Del malestar social y la transformación política
Es sorprendente pensar cómo
desde los movimientos
sociales nos echamos las
manos a la cabeza cuando
las grandes constructoras caen en
suspensión de pagos. ¿Cuántas veces
hemos deseado que esto sucediera?
Y resulta que no sabemos qué
hacer. Yo me moría de la risa cuando
cerraron una inmobiliaria cerca
de nuestra casa. Solo podía decir
“¡que se jodan!”, y eso calmaba mi
rabia, pero nada más.
Las contribuciones anteriores en
este debate planteaban la cuestión
de las movilizaciones de masas en
situaciones de crisis. Tomaban en
consideración la necesidad de hacer
de esta situación una oportunidad
para la obtención de más derechos
sociales, y evitar que la crisis se convierta
en una situación encallada de
pérdida de derechos (que hoy por
hoy serían de difícil recuperación).
Para contribuir a este debate creo
que tenemos que aclarar algunos
puntos a la hora de centrarnos en la
construcción de esa política de masas,
y en el análisis de los contextos
variables y de lecturas múltiples.
Composición de una
masa crítica
Para poder construir esa masa social
necesaria para el cambio político,
cabe preguntarnos cómo se compone
la población de a pie que siente
ese malestar social frente a una
crisis económica. Podemos recurrir
a unos análisis propios del marxismo
clásico, pero la identidad de clase
plantea grandes límites para el
estudio de nuestra realidad occidental.
Los estilos de vida, las situaciones
económicas y los contextos culturales
son muy diferentes en una
población que no se puede mirar como
unidad social. No podemos hacer
política de uniformidad en un
contexto tan fragmentado económicamente,
culturalmente y socialmente.
No es lo mismo ser un técnico
profesional que una latinoamericana
sin papeles que limpia oficinas
en turno de noche para no ser vista
por la clientela. Aunque en ambos
casos la crisis les ha podido dejar sin
trabajo. Y la cuestión está en cómo
construir y promover esa masa crítica,
en una población con diferentes
intereses y necesidades. ¿Qué queremos
defender?, ¿qué queremos
construir? y ¿con quién?
Si tomamos como ejemplo el movimiento
por una vivienda digna, como
han hecho otros participantes
en este debate, podemos analizar la
complejidad y la dificultad de construir
alternativas políticas de masas.
El movimiento por la vivienda digna,
con sus manifestaciones multitudinarias,
nos dejó boquiabiertos a
más de uno por su fuerza y por la
movilización que se produjo a lo largo
de los dos últimos años. Sin embargo,
es un movimiento que inevitablemente
se tenía que enfrentar a
la disyuntiva entre identidad y cambio.
Si entramos en la discusión sobre
la dignidad de lo material, nos
encontramos con la dificultad de determinar
cuáles son los parámetros
definitorios que hacen de un elemento
material un símbolo identitario.
¿Una vivienda digna es una casa
con televisión de plasma, muebles
de diseño y piscina comunitaria?
¿Más hormigón para nuestras ciudades?
¿Queremos viviendas dignas
para que la gente forme sus familias
felices? ¿Un lugar donde los inmigrantes
puedan vivir sin tener que
hacinarse para pagar el alquiler? Sin
duda las lecturas sobre la dignidad
de la vivienda pueden ser muy variadas,
pero siempre asociadas a los
contextos y orígenes culturales diversos
que componen nuestro escenario
político y social. En el caso de
este movimiento, la unificación de
intereses se dirigió hacia una nueva
clase, la de los mileuristas, resolviendo
así los problemas de agrupación
política que nuestra heterogeneidad
social plantea, y excluyendo
por defecto a otras minorías incapaces
de formar una movilización amplia
y aunadora.
Velocidad imparable
Por otro lado, la sobremodernidad
de los nuevos contextos nos obliga
a hacer una revisión y evaluación
de las estrategias de intervención
en la escena social. Esta reflexión
puede ofrecer grandes aportaciones
al movimiento en forma de
construcción de nuevas ideologías
y detección de otras necesidades y/o
luchas contemporáneas. Sin embargo,
la velocidad de los cambios limita
la capacidad de acción de los movimientos
sociales. Acelerar nuestro
discurso radical para adaptarnos
a las necesidades políticas exige
un cambio no sólo en las
estrategias y tácticas, sino también
en la metodología. Bien es cierto
que las metodologías ya son muy
diversas dentro de nuestro movimiento
de movimientos. Sin embargo
entiendo que hay valores como
el de la horizontalidad y el trabajo
asambleario que forman parte de
nuestro know how. Un cambio metodológico
puede ofrecer grandes
oportunidades para una nueva forma
de hacer política desde los movimientos
sociales, incluso podemos
pensar que es necesario e higieniza
el pensamiento estanco tan
común entre nosotros. Pero también
puede tener riesgos como el de
la jerarquización del movimiento, o
la contribución a un darwinismo político.
Desde algunas posturas, con el objetivo
de superar estos problemas de
adaptación a un contexto en continuo
cambio y en un intento de unificar
necesidades para obtener resultados
a corto plazo, se diseñan discursos
que a mi modo de ver pueden
anular el romanticismo revolucionario
bajo el amparo de cuestiones estratégicas.
Pero yo no estoy dispuesto
a perder la esencia de nuestro quehacer
político. No podemos dejar de
pintar “abajo los muros de las prisiones”,
aunque sabemos de sobra que
no por hacerlo van a caer las cárceles.
No debemos abandonar, dejar
de lado algunas de nuestras luchas
por el hecho de que no son objeto de
interés de esa “masa crítica”, que hoy
sólo puede pensarse en forma de ficción.
Y es que en esta rueda de priorización
estratégica por una política
de masas, las reivindicaciones contra
las cárceles, libertades sexuales,
derechos de los animales o la liberación
de espacios, entre otras, quedan
excluidas por las prisas de un cambio
inmediato en parcelas concretas.
Entraría así el propio movimiento en
el círculo acelerado de cambios que
la velocidad de este modelo social
impone. Sin embargo, tampoco podemos
hacer del movimiento una
muestra folclórica de ideologías trasnochadas:
ya no podemos esperar
los grandes cambios revolucionarios
de la misma manera que se esperaban
en el siglo pasado. Debemos saber
conciliar esa esencia romántica
con nuevas (y viejas) perspectivas de
lucha política que abran brecha en
un sistema capitalista que se sabe
vencedor.
Debemos hacer un esfuerzo por
entender la complejidad de la realidad
que nos rodea con dinámicas
orientadas más hacia una inclusión
política que hacia un diseño estratégico
que esconde procesos de homogeneización
ideológica y busca
resultados inmediatos que tampoco
garantizan el impacto político
planteado. Sabemos que no es fácil
recoger toda nuestra riqueza materializada
en diversidad, pero la empatía,
la solidaridad y el apoyo con
el resto de las luchas es una pieza
clave para esa transformación social
deseada y necesaria.