¿Ganaremos en Logroño?
¿La candidatura del cambio desde una pequeña capital autonómica? A nadie se le escapará que, dado su reducido tamaño, en Logroño todo el mundo se conoce. Aunque quizás se ignore más que en nuestra ciudad no suele haber compartimentos políticos estancos en asuntos de interés general. Es decir, pueden verse en las calles banderas rojinegras, hoces y martillos y tricolores en armónica convivencia, como el reflejo de un consenso implícito que comienza con unos objetivos compartidos y termina generalmente en la afinidad personal. Una imagen idílica, sí, pero que se convierte en un engorroso lastre para quien lleve –o, suspiro, aspire a llevar– una línea de trabajo diferenciada del resto. La unidad exige sus sacrificios, a veces demasiado onerosos.
La brecha que implica que gente a la que aprecias participe o apoye un proyecto mientras tú mantienes una posición crítica, te lleva a someter tus ideas a una profunda revisión. No siempre consigues argumentar las reflexiones que mantenías anteriormente. Vives en una comunidad, participas de sus anhelos y sientes como el resto la necesidad de involucrarte, aunque pongas con ello en peligro tu propia identidad. Pero no te vinculas porque no sólo se trata de tu identidad, sino también de situaciones repetidas y errores ya conocidos: eso a lo que algunos cándidos llaman vieja política, la política de toda la vida.
Vives en una comunidad, participas de sus anhelos y sientes como el resto la necesidad de involucrarte, aunque pongas con ello en peligro tu propia identidad
La constitución de un Ganemos local podía parecer en principio algo natural, pero las tensiones producidas durante el proceso lo desmienten. Señalar responsables sería una labor inútil porque, como hubiese dicho Campoamor para ocasiones como ésta: “Nada es verdad ni mentira/todo es según el color/del partido en que se milita”. Es más interesante resaltar que, pese a un desgaste palpable, el método de participación continúa sin ser cuestionado. Seguramente, discursos sobre la confluencia popular al margen –en ocasiones, reconozcámoslo, más retórica que nada–, en la mente de los participantes veteranos flota el recuerdo de las municipales de 2003, cuando el voto de izquierdas se dividió entre dos formaciones que acabaron por no obtener representación.
A renglón seguido de la última conclusión ha de hacerse el siguiente interrogante: ¿Ganemos es un instrumento para echar al bipartidismo de las instituciones o para entrar en el Ayuntamiento? En principio, la iniciativa se dirige al primero de los escenarios planteados, rechazando un papel residual y reclamando un escenario de mayorías. Sin embargo, siguiendo con la historia logroñesa, las fuerzas a la izquierda del PSOE nunca han tenido fuerza concejil suficiente como para influir decisivamente en las instituciones locales, ni siquiera como elemento para la estabilidad de gobierno. Con tales precedentes, Ganemos ha de fijarse como objetivo prioritario el de tener un impacto considerable en el electorado.
Valor central
El principal recurso tiene que ser la movilización popular. Los miembros de la candidatura logroñesa de Ganemos son personas a quienes realmente conozco más por su implicación en movimientos sociales que por otra cosa, por lo que puedo calificar su compromiso como indudable. No pretendo decir que plantean la institucional como única vía para la lucha social, como abiertamente propuso Íñigo Errejón meses atrás en este mismo medio –lo cual sería injusto con respecto a sus trayectorias activistas–, sino que la estrategia que alientan desincentiva a la larga el uso de cualquier otro medio de presión. La participación institucional cuestiona la autonomía como valor central de los nuevos movimientos sociales. No en vano, Ganemos no hubiera nacido sin el 15M, concretamente sin su fracaso como proceso destituyente, que generó un clima de desconfianza sobre la capacidad popular de autogestión.
Ganemos se presenta en Logroño con grandes ilusiones. Pero, con todos los respetos, me preocupan más otras iniciativas: aquellas que no pasan por perpetuar estructuras que cobijan intereses opuestos a las necesidades colectivas.