USA Horror Movie: la nueva derecha
Un fantasma recorre Estados Unidos: el Tea Party. Desde hace meses, el movimiento reaccionario crece y acapara la atención de los medios de comunicación, inquietando a una clase política que mira con preocupación la nueva ola ultraconservadora que se arma en los márgenes del sistema de partidos. Pese a que gran parte de los analistas de la izquierda estadounidense no ven en el Tea Party más que un espectro que no arrastra más que pasado y supersticiones, el movimiento se conecta plenamente con el presente del país: tiene más de zombi que de fantasma. Es un muerto resucitado.
Cuando todos anunciaban el sepelio del ala dura del conservadurismo norteamericano, con un Partido Republicano pagando los platos rotos por la Administración Bush y la credibilidad neocon hecha añicos por la crisis económica en curso, el cadáver parece salir del hoyo con bríos renovados. “Orgulloso de ser de extrema derecha”, reza el eslogan que muchos miembros del Tea Party lucen en sus camisetas. Como diría Stubbs el zombi, protagonista del exitoso y homónimo videojuego, “la rebelión de los rebeldes sin pulso ya ha comenzado”.
Las películas de terror resultan un buen analizador del presente político en EE UU. El doctor Repronto señala en una de sus reflexiones telemáticas que el género ha experimentado una transición desde el dominio de los vampiros a la hegemonía de los zombis. La política estadounidense parece haber seguido la misma tendencia en el último año. El foco de la atención periodística ha cambiado de muerto viviente: Obama se ha visto desplazado por el Tea Party como objeto mediático con categoría de evento. El actual presidente, que vampirizó los imaginarios, los lenguajes y las formas de organización de los movimientos sociales para llegar hasta la Casa Blanca, le ha cedido el protagonismo a un nuevo monstruo. Sin embargo, Repronto se equivoca al enunciar el fin de la hegemonía vampira. El éxito mundial de la saga Twilight demuestra que los vampiros gozan de buena salud en las actuales industrias culturales. En la política estadounidense ocurre lo mismo: la nueva derecha sigue la estela vampira de Obama. Los zombis son además vampiros.
“No hay un líder, tenemos miles de líderes”. La voz de Keli Carender suena segura y se viste con una sonrisa. Como gran parte de los integrantes del Tea Party, es la primera vez en su vida que se mancha los pies en la arena política. Keli forma parte de una revuelta amorfa, con una estructura descentralizada y con una legión de ciudadanos anónimos que en un elevado porcentaje rechazan la idea de un líder para su movimiento.
“¿Sarah Palin? Tendrá que hacer campaña con las ideas del Tea Party si quiere nuestro apoyo. Si fuera elegida tendría que gobernar con nuestros principios o la pondríamos de patitas en la calle”, apunta Keli. El pilar sobre el que descansa la nueva derecha estadounidense es un movimiento de base compuesto por cientos de colectivos que operan en red con un elevado nivel de autonomía.
Su organización se ha propagado a través del boca a boca, las redes sociales en Internet, la blogosfera y pequeñas emisoras locales de radio. Su repertorio de acción colectiva se mueve entre asambleas, foros, sentadas, mítines o manifestaciones. ¿El bloqueo de Seattle en 1999? ¿Las protestas contra la guerra en 2004? ¿El movimiento de migrantes en 2006? No. La extrema derecha del 2010. Mr. Mack, un sherif jubilado de Arizona miembro del Tea Party, lo tiene claro: “Esto ya no va de marginales, sino de gente normal como amas de casa, profesores, banqueros…”. Un correligionario perfectamente caracterizado como el difunto Georges Washington le responde: “Oh, sí señor, he regresado para la segunda revolución americana. Mis armas esta vez serán la Constitución, internet y los anuncios radiofónicos”. Definitivamente, muertos vivientes.
Obama recorrió la senda electoral presentándose como un outsider. El Tea Party proclama su animadversión hacia la clase política. Ambos monstruos son el resultado de la crisis manifiesta de la representación política y de los partidos. Según una encuesta elaborada el pasado mes de febrero, el 70% de los estadounidenses se muestra furioso con los políticos y el 80% considera que a los congresistas de Washington no les importan los problemas de la gente.
Desencantados con la clase política y los partidos, los partisanos del Tea Party encuentran sus referentes en otra parte: Glenn Beck, un ultraconservador comentarista televisivo, es el principal guía espiritual del movimiento. Como en una novela futurista de Ballard o de Dick, los políticos han sido sustituidos por un telepredicador. “Beck no es como los políticos, él es real”, dice un pequeño empresario cuarentón de Nebraska. Al contrario que la política, que ofrece el goce en permanente estado de promesa, la televisión produce el presente y constituye lo real: te procura el goce aquí y ahora. Mientras un político es siempre una incertidumbre, Beck se presenta como una incuestionable verdad.
“Nuestra forma de vida está siendo atacada. Dibuja una raya en la arena para que los otros lo entiendan y nuestros valores permanezcan intactos. Recuperemos nuestro país”. La canción sale de los labios de un tipo blanco de unos 70 años que se acompaña de una guitarra y luce una vieja chapa en la solapa: “Reagan For President”. No es Bela Lugosi en una secuencia de White Zombie, sino un activista del Tea Party. Como ocurre con el cine de terror, la nueva derecha estadounidense encuentra su motor en el miedo. En gran medida, el movimiento reaccionario es el producto de dos pánicos cruzados: uno étnico y otro de clase. La práctica totalidad de los habitantes de la nación Tea Party son blancos aterrados ante el imparable crecimiento de la población migrante y los actuales índices de natalidad en su país: nacen ya más niños negros, latinos o de origen asiático que blancos. Sin embargo, se trata de un delirio paranoico que va más allá. La base del movimiento son las viejas clases trabajadoras blancas atrapadas en los gastados imaginarios del fordismo y presas del pánico ante el fin consumado del viejo orden industrial. La AFL-CIO, la federación de sindicatos más importante de los EEUU, realizó una encuesta tras las elecciones en Massachusetts el pasado mes de enero, cuando Scott Brown, uno de los iconos del Tea Party, acabó con más de 50 años de hegemonía demócrata en ese Estado. Los resultados desvelaron que la mayoría de los trabajadores sindicalizados votó a Scott. Karen Ackerman, dirigente de la AFL-CIO, definió lo sucedido como “una revuelta de clase obrera”. Increíble, pero cierto. La nueva derecha norteamericana baila al ritmo de Bruce Springsteen y Pete Seeger.