La sociedad de la vigilancia a gran escala
- PANÓPTICO. El control se refuerza con
la sensación de ser observado.
La gente se encuentra ahora
bajo vigilancia en un
grado sin precedentes.
Antes se vigilaba determinados
aspectos de determinadas
personas; ahora se vigila todo
tipo de aspectos de todo tipo de
personas, y ello aumenta a medida
que instituciones altamente especializadas
utilizan medios cada
vez más sofisticados para recopilar
rutinariamente datos personales,
convirtiéndonos a todos en objeto
de supervisión y sospecha.
Estamos vigilados en cuanto
utilizamos una tarjeta bancaria,
tenemos un coche, recibimos publicidad
o enseñamos el carné de
identidad, y ahora, en cuanto salimos
a la calle y nos graban sus cámaras.
En todos estos casos los
ordenadores registran nuestros
hábitos, nuestros datos se cotejan
con otros, vamos dejando un rastro
de nuestra personalidad con
los que se puede ir elaborando un
perfil personal, y se van elaborando
perfiles de grupos (tanto de
consumidores como políticos). A
finales de los ‘70, con el nacimiento
del microchip y el desarrollo de
las nuevas tecnologías, comenzó
la vigilancia a gran escala.
Pese a afectar a la sociedad en
su conjunto, lo cierto es que no
existen movimientos sociales que
cuestionen la extensión de la vigilancia
(aunque últimamente sí se
vislumbra cierta oposición al control
a través de la Red). Puede deberse,
por una parte, a que el
avance de la vigilancia informática
se puede percibir como un
avance social y, por otra, a que
existe gran dificultad en concretar
el problema, máxime cuando
se tiende a ver como algo ajeno:
“no me importa que me vigilen, yo
no tengo nada que ocultar”, sin
darnos cuenta de que lo que se está
vulnerando no es sólo nuestra
intimidad sino que estamos viendo
amenazada por la vigilancia
electrónica nuestra propia personalidad,
entendida ésta como dignidad,
libertad y responsabilidad
humana. Las personas son cada
vez más vigiladas y sus actividades
documentadas y clasificadas,
no sólo como actividad a posteriori
(detener delincuentes), ni siquiera
estrictamente a priori (prevenir
la delincuencia), sino como
medio de fortalecimiento del poder.
La información es poder en
cuanto que contribuye a crear poblaciones
que cada vez en mayor
medida se conforman con las normas
sociales. El conocimiento de
lo que ocurre está siempre ligado
al poder y así, el control de la información
se ha convertido en
una cuestión política clave.
Las cámaras de vigilancia están
destinadas a obtener información:
hacen más extendidos, y simultáneamente
menos visibles, muchos
procesos que ya estaban en marcha.
Si los ordenadores contribuyen
a inaugurar una nueva dimensión
de la vigilancia e Internet la
multiplica, las cámaras la sacan a
la calle. Las organizaciones que
utilizan la tecnología de la información
para vigilancia obtienen
con relativa facilidad una imagen
detallada de la vida cotidiana de
individuos y de grupos. Datos relativos
a la situación financiera,
estado de salud, transacciones telefónicas,
ayudas sociales, residencia,
estado civil, procedencia
étnica... son fácilmente accesibles
y no obtenibles sin las modernas
tecnologías. Las cámaras de vigilancia
instaladas en grandes y medianos
núcleos urbanos ponen
imagen a la información.
La situación parece ser más
grave que la prevista por Orwell
en su 1984. Orwell ideó un centro
controlador, y ahora el control está
descentralizado. Tampoco imaginó
que su principal ejecutor no
fuera el Estado. Hoy los vigilados
son los consumidores (por entidades
privadas) tanto como los ciudadanos
(por el Estado).
Orwell pensó que el controlado
iba a ser consciente en todo momento
de la presencia de su controlador.
Actualmente la mayor
parte de la vigilancia se lleva a cabo
de forma oculta (existen cámaras
de videovigilancia a la vista de
cualquiera y otras estudiadamente
ocultas), lo que pudiera parecer
una contradicción, pero es la estrategia
del panóptico: el control
se mantiene por la sensación
constante de ser observado por
ojos que no se ven, así no hay ningún
lugar donde ocultarse. Al no
saber si se es o no observado, la
obediencia a las normas puede parecer
la única opción racional. Es
la incertidumbre como medio de
dominación. Finalmente Orwell
diseñó un control estatal con un
sistema totalitario; no pudo prever
que las nuevas tecnologías
permitieran una vigilancia tendente
al totalitarismo en perfecta
coexistencia con procesos formalmente
democráticos.