Más allá de las ciudades en crisis
Escribo antes de tomar un avión que, desde Quito, me llevará hasta un municipio singular. Su principal avenida se llama Che Guevara. Una escultura del guerrillero se ha convertido en marca y parte del paisaje. El alcalde nombró a Fidel Castro concejal honorífico.
Aunque pareciese que me dirijo a alguna otra república latinoamericana, no es así. El municipio se llama Oleiros y forma parte del área urbana de A Coruña. El hombre más rico de la zona, tercero más rico del mundo, vive allí. Las clases medias-altas de la ciudad herculina tienen ahí su residencia, o su segunda residencia. Otros municipios de la conurbación se han convertido en barrios-dormitorio. Por sus playas, Oleiros parecía condenado a la gentrificación y al abuso turístico. Pero una política social que obligaba a reservar parte de las construcciones a vivienda protegida ha logrado que, a pesar del aumento del precio del suelo, los y las vecinas no tengan que abandonar el lugar.
El partido, Alternativa dos Veciños, es un ejemplo exitoso del movimiento municipalista de los 70. Se creó federando las asociaciones vecinales de las nueve parroquias del municipio. En cada una de ellas irguió una Casa del Pueblo para dotar a la democracia municipal de una pluralidad de ágoras. Recientemente se ha sentido inspirado por el modelo de presupuestos participativos implementado en Porto Alegre, pero la verdad es que con el tiempo la participación ciudadana, tanto en lo presupuestario como para otras decisiones generales, ha quedado reducida a una instancia consultiva.
¿Cómo será la gestión urbana durante la crisis y más allá del neoliberalismo? Quienes siguen fieles a ese credo han descubierto nuevos faros urbanos. En los 70, California lideró la “revolución fiscal” de Reagan. A comienzos de los 90 siguió inspirando tratados como el de Osborne y Gaebler sobre la empresarialización del Estado. Recomendaban que el presupuesto municipal no se cerrase a final de año, sino que pudiese gestionarse de manera más flexible asumiendo riesgos.
Los recortes en el gasto público fueron acompañados de una espectacular expansión en el mercado de la deuda de unas ciudades que a partir del 2008 empezaron a entrar en bancarrota. Una de las primeras fue Vallejo, en California, también playera y adinerada. Se ha descrito su recuperación como modélica: incorporó presupuestos participativos, pero para gestionar una extrema austeridad. Dejó los servicios de policía y de bomberos operando a un tercio de su capacidad, y 350 organizaciones de vigilantes se encargaron de reemplazarlos. En este punto han llegado aún más lejos que Sandy Springs, la ciudad del total outsourcing. Por supuesto, este nuevo faro no ilumina a todos por igual: la suma de privatización más austeridad es sabido a qué inmensa mayoría perjudica.
Si se ganan las ciudades habrá que gestionar también la miseria. No todos están en la situación de Oleiros. En este punto, Quito nos puede ayudar a pensar, aunque sea en negativo. La Revolución Ciudadana acaba de perder la alcaldía. La izquierda no lo tiene fácil en las grandes ciudades latinoamericanas. Por más que mejoró las condiciones de los barrios más pobres, Alianza País falló en lo relativo al transporte, la gestión de las empresas públicas y la constitución de un proyecto político-urbano, tres cuestiones capitales. Las empresas públicas, porque a través de ellas las redes de cooperación productiva y de apoyo mutuo que se han gestado fuera del Estado pueden encontrar institucionalización o, en el caso de permanecer autónomas, verse reforzadas. El transporte, porque es símbolo de lo que significa hoy una economía metropolitana, una fluidez de interacciones que por mucho desbordan el marco del empleo y los espacios laborales. Y la ciudad-proyecto político, porque a nivel comunicacional surge como alternativa a la necesidad de narrar la ciudad, más allá de las retóricas comerciales del branding urbano.
La marca-ciudad fue la otra cara de la ciudad-empresa; la idea era convertir los centros urbanos en enemigos virtuales que compitiesen por la credibilidad de los prestamistas que financiarían sus proyectos. La cuestión pasa ahora por propiciar dinámicas federativas metropolitanas que también aquí terminen con las políticas neoliberales centradas en la deuda, y reconstruyan sus economías y, por ende, su capacidad gestora, potenciando las redes ya existentes. Es decir, ciudades estratégicas.