Participación, democracia y la Ínsula Barataria
Texto de Fernando Pindado Sánchez, gerente de Derechos de Ciudadanía, Participación y Transparencia
¿Interesa más la participación que la democracia? Quizás se ha dado más importancia a una de las dimensiones de nuestro sistema político que algunos llaman democracia participativa, que suena a redundancia, como ‘democracia democrática’. Si la democracia se sustenta en la soberanía del pueblo “del que emanan todos los poderes del Estado”, no puede haber democracia sin participación.
¿Cómo ejerce el pueblo ese poder? Eligiendo intermediarios –dimensión representativa–, decidiendo directamente –dimensión directa– o incidiendo, influyendo, discutiendo, proponiendo, colaborando, resistiendo a las políticas –dimensión dialógica–.
Son tres dimensiones distintas, pero una única democracia –como la trinidad cristiana–. La dimensión representativa necesita un sistema de elección justo y un mayor seguimiento y control sobre los intermediarios –información, transparencia, rendición de cuentas, etc.–. La directa requiere un reconocimiento de su capacidad decisoria –no meramente consultiva– y un uso prudente para evitar el rodillo sobre las minorías. La dialógica debe huir del corporativismo y ‘de los de siempre’ y facilitar canales para abrir al máximo los debates y facilitar la coproducción de políticas. En todas ellas se necesitan cauces abiertos para que la iniciativa fluya desde la ciudadanía y no se provoque artificialmente desde los poderes públicos.
Frecuentemente, las medidas para ‘fomentar’ la participación se refieren a los ayuntamientos que, siendo importantes en nuestro sistema político, no son el único poder público. Los poderes del Estado son el ejecutivo, el legislativo y el judicial, y el Estado se organiza territorialmente en comunidades autónomas, provincias y municipios. Todos debieran facilitar la participación, incluido el poder judicial. Se necesita una política cuyo objeto sea la mejora de la democracia en el conjunto de las instituciones públicas.
Se necesita una política cuyo objeto sea la mejora de la democracia en el conjunto de las instituciones públicas
Se suele hacer referencia a aquello que ‘deben’ hacer las instituciones y pocas veces se analiza aquello que ‘puede’ hacer la ciudadanía. Hay más fijación en el eje ‘arriba-abajo’ que en el eje ‘abajo-arriba’. Obsérvese que incluso los presupuestos participativos que tanta admiración despiertan surgen casi siempre de la iniciativa institucional.
Se vuelve a hablar de ‘metodologías’ participativas como si el ejercicio del poder por parte del pueblo dependiera del uso de determinadas técnicas –útiles, sin embargo, en la dimensión dialógica–.
Obviamente, para que haya calidad democrática en las instituciones debe haber calidad democrática en la sociedad. Y las organizaciones sociales y comunitarias deberían mejorar su funcionamiento en esas tres dimensiones.
Cuando Sancho Panza era gobernador de la Ínsula Barataria mandó a un mozo a dormir a la cárcel y éste le contestó: “Ahora, señor gobernador, estemos a razón y vengamos al punto. Prosuponga vuesa merced que me manda llevar a la cárcel y que en ella me echan grillos y cadenas, y que me meten en un calabozo, y se le ponen al alcaide graves penas si me deja salir, y que él lo cumple como se le manda; con todo esto, si yo no quiero dormir, y estarme despierto toda la noche, sin pegar pestaña, ¿será vuesa merced bastante con todo su poder para hacerme dormir, si yo no quiero?”
Algo parecido ocurre con la participación ciudadana: por más canales y medios que se inventen, si la ciudadanía no quiere, no sabe o no puede utilizarlos, devienen ineficaces.
Se necesita un reset del sistema democrático para construir un nuevo marco que ponga el acento en la iniciativa ciudadana, recupere la decisión directa del pueblo y facilite el debate público sobre las políticas. Es importante la coproducción de políticas, pero no debe olvidarse la función de control del poder que deben tener los medios de participación.
En plena revolución francesa Anacharsis Cloots dijo: “Un pueblo libre es un pueblo vigilante, que oye todo, que ve todo, que está en todas partes y nunca duerme”. Pues eso.