Europa: espacio de lucha
Las instituciones europeas se encuentra
bloqueado en muchos aspectos.
Mientras que las posibilidades
de control democrático se han
visto interrumpidas, continúa sin
embargo la iniciativa de los poderes
centrales de la Europa unida.
Es evidente la contradicción desastrosa
en la que vivimos.
¿Debemos estar contentos por el
hecho de que las fuerzas de la extrema
izquierda hayan derrotado al
proyecto de Constitución Europea?
El ‘Nuevo Partido Anticapitalista’ de
Besancenot y la ‘Linke’ alemana han
hecho todo lo posible para que nos
veamos en esta situación. Con ellos
han actuado todas las minorías comunistas
y trotskistas europeas.
Estos partidos y partidillos no han
dejado de ser republicanos, corporativos
y, cuando no lo son, consideran
que sólo pueden reproducirse
sobre una base nacional y que sólo
dentro de esas dimensiones pueden
construir un programa. En su oposición
a la unidad europea se valen del
carácter liberal de la (difunta) Constitución
Europea. Algo que, evidentemente,
es cierto. Ahora bien: ¿es
esto suficiente para justificar, no
tanto la polémica encarnizada, sino
el abandono del proyecto de la unidad
europea?
Algunos argumentos contra estas
posiciones. 1) La polémica antieuropea
de la extrema izquierda europea
coincide con la del Gobierno estadounidense.
El “interés nacional” de
EE UU es, desde siempre, antieuropeo.
Todo momento y toda tentativa
de unidad europea se ha encontrado,
al menos desde el final de la II
Guerra Mundial, con la oposición
del Gobierno estadounidense. En el
último período, después del final de
la Guerra Fría, esa posición se ha
puesto de manifiesto de manera paroxística.
Desde la perspectiva del
interés nacional de EE UU, Europa
sólo puede ser concebida como unidad
dentro de la OTAN. Frente a los
débiles enfoques unitarios que se
han desarrollado en Europa, la política
estadounidense no ha dejado de
poner obstáculos y de sembrar cizaña.
No esperemos modificaciones
siendo la misma. 2) Sin embargo,
las posiciones antieuropeas
de la extrema izquierda reflejan también
los intereses del mundo económico
y financiero atlántico. Wall
Street y el mercado financiero de
Gran Bretaña (así como las instituciones
políticas que trazan sus orientaciones)
han constituido el tejido
fundamental de recomposición también
para el capitalismo europeo.
Aun en el caso de que el capitalismo
europeo pudiera independizarse del
estadounidense, de todas maneras
no lo haría, porque ha depositado
las garantías de su seguridad en el
vínculo atlántico.
Atlántico
No obstante, en este último periodo,
cuando se han consolidado plenamente
las consecuencias del final de
la Guerra Fría, la situación se ha modificado
profundamente. Los desarrollos
de la unidad europea han
tenido, a pesar de todo, un efecto importante.
El Atlántico se ha tornado
algo más profundo. La globalización
ha obligado a las economías y a las
potencias occidentales a mirar al
mundo entero. Europa empieza a tener
relaciones cada vez más directas
e intensas con el BRICh (Brasil, Rusia,
India, China). Además, la crisis
energética le ha obligado a abrirse a
Rusia y en general a los yacimientos
de petróleo y gas de Asia central. El
interés político se pliega al interés
económico o, para ser más exactos,
queda comprometida la sujeción a
las políticas hegemónicas de EE UU.
