Al aliado, ni agua
Parece que en la dirección de Podemos andan más ocupados en el blindaje interno de la organización de cara a las próximas generales –pocos días después, por cierto, de que su secretario general anunciara todo lo contrario– que en enfrentar la más peligrosa de las amenazas que a mi juicio se ciernen a día de hoy sobre la formación: su nuevo aliado, el PSOE.
La agrupación socialista ha salido paradójicamente muy reforzada de unos comicios en los que ha obtenido los peores resultados de su historia –con la única excepción de 1979–. Sin embargo, no sólo han exorcizado el fantasma de la pasokización, sino que además los socialistas recuperan una buena tajada de poder territorial –el Gobierno de cinco comunidades, los ayuntamientos de un buen número ciudades importantes y el estatus de socio de gobierno necesario en otras tantas–.
Parece claro que la contramaniobra de Pedro Sánchez ha funcionado. A la tantas veces esgrimida estrategia podemita de la conquista de la centralidad política, el candidato socialista decidió responder en sentido contrario, sacándose de la manga el eje izquierda-derecha y polarizándose en el mismo frente al PP.
Mientras en Podemos se veían obligados a disputarle a Ciudadanos la centralidad, la regeneración, la nueva política, etc., el PSOE le taponaba el espacio por la izquierda, ése por el que le habían regalado tantos votos. Los mediocres resultados obtenidos por la formación morada en estos comicios han potenciado los efectos de la treta socialista.
Al verse obligado a pactar con el PSOE, Podemos –como las candidaturas populares a nivel municipal– les ha proporcionado a los socialistas la coartada que les faltaba para poder recuperar a su electorado tradicional: la ‘constatación’ –huelga decir que ilusoria– del giro a la izquierda anunciado en el discurso de sus dirigentes, la recuperación de los valores ideológicos que nunca debieron abandonar.
Me temo que sobran viejos socialistas deseando comprar esa retahíla. Por otro lado, con un PP realizando encantado su parte del trabajo –pintar tanto a Podemos como a las candidaturas populares de neoestalinistas-nazis-perroflautaspostetarras– y alguna que otra batería de casos Zapata, a los socialistas les resultará fácil presentarse como el único artífice posibilista y serio de las demandas de cambio expresadas por la ciudadanía en las últimas citas electorales.
Mantener la pose
Si a Pedro Sánchez le sale medio bien la jugada y obtiene mejores resultados que Podemos, muchos de entre estos últimos recibirán la previsible oferta socialista de integración como la única alternativa al regreso a la marginalidad política, la antihipótesis de la formación.
Bien es cierto que al PSOE no le será nada fácil mantener la pose de aquí a noviembre, que tendrán que retratarse frente a las iniciativas políticas impulsadas por los nuevos gobiernos populares, que en la memoria colectiva de una parte importante de los electores sigue presente la reforma exprés y sin referéndum de la Constitución, que en Europa se verán obligados a apoyar lo contrario de lo que dicen defender aquí, que en Cataluña no hay artimaña que detenga su caída libre desde que en 2005 Zapatero decidiera tomarle el pelo a todos los catalanes. Todo eso es cierto.
El problema es que hablamos del PSOE –el principal asidero del régimen– y en un contexto en el que se pone en cuestión la supervivencia del propio régimen, al partido no le costará encontrar aliados más allá de sus redes afines tradicionales. Me refiero a los dichosos poderes fácticos, que no dudarán en prestar su apoyo al partido que mejor garantice la salvaguarda de sus privilegios a largo plazo.
¿Y quién mejor para proteger al régimen de las hordas populistas y sus delirios constituyentes que el partido que ya sirviera antaño para legitimar la Transición, neutralizar la movilización popular y a la izquierda transformadora e imposibilitar la ruptura democrática?
La amenaza de que Podemos acabe sirviendo para apuntalar al PSOE y, con él, al régimen no parece descabellada. La dirección podemita, desde su cada vez más inexpugnable torre de marfil, no parece ni contemplar una hipótesis del género. Sus razones tendrán. Estaría bien conocerlas.