Espe, el musical
Hay días en los que los políticos están inspirados y pronuncian frases que resumen una trayectoria y una época. Martin Luther King en los sesenta: “Tengo un sueño”. Carlos Solchaga en los ochenta: “España es el país en el que es más fácil hacerse rico, y en menos tiempo”. Esperanza Aguirre hace unos días (vestida de chulapa en la Pradera de San Isidro): “Soy la única candidata que se presenta sin disfraces”.
Repetimos por si no ha quedado claro el concepto: Espe DISFRAZADA DE CHULAPA diciendo que “es la única candidata que se presenta sin disfraces”. O la quintaesencia del aguirrismo resumida en una sola frase y en un solo disfraz: su desparpajo chulapo, su populismo castizo, su asombrosa capacidad para mentir sin que le tiemble el cardado.
En efecto, Esperanza Aguirre es la reina del disfraz, aunque el mito Aguirre se sustente justo en lo contrario: alguien que siempre dice lo que piensa, no como sus acomplejados compañeros de partido, que prefieren aguar/disfrazar sus propuestas con mentirijillas para no soliviantar a la progresía.
Pero la Aguirre que estamos viendo en precampaña y campaña va disfrazada y no dice lo que piensa.
Las mayorías absolutas de Aguirre en Madrí son ya como las hombreras gigantes de Locomía: un escalofriante recuerdo de lo que una vez fuimos
La hemos visto con disfraces tan improbables como el de heroína antidesahucios (“Estoy absolutamente a favor de la dación en pago”) o el de azote de la corrupción, espetando sin sonrojo todo tipo de variaciones de su ya legendaria cita: “Yo destapé la Gürtel”. Si la comedia cinematográfica se basa en el choque de contrarios, ver a la lideresa del Partido Popular –afectada por dos o tres (mil) asuntillos de corrupción– autoproclamarse martillo anticorrupción, tenía que generar por fuerza grandes carcajadas en internet… y serios problemas para su candidatura.
Que el resto de candidatos a la alcaldía de Madrid le recuerden la corrupción de su gobierno cada dos por tres está dificultando mucho su campaña. Y que lo haga (sibilinamente) hasta su propia compañera de viaje y partido, Cristina Cifuentes, ya ni hablamos.
Esto explicaría, en parte, la extraña campaña electoral de Aguirre, más pendiente de la refriega que de construir un discurso político coherente: "El recorte de 10 puntos en dos semanas que la juez [Manuela Carmena, candidata de Ahora Madrid] ha logrado con la presidenta del PP madrileño tiene que ver con la campaña errática de Aguirre, según los expertos, porque ha predominado el enfrentamiento contra sus adversarios y hasta con sus compañeros de partido”, según el diario El País.
Pues bien: horas después de publicarse ese artículo, Aguirre confirmo su estrategia leñera en el cara a cara televisivo con Manuela Carmena: la lideresa tardó apenas unos segundos del debate en relacionar a Carmena con ETA, en lo que quizá sea un nuevo récord mundial de la categoría. Pero el aspecto más significativo fue otro: Espe, con su soltura habitual, admitió haber pasado olímpicamente de elaborar un programa electoral. Total, pa qué, ni que se presentara a unas elecciones…
En efecto, la campaña de Aguirre tiene otros problemas además de la corrupción y las puñaladas internas: problemas políticos de fondo. Por increíble que parezca, una mujer con tanto colmillo político como ella se ha quedado de pronto seca; incapaz de marcar la agenda política con sus propuestas. Hasta el punto de que sus promesas más impactantes de campaña han sido las ocurrencias costumbristas: Aguirre quiere que los perros puedan viajar en metro, un problema que, como es sabido, quita el sueño a los madrileños.
Ocurre que la Aguirre que está en campaña es la Aguirre barroca, tardía y decadente. Una Aguirre que es más un personaje (Esperanza Aguirre, la dama de hierro chulapa) que un proyecto político, con el personaje devorando al político, al borde de la autoparodia. Porque el proyecto político que siempre ha dicho representar, el neoliberalismo cañí, está de capa caída... Sí, suena a opinión personal, pero es más bien una obviedad interiorizada por algunos estrategas del PP: Cristina Cifuentes lleva toda la campaña defendiendo el blindaje del sistema de salud público (que su discurso sea o no creíble es otro cantar, pero es evidente que estamos ante un giro discursivo de 180 grados de un sector del PP madrileño), mientras que Aguirre se ha cuidado mucho de presumir de su (fallida) privatización de los hospitales públicos madrileños.
¿Por qué? Porque no está el horno ciudadano para bollos y hablar a las claras de recortes y privatizaciones en colegios y hospitales es ahora el camino seguro a la hecatombe electoral. Este discurso estuvo una vez de moda, sí, pero ahora ya no, y si acaso uno puede mentar las privatizaciones por lo bajini y con eufemismos, nunca sin tapujos. En otras palabras: Houston, tenemos un problema (de discurso y de proyecto político).
¿Qué le queda entonces a Aguirre si ya no puede fardar de rodillo privatizador y hablar a las claras? ¿Prometer blindar los servicios públicos a la Cifuentes y pretender que alguien le crea? Pues no. Le queda ejercer de Aguirre; es decir, tirar de la parte folclórica del aguirrismo. Bienvenidos al aguirrismo churrigueresco de taxis, etarras, chotis y chuchos enanos viajando en metro con mirada desafiante.
En tres palabras: Espe, el musical. Suficiente, quizá, para evitar el hundimiento total en Madrid.
En efecto, que Esperanza esté en fase manierista no significa necesariamente que no vaya a ser la candidata más votada en Madrid, pero sí que el aguirrismo ya no es lo que era: el desplome del PP en la capital es una realidad, con las encuestas otorgándole alrededor de 30% del voto, a años luz de las barridas –más del 50%– de los tiempos dorados. Las mayorías absolutas de Aguirre en Madrí son ya como las hombreras gigantes de Locomía: un escalofriante recuerdo de lo que una vez fuimos.
Lejos quedan los tiempos en los que Aguirre se paseaba por barrios como Villaverde o ciudades del cinturón rojo en olor de multitudes y ante la impotencia política de un PSOE convertido en una grotesca marca blanca del PP. Ya es oficial: Se acabó la fiesta... aunque no los disfraces: ahora toca el disfraz de diva del consenso para flirtear con Ciudadanos. Show must go on. O no. Ahora Madrid.