Ada Colau y el relevo electoral
Durante la noche electoral del 24 de mayo y días posteriores, vi a varias personas cercanas a la candidatura de Barcelona en Comú compartiendo en redes sociales el gráfico de distribución de voto a Ada Colau en Barcelona. El mapa situaba los picos de las siglas de Colau en los distritos obreros de la ciudad. El estupendo 33,8% de Nou Barris y los 29% largos en Sant Martí y Sant Andreu contrastaban con el 10,5% de Sarrià-Sant Gervasi, revelando que la candidatura ganadora había captado el voto de las clases populares.
El mapa que los simpatizantes de BCNenComú exhibían con orgullo no es una novedad en Barcelona. Durante décadas, el PSC ha obtenido porcentajes igual de importantes en Nou Barris, Sant Martí y Sant Andreu, e igual de escasos en Sarrià-Sant Gervasi. El voto de clase ha operado en la capital catalana siempre, repartiendo la ciudad entre la izquierda del PSC, de quien eran los barrios del Norte y el Este, y la derecha de CiU, que todavía obtiene el favor de los habitantes del oeste y centro de la ciudad.
Tal como el mapa del 24M en Barcelona apunta, parece más realista decir que lo que hay es una sustitución de actores
No quita ningún mérito a la victoria de Barcelona en Comú señalar que la formación de Colau se ha reivindicado con frecuencia heredera del maragallismo, que ha hecho campaña en los feudos históricos del PSC y que, tras la victoria, ha entregado la llave del poder municipal a Jordi Martí, exlíder de los socialistas. Los votantes que durante 32 años dieron la victoria al PSC, en 2011 se quedaron en casa y, en 2015, encontraron un buen sustituto en Barcelona en Comú.
La hegemonía cultural, eso que en palabras llanas se ha venido a llamar sentido común, no es continuo ni monolítico. Al contrario, siempre hay varios sentidos comunes en lucha, choques entre ellos, espacios en disputa, rupturas súbitas y parciales o superposiciones entre ellos. Desde que se produjo la oleada de cambio en buena parte de los ayuntamientos hay quien se ha lanzado a hablar de nueva hegemonía. Pero, tal como el mapa del 24M en Barcelona apunta, parece más realista decir que lo que hay es una sustitución de actores, básicamente en la izquierda.
Tampoco esto puede tapar el hecho de que el programa y valores de Barcelona en Comú no son los del PSC. Ver a la alcaldesa Colau en una manifestación contra los CIE explica mejor que cualquier otra cosa que la caída del PSC y su relevo electoral por Barcelona en Comú abre una oportunidad inédita para empujar un cambio en la hegemonía desde el poder. Este tipo de rupturas del sentido común desde arriba se han demostrado útiles, pero también insuficientes sin movimiento popular.
La disputa por el sentido común ha aflorado en todo el Estado, pero no es un asunto que se vaya a resolver en dos días, ni en dos victorias en las urnas. La sustitución de actores que, con acierto, sirve de estrategia a las nuevas iniciativas electorales para auparse en el poder, se agotan en cuanto comienza su acción de gobierno, algo que se ha visto con crudeza con la dimisión de Zapata en Madrid. El problema de sustituir al PSOE no es convertirse en el PSOE, sino que la sociedad espere ver gobernar a un PSOE que no le falló en 2011. La hegemonía como mecanismo de dominación funciona en todo su esplendor precisamente en los momentos en los que se la cuestiona.
No hay cambio de hegemonía cuando BeC es capaz de captar el voto popular que antes iba al PSC. Cuando el sentido común se retuerce es cuando el Ayuntamiento de Colau traduce el voto de los distritos de Nou Barris, Sant Andreu y Sant Martí de forma distinta a como el PSC lo ha traducido durante tres décadas. No hay oportunidad histórica en el relevo de actores electorales sino en el cambio de protagonismos políticos. Que esto ocurra depende más de que los distritos obreros no dejen de apretar a Barcelona en Comú tras la victoria, que de que Barcelona en Comú obtenga muchos votos en ellos.