El Imperio de las abstracciones
Las abstracciones son nuestros nuevos fetiches. Parecen inertes e inanimadas, pero les hemos dado vida, ellas la han cobrado y ahora nos exigen todo tipo de sacrificios. ‘Los mercados’ están ávidos y exigen esto y lo otro, ‘la economía’ está enferma y reclama nuestros fluidos para inyectarle liquidez, ‘la violencia de género’ no para de cobrarse víctimas, ‘el electorado’ es soberano, ‘el fracaso escolar’ expulsa a los chavales del paraíso prometido, ‘España (o Andalucía, o Cataluña, o el Perú)’ necesita nosequé o nosecuantos, ‘los trabajadores’ o ‘el medio ambiente’ o ‘la sociedad’ exigen, claman, se lamentan…
Con todo, lo peor no es que humillemos dócilmente la cabeza a los dictados del imperio de tantas y tantas abstracciones, sino que las rebeldías aparentemente más radicales no encuentren mejor modo de combatirlas que oponiéndoles… nuevas abstracciones. Nuevas abstracciones que se convierten en nuevos fetiches que reclaman nuevos sacrificios, a los cuales no se nos ocurre sino humillarnos o enfrentar con nuevas abstracciones, etc. Entre las abstracciones de los unos, las de los otros y las nuestras propias, las gentes concretas, con nuestras singulares circunstancias, afectos y momentos, quedamos literalmente triturados, batidos en esas sopas de letras que acaban siendo los PIB, PP, PSOE, FMI, IU, CCOO, ONG, AGGG…
Por no seguir hablando en general –¡¿en abstracto?! –, vayamos a uno de tantos casos –¡¿casos?! – concretos. Hasta no hace mucho, la noticia de la muerte de una mujer a manos de un hombre se difundía con todo tipo de detalles sobre las circunstancias, razones y emociones que estaban en juego. Hoy, resulta que “un nuevo caso de violencia de género se cobra una nueva víctima”. Los protagonistas ya no son ella y él, con su drama irrepetible, sino esa abstracción que es “la violencia de género”. Como si de un virus o cualquier otro agente maligno se tratara, es ella la que se cobra víctimas, ella la que proporciona “un nuevo caso de”, ella la que debe combatirse, ella –¿ella? – la que cobra tanto espesor y entidad que hasta puede observarse (con un Observatorio de la Violencia de Género, claro). ¿Tan difícil será hablar de una mujer a la que su marido ha asesinado? Lo difícil es imaginar un montón de expertos y militantes observando asesinatos como si tal cosa. O imaginarse a alguien conmocionado ante “un nuevo caso de violencia de género” pero impertérrito ante un asesinato.
Lo que se ha conseguido así que ya no haya personas ni drama, sino estadística. Otro número que poder sumar para quienes viven de estas cosas y con estas cosas “se cargan de razón”. Por no haber, ya no hay ni novedad pues ¿qué hay de nuevo en “un nuevo caso de”? Por eso, el acontecimiento o suceso no se publica en aquella sección que se llamaba de Sucesos porque sucedían acontecimientos; ahora se publica en Sociedad, esa otra formidable abstracción en la que todos y cada uno nos subsumimos como caso de: caso de electorado, caso de trabajador o de parado, caso de maltrato, caso de terrorismo, caso de exclusión… A los acontecimientos y a las gentes les han asfixiado los casos. Eso tiene la ventaja de parecer controlable mediante la legislación y los expertos adecuados (las leyes y los expertos sólo funcionan a condición de reducirnos a abstracciones, a “mero caso de”), al tiempo que al resto nos exime de pensar (para pensar “otro caso de” basta con aplicar el tópico ya preparado para la abstracción que los incluye a todos). Otra cosa es que solucione algo, pues parece que la tal violencia de género se multiplica al mismo ritmo que lo hacen los expertos y las disposiciones legislativas y judiciales para atajarla.
Pero no es éste el único despropósito al que se llega por el camino de la progresiva abstracción, que parece ser un camino ideal para llegar a cualquier lugar menos al que teníamos propósito de llegar. Así, por ejemplo, por mor de incluir al preterido género femenino, se ha acabado imponiendo la @ como un supergénero que, lejos de incluirlas a ellas, nos excluye a todos: ellos, ellas, ellus y els. Todos y todas –¿cabe mayor despropósito expresivo? ¡pues sí!– quedan así subsumidos en el supergénero técnico que simboliza la @ informática. Cada uno y cada una (y cada unu y cada un) ya no somos sino casos de esa neutralidad técnica que nos resume. Con el agravante, además, de que el nuevo supericono esboza una a subsumida en el círculo de una gran O, con lo que –como es típico de lo logrado por vía de abstracción– es peor el remedio que la enfermedad. Hay quien a esto contesta con un “son ganas de enredar, es sólo una cuestión de economía expresiva”. Y pone así broche de oro a la cadena abstractiva. Sólo faltaba que dejemos a las leyes de la economía gobernar también nuestras expresiones para que ya hasta nuestra manera de decirnos y sentirnos nos sea ajena, abstracta, enajenada. Hasta que no volvamos a aprender a hablar –lo que se hacía sin mayor problema antes de que la escolarización fuera obligatoria– seremos incapaces de imaginar otra cosa que no sea más de lo mismo.