La izquierda, ¿hipótesis muerta?
El eje izquierda-derecha se
revela en nuestro tiempo
como obsoleto, incapaz
de datar al conjunto de
transformaciones culturales, políticas,
socioeconómicas y psicosociales
de nuestra época vivida. Se queda
corto, reduccionista, al tratar de
ubicar la realidad compleja dentro
de una visión unidimensional que
drena por todas partes. La irrupción
del 15M da claras muestras de
ello. Un acontecimiento que leído
desde una óptica clásica, debería
haberse traducido en votos a IU en
las pasadas elecciones del 22M, o
en ampliar los grupos de izquierda.
Pero el 15M existe en sí mismo y
no responde a la lógica del caladero
de votos o del engrosamiento de
mi organización particular.
Posiblemente tenga que ver con
eso que llamamos –a espera de un
mejor nombre–, posmodernidad. Es
decir, la imposibilidad de marcar un
único relato,un único sistema de creencias
que ofrezcan respuestas coherentes
y holísticas a las preguntas
que nos hace el mundo contemporáneo.
La producción de subjetividad,
es decir, nuestras inclinaciones en
las formas de ser, ya no son sólo patrimonio
del Estado, el partido, la
fábrica o la religión, sino que se encuentra
atravesada por múltiples
estímulos y roles que cumplir en la
vida, imposibles de encasillar en
formas lineales, homogéneas, fácilmente
identificables.
Toda lectura de la realidad que
parta de categorías de análisis que
acaben por justificar una idea prediseñada,
terminan siempre en frustración
e incomprensión. Si la gente
ha salido a la calle y ha comenzado a
organizarse bajo criterios distintos a
los repetidos por los que se autoproclaman
revolucionarios o progresistas,
ello debería hacer ver que existe
una falta de análisis y una sobredosis
de ideología que no cuajan con lo que
sucede. Los que se llaman comunistas
nunca han tenido intereses propios,
son anfibios que no se aferran a
verdades trascendentales. Debemos
evitar eso que Gramsci veía como
uno de los peores males, no armonizar
el pensamiento con los elementos
de la realidad cotidiana o no
saber sentir las necesidades de los
explotados. Esta ausencia de dramatización
de la vida, incapacita
cualquier aplicación de medidas
generales y a los imaginarios “que
no pueden imaginar el dolor que la
crueldad termina por despertar”.
No se trata tanto de poner en tela
de juicio los valores históricos que
encarna la izquierda –o la extrema
izquierda–, sino de cuestionar su forma,
su puesta en escena, su manera
de descifrar la realidad. Recordar
por qué una persona se hacía de izquierdas
resulta fundamental para
comprender su función histórica.
Ser de izquierdas ha sido un mecanismo,
ha conseguido proyectar un
universo mental acorde a las necesidades
e intereses de los desfavorecidos
y explotados del mundo, pero
nunca al revés. La izquierda al servicio
de las gentes y no viceversa. Por
el mismo motivo que la entendemos
como una herramienta que cristalizaba
la organización del descontento,
tenemos hoy que redefinir los
conceptos para que, nuevamente, se
interpreten las intenciones de impugnación
de los de abajo.
Tampoco debería sorprendernos;
si algo nos enseña Marx, es que nada
en la vida es para toda la vida y que
el capitalismo, lejos de la reducción
economicista, es ante todo un modo
de relacionarse que varía. Nietzsche
afirmaba que los ateos no se despojaban
de su condición de religiosos
por el mero hecho de negarla, lo podían
seguir siendo precisamente por
seguir manteniendo una fe ciega en
la búsqueda de la verdad única.
Sacralizar posturas, símbolos o colores,
como verdades eternas al margen
de los cambios, nos exime de
nuestra condición laica en la política,
para convertirla en un presupuesto
religioso inamovible, sin necesidad
de verificar en la práctica. Como Durruti,
también nosotros y nosotras renunciamos
a todo, menos a la victoria.
Eso no significa para nada, –es
más, lo recrudece–, la desaparición
del conflicto en torno a cómo debe
organizarse, entenderse, la vida en
común, en sociedad. Simplemente
que cada tiempo, requiere su tiempo;
cada forma, cada símbolo o referencia
implica un contenido, que lejos
de toda sacralización, responden y
componen un tiempo histórico dado.
Paradójicamente, era Lenin quien
decía aquello de que “cada eslogan
particular debe ser deducido de la totalidad
de características específicas
de una situación política definida”.
Se ha producido un doble efecto.
Al tiempo que el capitalismo ha ido
adoptando una proyección joven, dinámica,
transgresora, la izquierda
ha caminado en la dirección contraria,
hacia lo viejo, lo rancio y lo nostálgico.
El filósofo William James
afirmaba que la acción viene ligada a
una “voluntad de creer” y para ello
diferenciaba entre lo que denominaba
hipótesis vivas e hipótesis muertas:
las vivas son aquellas que nos sugieren
“una verdadera posibilidad”,
“que resuenan en el alma de las personas”.
Por contra, las hipótesis
muertas son las que han perdido la
validez de nombrar aquello que sucede
y que por mucho repetirlo jamás
lo conseguirá. Es “una llamada
a actuar que no sabe producir un eco
en nuestra conciencia”.
La batalla por la apropiación del
saber y por lo tanto de la orientación
en las disposiciones humanas, se libra
hoy entre dos puntos: oscila entre
una aparente diferenciación de
formas de vida, pero finalmente reducidas
al espacio liso del capital; y
entre una coordinación compleja de
diferencias, capaz de emanciparse
del monolingüismo del capital.
Sometimiento o éxodo de la dominación
semiótica del capital, esa es la
cuestión. La publicidad es un buen
ejemplo para observar la batalla
mental y la lucha por el significado
de las palabras y por lo tanto de las
cosas. Ha sido la que mejor ha sabido
adoptar –hasta ahora–, las prerrogativas
y las aspiraciones emancipatorias
de la humanidad: Ikea es un
diseño democrático y el modelo Ds4
de Citroën es un modelo “contra lo
establecido” y Endesa es luz y también
personas. Los anuncios pueden
ser queer, ecológicos o “antisistema”,
e incluso explican la historia de las
revoluciones a través de un coche.
Los y las indignadas de medio
mundo que toman las calles y la red
son el cuerpo social del intelecto general
conectado, es como un virus
bacteriológico que desobedece y produce
la ruptura; toman el testigo de
la ilusión que en su tiempo generó la
izquierda, haciendo suyas las palabras
del poeta Gunter Eich, “cantad
canciones que nadie espera escuchar
de vuestras bocas”. Evaristo, el cantante
del mítico grupo de punk, La
Polla Records, tiene más razón que
nunca cuando decía que “nuestra arma
secreta es el cerebro”. La creatividad
y la innovación colectiva que
inundan las plazas, trasladan el saber
y el conocimiento de las esferas
publicitarias para ponerlas a trabajar
en un fin común, de todos y para todos.
Son la hipótesis viva que sí se
hace eco en nuestra conciencia: “No
somos de izquierdas ni de derechas,
somos los de abajo que vamos a por
los de arriba”, “we are the 99%”.