Que abdiquen ellos
En la cultura política local, subsector dimisiones/ abdicaciones, el pensador que más pesa y determina tendencias sigue siendo Obiang Nguema. Por eso mismo, una dimisión/abdicación es un recurso último tan exótico, esporádico y alejado de lo cotidiano, que debe de ser explicado por los científicos. Afortunadamente, la prensa española se ha aplicado a explicar la abdicación del rey a lo bestia, mediante el método científico patrio. Incluso a través de ediciones especiales. Así, y gracias a la extinción de varios bosques finlandeses, ya sabemos que el rey abdicó para impulsar las reformas del país y la irrupción en la escena de una nueva generación de ciudadanos.
Los medios españoles defienden que el rey abdica por la misma razón que se levanta cada mañana: por todos nosotros
Vamos, un rey impopular y relacionado con el mundo I+D del comisionismo abdica porque es percibido como impopular y corrupto. Lo importante de esta frase genérica, emitida sin problemas en la prensa extranjera, es la palabra “percibido”. Es decir, que a pesar de los medios españoles, que defienden que el rey abdica por la misma razón que se levanta cada mañana –por todos nosotros–, existe una percepción llamativa de otros fenómenos, más graves, y que dibujan otra democracia, otras políticas y otras realidades de las descritas a diario. Existe, vamos, una ruptura cultural entre las descripciones de los medios y las percepciones de gran parte de la sociedad. O lo que es lo mismo, el rey abdica por un fracaso cultural, porque no puede ser imaginado –como le ocurre al PSOE, al PP, al Congreso, al Gobierno, a la judicatura... a las instituciones del Régimen del 78– tal y como propone, cotidianamente, constantemente, la cultura oficial. Y eso es importante porque equivale a decir que el rey abdica porque en 2011 hubo una revolución cultural, un cambio descomunal en el sentido común, que ha hecho saltar al jefe del Estado. Exactamente y con todas esas letras. Porque, vamos, existe una amenaza de ruptura.
La abdicación, de hecho, es la primera respuesta en tres años a esa amenaza de ruptura. Es una respuesta apresurada, desorganizada –quizá se ha producido ahora, simplemente, porque se teme que, en un futuro próximo, no exista en el Congreso la oportunidad de blindar, legalmente, el cargo de ex rey–. Pero, a su vez, es una propuesta inteligente y rigurosa ante el peligro de ruptura. La abdicación –es decir, la aparición de un nuevo rey–, supone el pistoletazo de salida de un proceso constituyente, opuesto al proceso constituyente modulado por la sociedad desde 2011. Es un proceso constituyente que aspira a reformar la Constitución, aportando alguna novedad, y defendiendo lo conseguido por la Transición. Lo-conseguido-por-la-transición: el Estado con menos soberanía popular de Europa; el que menos resistencia ofrece a su integración en instituciones no democráticas, como la UE; el único Estado del Sur que fijó en su Constitución, en 2011, que el objeto de ser Estado no es ofrecer bienestar a sus ciudadanos, sino el pago de deuda a sus deudores.
Necesitamos un republicanismo nuevo que utilice todos los juguetes que hemos inventado en estos tres años
Continuar siendo el Estado que menos ha defendido a su sociedad de los recortes y la postdemocracia y, paralelamente a eso, ofrecer una posibilidad de federalismo / ser Estado, de manera vertical y sin mucha participación ciudadana, a vascos y catalanes. La propuesta de CiU –y no estoy seguro de que tampoco sea la de ERC–, se vería contentada con eso. A cambio, el Régimen conseguiría el apoyo de dos partidos –CiU y PNV– que, sumados a lo que queda del PP y del PSOE, podrían dar estabilidad al asunto durante algún tiempo. Es una propuesta intrépida y no exenta de peligro. El mayor de ellos es que, en esta ocasión, el Régimen no dispone de una cultura que deposite en la cabeza de sus ciudadanos, verticalmente y con suavidad, una idea certera de cohesión. El rol del Ejército, que en los 70 fue tan importante para llegar a acuerdos, ahora lo desarrollan otras instituciones también no democráticas –FMI, BCE, UE– que, no obstante, no pueden ni participar ni ser utilizadas de la misma forma que entonces. También carecemos de un enemigo interior que nos una. Empiezo a creer que ese enemigo somos nosotros, los puntos de vista que chocan contra la información vertida por los medios estos días. Y tengo curiosidad por saber cómo acabaremos siendo los violentos malvados, tan necesarios en estos trances. En un primer momento –sólo en ese primer momento– será divertido.
La seriedad de la propuesta, y su verosimilitud de éxito, no puede hacer olvidar a la sociedad de que, si ha llegado a este extremo, es porque, en verdad, les hemos llevado nosotros a ese extremo. Que somos más determinantes de lo que creemos. Y ellos, más frágiles. Que desde 2011 hemos creado la agenda democrática del siglo XXI. Es una muy buena agenda. Será muy importante en Europa. Será uno de los dos bandos en esta guerra europea que estamos viviendo, a pesar de ser sencilla como un botijo: es la absoluta y total ampliación de la democracia. Deberíamos empezar a hacerla efectiva, de hacerla, en verdad, constituyente, a través de un republicanismo nuevo, que utilice todos los juguetes que hemos inventado en estos tres años. La ampliación de derechos efectivos, de la democracia social, económica y política, el impago de deuda, la efectividad del derecho de autodeterminación –sin él, no hay federalismo posible–, instituciones nuevas de autogestión, ampliación hasta la obscenidad de la democracia directa...
Lo difícil ya lo hicimos. En 2011. No nos lo creemos, pero lo tienen peor ellos. Y nuestra cultura es, ahora mismo, más certera y rápida.