Indios
Alguien dijo alguna vez
algo así como bienaventurados
los que se dan
cuenta de que no tienen
ni puta idea de nada, porque ellos
serán llamados filósofos. Pues entonces
yo, además de enseñar filosofía,
debo de ser filósofo. Lo que
pasa con el filósofo es que suele
ser tozudo, no le convence fácilmente
la opinión public(ad)a y, en
vez de seguir esa opinión corriente,
no hace más que cavilar una y
otra vez sobre ella. Con poco resultado,
la verdad; es cuestión de
costumbre, como fumar.
La grieta
Esta actitud sospechosa y algo nociva
debe de ser la mía, cuando por
ejemplo veo a Arnaldo Otegi haciendo
propuestas e interpretaciones políticas,
como si fuera alguien. Es el
mismo espectáculo diario de mesas
reivindicativas flanqueadas por grupos
de apoyo, las iniciativas constantes,
la producción de opinión pública
contra la opinión public(ad)a,
manifestaciones a menudo gigantescas
para las dimensiones de
Euskal Herria, repetidas una y otra
vez con tenacidad incansable, a pesar
de que nadie las quiere ver en
España; lo mismo que no se quiere
ver ni la tortura ni la aplicación del
Derecho del enemigo contra todo lo
que se mueve, convertido en invisible,
si no es por sus gestos extemporáneos
desde el subsuelo al que
está relegado. No sé si Euskal
Herria está creciendo como los abetos
nórdicos a razón de milímetro
anual; pero lo que sí se está agrandando
año a año es la grieta que la
separa de España.
No me convence el eslogan del
‘apartheid’ lanzado por Batasuna.
Como buen (o mal) filósofo, desconfío
de las metáforas y más cuando
son tan tensas. Pero me estoy dando
cuenta de que hay otra metáfora semejante
más cercana; aquí no va de
negros, sino de indios. La idea me la
ha dado la famosa mofa de la COPE
con el primer presidente indio de
Bolivia, Evo Morales; esa sí que responde
a la visión imperial de España,
como el hidalgo de Bienvenido
Mister Marshall: “¡Indios, no son
más que indios!”. España, a la que se
invoca como nación única de todos
los españoles, no ha tenido la revolución
burguesa constitutiva de “nación”
y sigue siendo un imperio después
que ha perdido sus colonias.
Aquí lo que no es conforme es un indio.
¡Y no va a ser un indio Otegi, si
lo es hasta Ibarretxe!
Margen de maniobra
Otegi es un amenazado de cárcel de
quien sólo se espera que se ponga
de rodillas, entone el mea culpa y
convenza a ETA para que se disuelva
pacíficamente. Habrá negociación
cuando ETA deje las armas; lo
dicen el PSOE, el PNV, IU ¡qué adelanto
con respecto al PP! Y esta exigencia
previa se plantea con toda
naturalidad. Será que los únicos malos
son evidentemente los de ETA y
tiene que quedar constancia de ello
en los primeros créditos de la película.
Pero entonces ya está cerrado
el armisticio, entregados los malos a
la generosidad del vencedor, digo
yo. No basta con que ETA mantenga
desde hace dos años una tregua de
hecho, mientras el Estado sigue su
guerra implacable contra ella y pasa
la espumadera por toda la izquierda
abertzale recogiendo rehenes. La legitimidad
del Estado no necesita reconocer
que hay un problema político;
ETA es sólo una mala hierba de
la democracia; pero si ETA se disolviera,
¿no se seguiría excluyendo a
los mismos por tomar el relevo de
ETA con medios pacíficos? Parece
una enseñanza del juicio 18/98.
Claro que también hay un argumento
máximo de sentido común,
que acepta comúnmente, como no
puede ser menos, toda la ‘Izquierda’:
Zapatero no tiene margen
de maniobra para hacer avanzar el
‘proceso’ -una palabra que el caso
palestino me ha hecho odiar- más
que si ETA primero deja las armas.
Pero claro, a cualquiera se le ocurrirá -lo mismo que se me ocurre a
mí- que entonces lo malo es eso,
que Zapatero no tenga margen de
acción. Ése es el problema insoluble,
el callejón sin salida en que se
ha metido y nos ha metido la clase
política y su fabricación compacta
de opinión pública. Porque además
aquí viene otro asunto grave del
que no se habla, si nos limitamos a
plantear los temas políticamente.
Lo que está en juego es la hegemonía
de la clase económica que creció
al amparo del Franquismo y ha
cooptado a la ‘Izquierda’ para que
le salve el tinglado; una clase en cuya
primera fila, por cierto, figuran
grandes familias vascas.
No me los creo
A mí que no me hablen de proceso
de paz; ni Otegi, porque no le creeré,
ni Zapatero, porque creeré que es
una maniobra política. Cuando se
acabe ETA, que algún día se acabará,
en realidad se acabará el tapón y
estallará el tema vasco de un modo
incontrolable. A veces, cuando hablo
con gente de pasado histórico colonial,
tengo la impresión de que el
caso vasco se parece algo al holandés.
A ellos no los llamaron indios,
pero sí pordioseros, lumpen, y ése -gueux- fue el nombre de guerra
que adoptaron. Ahora, cada vez que
los holandeses cantan su himno nacional,
precisamente juran fidelidad
al rey de España. ¿Contradicción?
No, paradoja. Porque es el rey de
España quien no fue fiel a su deber
de buen pastor con los holandeses.
Es lo que quieren decir. Felipe II estuvo -contra la leyenda- dispuesto a
tratar con los protestantes; pero a lo
que no estuvo dispuesto fue a reparar
en medios con tal de sacarles todo
el dinero que pudiera.
Y aún más se parece al caso holandés
el catalán. Se ha recurrido
contra el nuevo estatuto catalán
primero a términos éticos -solidaridad-
y luego a abstracciones
ilustradas -igualdad-, para tapar
los términos propios del problema.
Porque los catalanes están
dispuestos a toda la solidaridad e
igualdad, precisamente para seguir
vendiendo en España, lo mismo
que Angela Merkel fue la más
dispuesta a poner dinero en el
presupuesto europeo cuando el
último follón presupuestario que
montó Blair. Es la clave de la creación
del mercado, español en un
caso, europeo en el otro. Lo que
no se puede hacer es exprimir sin
negociar ni dar cuentas, despreciar
como sujeto político a un país,
se llame nación o no, sea igualitario
en su interior o no. Éste es
precisamente un motivo clásico
de independencias como la de
Noruega, un país con un nivel civil
que en 1905 era mucho menos
potente que el catalán. Zapatero
se ha dado cuenta y no sólo ha jugado
oportunistamente. Pero en
el caso vasco me temo que no podrá
hacer nada, ni siquiera acciones
dilatorias de retaguardia. Pese
a que la dirección del PNV teme la
independencia, es posible que tenga
que sumarse a ella, para que
no lo arrolle. Las cosas hace tiempo
que han llegado demasiado lejos.
Creo que el caso vasco hoy por
hoy no tiene solución; no por la intransigencia
de las partes, sino
porque el Estado sabe que abrir un
proceso real es algo que no va a
poder controlar. Este Estado es
duro, porque no es fuerte, sino
más bien un castillo de naipes sostenido
por el miedo y la corrupción
política que se esconden bajo el rótulo
de Democracia.