Mantra instituyente
Repetida como un mantra durante los dos últimos años, la “hipótesis instituyente” ha ido calando entre diversos sectores de la izquierda renovada, formulándose ésta con retóricas movimentistas con mayor o menor vinculación con la realidad movilizatoria circundante según los territorios, y en curiosa sincronía con el calendario electoral español. Si para algunos de sus promotores la fase instituyente sólo es superar la enfermedad infantil del asamblearismo, o para otros es el necesario complemento a la acción de unos movimientos que siguen pensándose centrales, para los patrocinadores primigenios de la hipótesis se trata de articular los cimientos institucionales que surgen en el seno de las prácticas de la multitud. Tanto monta, monta tanto, si a la postre en lo que se desemboca es en encajar en una agenda ajena y prefijada.
De que la gestión del capitalismo en el Estado español se encuentra con una innegable deslegitimación social y con unos objetivos obstáculos en su faceta productiva dan fe el reciente recambio monárquico y el desequilibrio en los tradicionales repartos de los grupos parlamentarios. Amén de una reducción de los niveles de ingresos y consumo del común de la población. El apoyo al independentismo catalán por parte de las élites económicas y políticas locales, hasta la fecha autonomistas, es a su vez un claro reflejo de todo ello. La emergencia de nuevos sectores sociales en disonancia, correspondientes no tanto a los sectores poblacionales más necesitados, como a los que más han perdido en cuanto a expectativas de bienestar futuro, es también otro hecho a constatar.
Con este caldo de cultivo es difícil no caer en el optimismo, del que es decano la izquierda revolucionaria, y querer ver signos de confirmación en acontecimientos dispersos pero que, convenientemente ordenados, rubrican las apuestas en las que cada cual se haya embarcado. Con todo, los fracasos también están ahí, como la reciente y famélica exigencia de la tercera república española al capote de la abdicación del monarca, que nos muestra que la vieja política no se casa con los nuevos tiempos. De hecho, no es aventurado afirmar que el horizonte de creación de relaciones distintas al capitalismo ha retrocedido en el curso de estos dos últimos años. Y que, pese al desvanecimiento a nivel social de la perspectiva de crecimiento de bienestar continuo y acumulativo, no hemos sido capaces de generar más allá de la anécdota realidades alternativas en alianza material con los sectores sociales más desfavorecidos.
Pese a la evaporación de la perspectiva de bienestar continuo, no hemos sido capaces de generar realidades alternativas
Pero lo que sí se ha producido ha sido un desplazamiento reivindicativo hacia los intereses de los sectores sociales cuya apuesta vital se formuló en los años de la bonanza económica –con los que la nueva generación de lucha post-15M coincide en retrato sociológico–, abundándose en temas como la ineficiencia y desfachatez de la tecnoburocracia –sea esta la administradora del engranaje económico o político–, a quien se señala como directo culpable por mala gestión. Tan pacato discurso sólo ha de formular políticas realistas de control desde el propio aparato regenerado para que todo vuelva a ser lo que algunos quisieron soñar que fue y, además, recoge buenos frutos en los comicios.
El axioma del “menos es más” con el que se daban los primeros pasos hacia un empequeñecimiento militante de las necesidades, en consonancia con las posibilidades planetarias y concordante con quienes menos tienen, es a todas luces menos vendible que la idea de crisis como estafa; que sí, hay dinero para todo lo que soñamos tener, pero que se lo quedan los falsarios.
A pesar de las urgencias de la “hipótesis instituyente”, la creación de otras realidades de lucha y de relación fuera del capitalismo en armonía con los intereses materiales de los sectores más desposeídos se plantea como una senda intrincada en la que el impulso emancipatorio deberá creer en el tiempo lento y propio. Y deberá desprenderse de demasiados hábitos y condicionamientos culturales y económicos, que pesan sobre sus actuales apuestas y comportamientos. Un viaje sin retorno acorde con un declinar en las necesidades y con objetivos y lenguajes lejanos a la grandilocuencia universitaria e izquierdista, que actualmente le vuelven a retratar.