El deseado voto de la clase media
La pasión de M. es el cine. Desde antes de terminar sus estudios trabajaba en uno, y en su tiempo libre grababa cortos de aventuras. Su sueño le llevó a dejar ese empleo y a viajar a Hollywood para presentar sus películas a los directores más cotizados de la industria. No tuvo suerte y tuvo que volver. Ahora trabaja en el mismo cine que antes, limpiando la sala después de las proyecciones.
V. comenzó a trabajar como funcionaria hace más de 30 años y ya ha pasado su edad de retiro. Le gusta su trabajo, pero no es por eso por lo que ha pedido no jubilarse. Los últimos recortes a los funcionarios le han dejado una base de cotización para su futura pensión muy por debajo de lo que cobra en su trabajo en los juzgados. Serán mil euros “pelados” para ella. Poco, si se tiene en cuenta que sus dos hijos, de más de 35, cobran menos de 800 euros al mes y todavía dependen de ella y de su marido para llegar a fin de mes.
S. vino de Argentina en 2002. Es arquitecto y hasta 2007 no tuvo problemas para encontrar un trabajo bien pagado. El pinchazo de la burbuja de la construcción comenzó a darle problemas en 2007, pero no fue hasta 2012 cuando “la casposidad del empresario español”, según sus palabras, le dio el mayor golpe. Perdió un año y medio de derecho a paro, pasó el tiempo y también se le acabó el subsidio de 450 euros. Como dice S., “se comió los ahorros” y ahora negocia con la propiedad de su piso de alquiler una moratoria hasta que le salga un proyecto en el que cree. Si no, volverá a Argentina.
Las de M., V. y S. son tres historias de la clase media. Sus nombres y apellidos no importan porque su caso no es una excepción. En los últimos años las llamadas “clases medias” se han visto “menguadas, debilitadas y empobrecidas”, pese a no haber sido la principal víctima de la crisis. Es una de las conclusiones de Carlos Peláez en el apartado “La quiebra de la clase media” del Informe España publicado a finales de 2014 por la Fundación Encuentro.
"Más que ascensor social hemos de hablar de descensor social: el 32% de la población ha descendido en renta"
Pero ¿de qué hablamos cuando hablamos de clase media? Para empezar, de un engranaje básico para entender la democracia representativa y el sistema creado tras la muerte de Franco. Pero quizá eso suene demasiado abstracto. Mejor decir que Mariano Rajoy basó su discurso en el pasado debate del estado de la nación en anunciar medidas para “aliviar la situación de la clase media, a la que España debe mucho”. Pedro Sánchez, futuro candidato del PSOE para las generales aseguró que su partido “rescatará a la clase media”. Albert Rivera o Rosa Díaz también basan su estrategia en apelar a este sector, e Íñigo Errejón, de Podemos, afinó un poco más al presentar el resultado de la “marcha del cambio” del 31 de enero como una victoria “de la clase empobrecida”.
La profesora de Sociología Sandra Dema, de la Universidad de Oviedo, explica que cuando Rajoy habla de clase media “en realidad, de lo que está hablando es de esos trabajadores que tienen unos empleos a tiempo completo con unos salarios dignos”. Sin embargo, argumenta Dema, “ante el cambio de relaciones laborales que estamos viviendo, de ésos cada vez hay menos”. La documentalista y feminista Ana Useros interpreta que Rajoy establece una diferenciación clara entre las “familias heterosexuales blancas, varones asalariados, hipotecados y silenciados y mujeres integradas en esa estructura, incluyendo, por supuesto, a los pensionistas, que sin ellos no sacan mayoría” y “el resto”, básicamente los migrantes. Y es que todo el mundo quiere ser clase media, aunque no lo sea: “Nadie quiere ser un mindundi”, explica Useros. Dema ahonda en esta idea: “En el imaginario colectivo nadie quiere ser clase baja o precaria. [La clase media] es algo a lo que aspiramos a ser, tal vez también porque es una clase con mayor nivel educativo”. Un aspecto que los aspirantes a obtener mayorías electorales “no pueden dejar de lado si quieren dar un mensaje ganador”.
