Haití un espejo
Irma Leites, Alternativas (Uruguay), 13/10/10
Las palabras hoy poco dicen, la realidad
nos dispara imágenes a quemarropa…
Hoy, oficialmente son
17 países los que ocupan con tropas
Haití. Casi 7.000 soldados. Hospitales
que se vinieron abajo, cárceles
que se desplomaron, el edificio
presidencial derrumbado y las
tropas de ocupación dan la orden
de alto a los millones que deambulan
sin destino mirando y abriéndose
paso entre cadáveres. Indescriptible.
Imposible de imaginar que así
en 18 segundos, un terremoto agregue
una devastación sin medida a
la horrenda condena de la miseria
ya existente en este amado pueblo
negro y rebelde. Esta demolición
sin medida, sin palabras, se suma
¿casualmente? a la barbarie de una
existencia infernal.
¿Cómo imaginar así de golpe en
18 segundos que toda la población
de Uruguay, tres millones de seres
humanos queden sin dónde ir, sin
agua, sin casas, sin comida y que
busquen entre escombros a sus seres
queridos? ¿Cómo imaginar que
de golpe cien mil seres humanos
mueran sin remedio? ¿Podemos
imaginar que una cantidad similar a
las personas que fuimos a la marcha
gigantesca del 20 de octubre fuéramos
de golpe tragados por la tierra?
¿Qué van a hacer ahora los cascos
azules? Sin duda van a dispararle
por la espalda a los hambrientos
que deambulan sin destino porque
se apropian de algo para comer…
sin duda los rostros haitianos
reflejan la peor pesadilla que
imaginemos, sin duda el cine de terror
se quedó corto. Ante la catástrofe,
para estos pobres insurrectos
no hay rescate. Morirán sin
más bajo los escombros, morirán
mientras Obama se apura a enviar
más tropas, mientras el BID vota
partidas rápidas de dólares… Ya
las multinacionales se frotan las
manos felices evaluando lo que se
van a embolsar en la “reconstrucción
de Haití”, donde la gente sobrevive
con menos de dos dólares
diarios, donde la mano de obra es
la más barata del mundo.
Dice en un poema de Mahmud
Darwich: “Vamos! / escribe / en lo
más alto de la primera página / que
yo no odio a los hombres / que yo no
agredo a nadie / pero... que si me
hambrean / como la carne del que
me despoja / y ten cuidado... cuídate
/ de mi hambre / y mi cólera”.
En fin, Haití es la consagración
atroz de la demencia capitalista