¿Acuerdos con el PSOE?
Estabilidad. Un término que estos días se ha convertido en una especie de conjuro mágico con el que los políticos pretenden abrir los muros más infranqueables, es decir, persuadir a sus rivales más directos de la necesidad de llegar a acuerdos y de paso convencer a unos electores que por lo general se muestran disgustados, castigados y enfadados. Todo entra dentro de la tónica habitual del periodo postelectoral, excepto por una novedad: la voluntad de sacar al PP de las instituciones.
Para ello se viene evocando –siempre sin nombrarlo expresamente, pues, entre otros riesgos, cuestiona la manida divisoria podemita entre los de arriba y los de abajo– el espíritu de un transversal Frente Popular que englobaría también al Partido Socialista. Es una fórmula compleja, teniendo en cuenta que el PSOE es un socio cuestionable, pues por más que últimamente reafirme su naturaleza izquierdista –más bien como contraposición a Podemos que por otros motivos–, no tiembla en aplicar gravosos recortes sociales estando en el poder.
Política que, por cierto, el electorado no olvida. Si Mariano Rajoy consiguió ganar al tercer intento unas elecciones generales, con resultado histórico incluido, fue como consecuencia del hundimiento socialista.
Viendo los resultados de las pasadas municipales, donde el PSOE continúa a la zaga del PP y acusa además la presión de las fuerzas emergentes, es indudable que el fantasma de tantas malas decisiones les persigue aún.
En este sentido, llegar a una componenda con un partido identificado como parte componente de la casta va a ser impopular y, por ende, muy complicado de explicar, por más que ahora se rescate ad hoc el discurso, supuestamente fenecido, de las izquierdas y las derechas.
La búsqueda de estabilidad corre el peligro de traducirse, paradójicamente, en gran inestabilidad, en especial para las fuerzas emergentes. Compuestas como están por una serie de movimientos sociales y colectivos, han planteado durante la campaña unas reivindicaciones que pueden ser frenadas por las negociaciones con el PSOE.
Por supuesto que no hablamos de asuntos banales, sino de cuestiones tan trascendentales como los desahucios, el freno a las privatizaciones o el control del turismo: todas ellas generadas por el modelo socioeconómico que el PSOE y el PP, principalmente, han venido apuntalando durante los últimos años.
Desde las filas de Podemos se viene instando a los socialistas a que varíen su política para poder concretar las negociaciones, pero se trata de un gesto de cara a la galería. Si el PSOE ha sido incapaz de reconocer los errores cometidos durante la segunda legislatura de José Luis Rodríguez Zapatero que le han llevado a la debacle, ¿cómo va a renunciar a lo que en su óptica son grandes avances, pese a que asentaron la crisis que hoy padecemos?
Lo más realista es que suceda al revés y que el abrazo del oso terminara acabando con los emergentes. Ejemplos hay varios, siendo el de la Izquierda Unida andaluza –que ha pasado de 12 escaños a cinco después de su alianza con el PSOE– uno de los más ilustrativos.
Política partidista
Está claro que la política partidista tiene razones que el resto desconoce. Con unos resultados globales menos triunfales de lo esperado y con la vista puesta en las generales, las fuerzas emergentes están obligadas a pactar allí donde tienen posibilidades de gobernar y a llegar al menos a una solución de compromiso en los sitios donde se quedarán en la oposición.
Lo mismo ocurre con un PSOE que en sacar a flote estos acuerdos se juega no acabar siendo reducido a la irrelevancia política. Más allá de tales estrategias se barrunta un horizonte tormentoso: esta vez los cielos no se han tomado por asalto.
Mientras vamos viendo cómo evoluciona una situación, conviene recordar que la estabilidad es un medio, no un fin. Parafraseando al escritor Samuel Johnson, hay que impedir que los canallas y cobardes la conviertan en su último refugio.