Ahora, a por los ayuntamientos
Sólo el carácter caciquil, retrógrado y criptofranquista de la élites de este país explica su incapacidad para considerar que precisamente el referéndum era la única posibilidad de salvación de la monarquía. La proverbial falta de cultura democrática de las derechas es lo que les conduce a ignorar la evidencia de que cualquier institución sin aval democrático está condenada al fracaso, al olvido y, antes o después, a la extinción. El nerviosismo del que han hecho gala en estos días los mandarines ante los anhelos republicanos de la calle alude a un trauma histórico irresuelto que moviliza emociones todavía muy poderosas. Pero ciertamente la monarquía es sólo un problema secundario o formal. Lo importante y estratégico es la constitución material no escrita que delimita el verdadero reparto del poder económico con su contundente materialidad y corporalidad. Esa Constitución que con la reforma del artículo 135 de la Constitución quedó aún más sujeta al mando de las finanzas. Esa constitución material que se despliega en estos días en la privatización de Aena o la inminente promulgación de la ley que deroga el derecho de las mujeres a decidir sobre su cuerpo.
Frente a los que desearían que el proceso constituyente –que de facto está comenzando– se circunscribiera a las cuestiones de forma, de modo que los cambios institucionales no tocasen los fundamentos del reparto –estructuralmente desigual– de la riqueza social y por ende del poder político real, crece entre la ciudadanía el convencimiento de que la democracia ha de sustanciarse en el gobierno de la economía y el control de los mercados. A sabiendas de que esta tarea es mucho más importante y complicada que cambiar la forma de la jefatura del Estado. En esta larga marcha constituyente, las elecciones europeas han representado un punto de inflexión en el que, entre otros efectos y afectos, nos hemos desprendido definitivamente de la “vocación minoritaria” con que los movimientos sociales transformadores se habían autolimitado.
Pero dar un paso más allá y construir mayorías sociales requiere de al menos dos condiciones: articular lo radicalmente democrático y horizontal de los movimientos con las instituciones representativas; y una no menos complicada articulación de las diversas estructuras de las izquierdas políticas. Precisamente las elecciones municipales de mayo de 2015 pueden ser una buena oportunidad para ensayar coaliciones ciudadanas, construidas desde abajo, pueblo a pueblo, barrio a barrio, coaliciones que más allá de las identidades ideológicas y subjetivas cerradas sean una experimentación en sí del ágora democrática que se prefigura en los discursos post15M.
Lo municipal carece de un poder económico consistente, pero tiene las ventajas de ser la institución más cercana y más susceptible de ser socializada o colonizada por las lógicas democráticas de lo social. Los ayuntamientos pueden ser palancas de pedagogía y concienciación social, apoyar el cambio social y el empoderamiento civil, e incluso pueden servir de autodefensa económica. El ejemplo de Marinaleda muestra cómo se puede construir un contrapoder efectivo desde los municipios, cómo incluso se puede desestatalizar lo municipal y ponerlo a trabajar para el bien común. Los ayuntamientos pequeños y medianos tienen competencias y atribuciones sobre la mayor parte del territorio: esta dimensión territorial es estratégica de cara a la transición hacia una economía ecológica y solidaria que urge iniciar. “La vía Marinaleda” es especialmente posible en estos ayuntamientos pequeños y medianos, en los que también es más sencilla la conexión entre las asambleas ciudadanas y las instancias municipales. Tenemos todo un repertorio de herramientas: presupuestos participativos, monedas complementarias, cooperativas de trabajo y consumo, bancos de tierras, agroecología, etc.
Además, victorias contundentes en los ayuntamientos quebrarían la primera línea del caciquismo que mantiene redes clientelares por todo el territorio rural. En las metrópolis las dificultades de acceder al gobierno de los ayuntamientos son más grandes, y los retos del gobierno en caso de que se acceda a él son enormes. Sin embargo, si se logran conformar coaliciones o cooperativas políticas, el impacto puede ser formidable sobre el bipartidismo agónico y abrir el camino a experiencias de emancipación democrática que contribuyan a sedimentar el proceso constituyente.