En efecto, la respuesta estadounidense
al final de la Guerra Fría, las
políticas puestas en práctica después
del 11-S se han traducido en una injerencia
generalizada, pero en esa
misma medida se han vuelto un obstáculo
para el desarrollo económico
global. La opinión general considera
ya las guerras estadounidenses como
“guerras perdidas”. El unilateralismo
estadounidense está en crisis:
pero lo más importante es que, si el
unilateralismo (el imperialismo) estadounidense
está en crisis, la hegemonía
cultural de EE UU ha llegado
a su fin. En lo sucesivo, la apertura
de nuevos proyectos de constitución
global (de las formas de regulación
del mercado globalizado) ha de darse
de forma multilateral. La crisis financiera
actual es un mazazo para
el unilateralismo estadounidense. El
coste de las guerras y del mantenimiento
del equilibrio político interno
de EE UU (crisis de las subprimes y
de los mercados financieros) muestran
con extrema claridad que la renovación
del vínculo atlántico (en
sus viejas formas) tendría un coste
que sería sufragado sólo por Europa.
Y podríamos continuar.
¿Cómo podemos movernos, en esta
nueva situación, para modificar el
punto de vista de la extrema izquierda?
¿Cómo podemos movernos para
explicar que el interés fundamental
de la lucha de clases en Europa puede
apostar hoy por el reto de una
“profundización del Atlántico” (esto
es, de una ruptura posible entre intereses
capitalistas europeos y estadounidenses)?
¿Cómo podemos hacer
entender que sólo en el terreno
de la Europa unificada podrá formarse
una línea política a la altura
de las necesidades del proletariado
multitudinario? Hoy, la construcción
de Europa y el proyecto de una línea
política comunista caminan juntos.
Nos encontramos ante una serie
de puertas estrechas que los movimientos
deben atravesar para reconstruirse
y para construir líneas
políticas multitudinarias. Insistamos
en algunos puntos. ¿Es posible reabrir
grandes campañas de lucha por
la paz, para “ahondar el Atlántico”,
para romper con la OTAN, para proponer
una “Europa por la paz”? Éste
es un tema de análisis y de iniciativa
que ya hemos desarrollado ampliamente,
pero que hoy, ante la derrota
estadounidense en Iraq y la próxima
derrota de la OTAN en Afganistán,
debemos retomar. Pueden producirse
momentos de solidaridad multitudinaria
en torno a estos objetivos.
Los temas de la lucha social y biopolítica
(desde la renta básica hasta
los temas de reconstrucción de las
políticas de bienestar; desde la lucha
por la libertad de procrear, de nacer
y de morir, hasta las luchas de género;
desde las luchas contra la explotación
en la fábrica hasta la construcción
de instituciones de lo común,
etc.): todo esto sólo podrá darse
sobre una base europea. En este
terreno, en el que Constitución, instituciones
y derecho se cruzan y se
enfrentan a las luchas, en ese punto
crucial los movimientos deben converger.
Sabemos perfectamente que
la Constitución, las instituciones, el
derecho comunitario y la moneda
son regulados de manera liberal:
¿pero acaso son distintas las tramas
con las cuales en Berlín, en París o
en Roma se traban esas relaciones?
En realidad, sólo en el terreno europeo
la lucha puede tornarse eficaz.
Negarlo es suicida. Y la unidad europea
es una tarea que hay que llevar
a cabo, una responsabilidad que
hay que asumir.
No resultará extraño tener que reconocer
que las becas de estudio Erasmus
han hecho más por el desarrollo
de la lucha de clases en Europa
que las políticas de la extrema izquierda.
Pero, nos dicen, Europa sigue
siendo una madrastra. Es cierto,
madrastra, mezquina y arrogante, liberal
y patronal. Las caras de Sarkozy
y Berlusconi la representan bien.
Pero acordémonos también de que,
antes de la madrastra, tuvimos una
madre: y ella también se llama Europa.
Es la historia de una unidad europea
que fue querida por las masas
de proletarios que ya no querían morir
en las trincheras del Rhin, del Vístula
o del Piave; que fue construida
por los millones de migrantes que se
trasladaron de los mares del sur a los
del norte, y –trágicamente– hasta las
estepas rusas. Recordemos aquí tan
sólo las luchas de los obreros multinacionales
que dieron pie a la circulación
de la política obrera en
Europa desde 1917 hasta finales de
la década de 1970. Somos sus hijos.
Debemos hacer realidad su legado.