Esta socióloga, no obstante, considera que, junto al factor “clase”, para entender cómo está estratificada la sociedad actual hay que empezar a trabajar de forma interseccional: “La clase social no es del todo explicativa, también hay que incorporar las desigualdades de género o las desigualdades asociadas a la edad o a la etnia”, explica Dema. “En el pasado, los trabajos precarios con mucho desempleo eran en su mayoría ocupados por jóvenes, por mujeres y por migrantes; ahora que eso se extiende a otros sectores es cuando empezamos a tomarlo como un problema serio”, sintetiza Dema, para quien la inversión de la tendencia a una mayor desigualdad sólo puede darse si se produce un verdadero reparto del trabajo, algo que “pasa por la reducción de jornada”. Para Dema, “eso sería bueno para las relaciones de género: nos permitiría conciliar mejor la vida, podríamos incluso aumentar la tasa de natalidad. Como país, lo mejor que podríamos hacer es repartir el empleo”.
Pese a que los sociólogos se muestran cautos a la hora de establecer la renta como prueba de la pertenencia a una clase, sí hay cifras que determinan si uno se puede contar en ese grupo. El Instituto Alemán de Investigación Económica, con sede en Dresde, estima que entran en este grupo las personas que ganan entre el 75% y el 150% del ingreso medio, lo que, como establece Peláez en su estudio, supondría en España un ingreso en la franja entre 20.000 y 40.000 euros anuales. Incluso si se aumenta este ratio, señala el autor de “La quiebra de la clase media”, el grupo de hogares con un salario de entre 18.000 y 60.000 euros ha disminuido de un 55,5% a un 49,6%. Pero la presunta ‘desaparición’ de las clases medias que ha centrado el debate mediático, explica a Diagonal Xavier Martínez-Celorrio, profesor de Sociología de la Universidad de Barcelona, sólo explica una parte de la foto: “Cabe resaltar que durante el periodo 1995-2008 la estructura social consigue reducir la desigualdad generada por la crisis de 1992 a 1994, tardando más de una década en hacerlo. Por tanto, es previsible que el aumento de la desigualdad de la actual crisis (2009-2015) tarde más de 20 años en ser reducida para volver al nivel pre-crisis”.
Desigualdades
El acercamiento más profundo del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) sobre clases sociales y estructura social data de 2006 y se publica “en un contexto de alto crecimiento económico que dura una década –desde 1995– y que se mantiene hasta que explota la gran recesión en España, en 2009”, explica a Diagonal el profesor Martínez-Celorrio. “En toda esa década se expanden los empleos de clase media y los de clase obrera poco cualificada en una ola de optimismo y de créditos low cost que permiten elevar el nivel de consumo, gasto y bienestar”, resume.
Aparatos más rápidos, más veloces, más aparentes. Viajes low cost. Salmón ahumado y Gorgonzola. El consumo de productos y el crédito rápido favoreció un aumento del optimismo y el nivel de consumo, gasto y bienestar. No se trata tanto de la renta que sitúa a un individuo ahí, sino del encanto que produce no sentirse excluido. El periodista Víctor Lenore, autor del libro Indies, hipsters y gafapastas, ha relacionado el fomento de una cultura que rehúye el conflicto con el auge de un elitismo low cost, que discurre desde la cultura hasta otras expresiones de la sociedad actual: “El discurso de la meritocracia, que es el que dice que si tú tienes méritos te integras en la clase media, dice que quien no se ha integrado en la clase media es porque no tiene méritos, no porque la sociedad sea desigual o excluyente”.
No se trata tanto de la renta que sitúa a un individuo ahí, sino el encanto que produce no sentirse excluido
Se acabó lo que se daba y “con la gran recesión aquellos créditos low cost se traducen en un descenso social súbito y hard cost que perdura hasta ahora”, explica Martínez-Celorrio, un descenso de categoría social generalizado: “Nuestra última investigación constata que el 32% de la población ha descendido en renta e ingresos y, por tanto, más que ascensor social hemos de hablar de descensor social”.
La vivienda es el eje principal en el que se dirime ese descenso social: a las conocidas cifras de ejecuciones hipotecarias se unen los desahucios de alquiler, superiores en número, los reagrupamientos familiares forzados por la crisis y la imposibilidad de acceso a la primera vivienda –en el régimen que sea– para la población joven. Como indica el Informe España 2014, la vivienda, el agua, la electricidad, el gas, suponen más del 33% del presupuesto familiar, “cuando en 2007 era del 25%”. Junto a la vivienda, el acceso a educación y sanidad se presenta como el futuro diferenciador en las posibilidades de ascenso social. “En un Estado liberal, las condiciones dependen de que te puedas ‘comprar’ el bienestar en el mercado”, explica Dema, para quien “si no tienes capacidad para comprarlo, y comprarlo todo –educación, salud– es muy caro, tus condiciones de vida son peores”.
