ideológicas, paralela a su conversión-reversión en máquina electoral jerarquizada y autorreferencial; la exagerada ascensión y posterior caída del carisma de sus sobreexpuestos líderes. El surgimiento e irrupción de Ciudadanos compitiendo con éxito por el voto centrista. La gran victoria del municipalismo democrático a través de candidaturas transversales y unitarias. La eclosión de unos modelos de liderazgo más inclusivos, propositivos, integradores, digámoslo: femeninos y feministas. La tragedia griega y la triste derrota de Syriza ante el poder real de Europa. La crisis migratoria y de asilo en las fronteras europeas. La Diada y las elecciones de Catalunya. Y, finalmente, la imposibilidad de repetir el experimento de unidad electoral en las generales, el llamado fracaso de la confluencia –salvo que Barcelona en Comú consiguiera el milagro a última hora– que, dado el sistema electoral que padecemos, se traducirá en una neta pérdida autoinflingida de votos, escaños, influencia e ilusión colectiva. No habrá, salvo sorpresa, ni siquiera sorpasso al PSOE.
Nunca ha habido tanta proporción de gente que no sabe a quién va a votar, incluso entre el electorado de izquierdas
La incertidumbre se refleja incluso en los estudios demoscópicos: nunca ha habido tanta proporción de gente que no sabe a quién va a votar, y eso incluso entre el electorado que se sitúa en el centro-izquierda y la izquierda...
Después del 20D habrá que reflexionar sobre si el viaje a ese agujero negro de la política que es el centro es tan rentable electoralmente como para justificar las renuncias ideológicas que implica. O tendremos que analizar por qué los sectores más críticos y creativos que emergieron a partir del 15M se identifican con modelos de liderazgo más compartidos e inclusivos y formas de organización más orgánicas y horizontales que prefiguran nuevos modos de cooperación y participación política en red. Y quizá habrá que reconsiderar cómo el conflicto de clases sigue atravesando los discursos y las prácticas políticas, y explorar la idea de que en este país plurinacional la autodeterminación de alguna de sus naciones se puede aprovechar como una oportunidad para abrir un proceso constituyente en todo el Estado.
Impotencia
Tendríamos que extraer enseñanzas de eso que ahora mucha gente activista que ha accedido a las instituciones municipales y autonómicas está descubriendo: la impotencia del poder político, o al menos la impotencia material de las instituciones endeudadas y minadas por la corrupción y el clientelismo que nos es dado alcanzar electoralmente...
El poder está en otro lado –cada vez menos en el Estado y el Parlamento– y tal vez la hipótesis de Varoufakis sobre una articulación política transnacional a nivel europeo sea uno de los caminos que habrá que recorrer tras el 20D.
Otro de los caminos se perfila en algo que también estamos comprobando desde ayuntamientos y municipios, y es que lo verdaderamente importante es el proceso de participación ciudadana en sí. La victoria –siempre provisional y experimental– está precisamente ahí, en lo local, en la política de carne y hueso del ágora vecinal, en el aprendizaje democrático que supone el proceso, en la ‘alfabetización’ e ilustración políticas que propician y fomentan, en el común que construyen.
Experiencias, aprendizajes colectivos, recursos humanos y políticos, saberes, deseos compartidos… que vamos a necesitar para seguir construyendo esperanza –y organización– de aquí a 2019.