Fin de época: en el sendero de la decadencia
El clima de ‘fin de época’ se
va extendiendo. Recientemente
Michael Klare escribió
un artículo sobre “El
fin de la era del petróleo” y el nacimiento
de la penuria energética
acompañada por un feroz militarismo
norteamericano apuntando al
control global de esos recursos1.
Scott MacDonald acaba de publicar
un texto donde marca el final del
largo período en el cual los EE UU
lograron combinar eficazmente militarismo
y prosperidad como centro
de una lógica política y económica
de alcance mundial2. Abundan
los textos académicos y periodísticos
referidos a la decadencia imperial,
el ambiente optimista de la década
pasada ha sido borrado por los
grandes medios de comunicación
sin la menor insinuación de autocrítica,
ahora resulta que el anunciado
amanecer de la globalización neoliberal
de la que nadie podría
escapar no era otra cosa que el comienzo
de una dolorosa agonía.
El fantasma de la recesión comienza
a instalarse en la economía internacional
con señales inflacionarias
que restringen el margen de maniobra
de las autoridades monetarias
de las grandes potencias. Para frenar
la recesión deberían bajar las
tasas de interés pero al hacerlo alentarían
la inflación empujada por la
subida del precio del petróleo. A ello
se agrega el fracaso de la invasión a
Iraq y Afganistán que lleva al Imperio
hacia la derrota y a la evidencia
de su incompetencia militar, se trata
de un revés estratégico de inmensas
consecuencias negativas para el
conjunto de los países centrales.
Tres crisis en una
El telón de fondo está constituido por
la convergencia de tres crisis: la financiera
y la energética, a las que se
suma la decadencia de la hegemonía
política-militar de los EE UU.
La burbuja inmobiliaria norteamericana,
cuyo desinfle desató la
crisis global, es la parte visible de
una hipertrofia financiera que incluye
desde deudas colosales, como la
pública y privada de los EE UU que
ronda los 50 billones (millones de
millones) de dólares, cifra superior
al Producto Bruto Mundial, hasta reservas
dolarizadas como las de
China (1,3 billones de dólares) y
Japón (950.000 millones de dólares)
pasando por la masa de negocios
con “productos financieros derivados”
cercana a los 350 billones de
dólares (más de ocho veces el Producto
Bruto Mundial). El proceso de
financiarización ha sido la contracara
de la desaceleración de la economía
mundial iniciada desde comienzos
de los ‘70 cuando se desató una
crisis crónica de sobreproducción
que se prolonga hasta la actualidad.
Esos negocios permitieron postergar
por varias décadas el hundimiento
económico del capitalismo,
concentrando ingresos y reproduciendo
beneficios en la cúspide del
sistema mientras devoraba estructuras
productivas periféricas y
transformaba a buena parte de las
élites burguesas desarrolladas y
subdesarrolladas en mafias parasitarias.
Obviamente la hipertrofia financiera
tenía que llegar tarde o
temprano a su nivel de saturación,
es lo que ahora está ocurriendo.
Dicho fenómeno converge con el
comienzo de la fase descendente del
ciclo de los recursos energéticos no
renovables. El hecho no es casual, el
primer síntoma significativo de agotamiento
se produjo a comienzos de
los ‘70 cuando los EE UU (primera
potencia energética) llegaron a la cima
de su producción de hidrocarburos
mientras se producía el primer
shock petrolero mundial.
El mundo capitalista prosiguió su
expansión (gracias a la droga financiera)
y por consiguiente también lo
hizo un consumo petrolero desmesurado
que avanzó en pocas décadas
hacia el punto de máxima producción
(cuando se agotaron aproximadamente
la mitad de las reservas de
petróleo del planeta), a partir del cual
el estancamiento y posterior descenso
de la extracción es inevitable. Eso
también está ocurriendo ahora.
Ambas crisis convergen a su vez
con la hipertrofia decadente del
Complejo Industrial Militar de los
EE UU. Tampoco eso es un producto
del azar, dicho ‘complejo’,
que gastó en 2007 cerca de un billón
de dólares3, fue llevado al sobredimensionamiento
por la propia
dinámica parasitaria del capitalismo
norteamericano hambriento
de petróleo y acosado por
sus desajustes financieros (que hacían
peligrar su hegemonía monetaria).
Al declinar la unipolaridad
estadounidense se deteriora el pilar
decisivo de la gobernabilidad
burguesa del sistema mundial.
Dinámica de la decadencia
La militarización y la financiarización
del capitalismo nacieron al mismo
tiempo hacia fines del siglo XIX,
su expansión se produjo a ritmos
irregulares, en medio de guerras frías
y calientes y turbulencias bursátiles
y monetarias. Aproximadamente
en ese mismo momento histórico comenzaba
el auge del petróleo asociado
al ascenso de los EE UU.
El militarismo ha cumplido un rol
decisivo en la supervivencia del capitalismo
compensando con sus
gastos las ausencias de oportunidades
de inversión rentable, desarrollando
nuevas tecnologías y posibilitando
el control imperialista directo
e indirecto de vastos territorios
periféricos (recursos energéticos,
materias primas y mano de obra
abundantes y baratos, etc.). Por su
parte el capital financiero posibilitó
una y otra vez el reagrupamiento
(concentración, pillaje) de riquezas
que permitía al sistema superar las
crisis que su propia expansión provocaba.
Después de cada caída
irrumpía una pareja militar-financiera
aún más grande hasta llegar a
nuestros días en que la metástasis
parasitaria ha conseguido conquistar
a la totalidad del mundo burgués
y en consecuencia llevarlo a un callejón
sin salida.
Todas la crisis anteriores habían
encontrado una tabla de salvación
en los recursos energéticos no renovables
abundantes y baratos,
más aún, todo el ciclo bicentenario
del capitalismo industrial hubiera
sido imposible si hubiera tenido
que depender de los ritmos naturales
de reproducción de los recursos
energéticos renovables. Necesitaba
recursos muertos como el carbón o
el petróleo integralmente sometidos
a la velocidad de su reproducción
ampliada, y sobre esa base modeló
su sistema tecnológico y sus
estructuras de producción y consumo...
pero esos recursos eran limitados.
La alternativa de superexplotación
de la agricultura global
para la obtención de energía (biocombustibles)
al desplazar tierras
destinadas a la producción de alimentos
agrava la crisis que pretende
superar: genera penuria alimentaria
e inflación.
La dinámica de la expansión militar-
financiera del capitalismo (incluida
su base energética) se transforma
ahora cuando ha llegado a
su altura máxima en dinámica de
la decadencia.