En su artículo Educación y movilidad social en España, Xavier Martínez-Celorrio subraya el papel de la educación “en la posición social que ocupan las personas y reduce la rigidez entre clases sociales, redistribuyendo las oportunidades”, hasta el punto de ser “el auténtico trampolín del ascenso social intergeneracional”. Pero también, indica Martínez-Celorrio, “la igualdad de oportunidades está cada vez más limitada por el aumento creciente de los costes de los programas de postgrado”. Si el acceso a la educación superior de los descendientes de las clases trabajadoras a partir de los años 50 supuso un movimiento de movilidad social ascendente superior a la media europea, en los años 90 y 2000, la llegada del decreto 3+2 puede forzar la dinámica contraria: el precio de un máster ha aumentado desde los 1.975 euros que costaba en 2012 hasta los 4.800 que cuesta una primera matrícula este curso. Para este profesor: “La polémica 3+2 llega tarde y mal y sólo persigue mercantilizar unos másteres más caros y forzar a los jóvenes a sobreformarse para empleos universitarios que seguirán peor pagados que la media europea”. Pero, en su opinión, “el auténtico fracaso es que España carece de un sistema integrado de cualificaciones profesionales. Esto es lo que la izquierda española y el movimiento estudiantil siguen sin entender”.
Hacia el futuro
Gérard Duménil y Dominique Lévy, autores de La gran bifurcación, hablan de tres clases en el capitalismo contemporáneo: capitalistas, cuadros y clases populares de obreros y desempleados. La alianza entre la primera y la segunda habría sido la gran conquista del neoliberalismo, toda vez que el acuerdo de los cuadros y técnicos del Estado para limitar la voracidad de las élites en la Europa que sobrevivió a la II Guerra Mundial mediante la redistribución a través de mecanismos fiscales y el incremento del peso de los salarios en relación a la riqueza de los países. Puede resultar algo farragoso de entender cómo se ha producido esa alianza de cuadros, gerentes del sector privado y público, con los intereses de las élites, por eso quizá es mejor echar mano de una declaración –de hace un año– del hoy candidato de Ciudadanos a la alcaldía de León, José Ángel Grego: “¿Por qué el trabajador no le paga a la empresa 45 días por cada año que ha trabajado por haberle dado trabajo? Hay que ser imaginativos”.
“España es el país que lidera el pesimismo de los padres respecto a sus hijos: un 70% cree que vivirán peor que ellos”
Para Víctor Lenore, es importante “desestigmatizar” a la clase media: “En la izquierda, la clase media ha tenido siempre muy mala prensa, en parte justificadamente, porque las élites lo han usado para desactivar tanto en discursos políticos como culturales, pero ha habido procesos de construcción de clase media que han venido de la izquierda y que han sido muy valiosos”. Recuperar un alianza entre clases populares y cuadros es ingrediente imprescindible en una sociedad que depende de manera fundamental del salario, considera Dema. “España es el país que lidera el pesimismo de los padres respecto a sus hijos: un 70% cree que vivirán peor que ellos. En Alemania ese pesimismo es sólo del 23%. Lo significativo es preguntarse cómo ese malestar puede traducirse en nueva acción política y si logra ser mayoría electoral. Pronto lo sabremos”, dice Martínez-Celorrio.
Nuevas clases para nuevos tiempos
La globalización ha creado nuevas categorías en las tradicionales clases contempladas por la Sociología. La socióloga Marina Subirats habla de una nueva clase profesional global, una clase trabajadora global, formada por migrantes no siempre de escaso nivel educativo, pero sin derechos o con “negación o restricción de ciudadanía”, y la clase corporativa, que ocupa cargos gerenciales en las grandes corporaciones y juegan “un papel relevante” a la hora de determinar las decisiones sobre “el destino de los recursos financieros, los textos de gasto, las formas de gestión de deuda pública y privada o las prioridades financieras”.