Oportunidades para la efervescencia
Reivindicar la secesión del Estado español no es, en sí mismo, un objetivo ‘de izquierdas’. Ni es tampoco revolucionario el amplísimo movimiento popular que promueve esta opción. Y ciertamente --faltaría--, la burguesía catalana y las élites del país piensan sacar la máxima tajada posible de todo el embrollo. Resumiendo: nos encontramos ante todas las contradicciones que como militantes nos afligen desde hace décadas, obligados a bregar día sí y otro también con luchas de fuerte componente ciudadanista, reformista, interclasista; luchas de objetivos limitados, que sólo con un gran esfuerzo --de imaginación sobre todo-- nos harían dar un pasito más en el camino de la lucha anticapitalista.
Por supuesto que ha habido y hay planteamientos de clase, de subversión radical del sistema en el ecologismo, el feminismo, el antimilitarismo, el antifascismo y unos cuantos neo-ismos más. Pero seamos sinceros: no han sido, ni son, los que han triunfado. Es probable que en Cataluña acabe pasando lo mismo y que un capitalismo transnacional con gestión catalana se imponga al final del proceso. O que lo haga el español. Y que en el posible nuevo Estado, no haya una transformación social de calado, con redistribución de las riquezas, transformación del modelo de participación política, etc., como no la habrá en el viejo.
Es probable que en
Cataluña acabe pasando lo mismo y que un capitalismo transnacional con gestión catalana se imponga al final del proceso. O que lo haga el español
Y, sin embargo, fiel al lema gramsciano del “pesimismo de la inteligencia, optimismo de la voluntad”, creo que estamos ante un ‘algo’ que brinda muchas oportunidades de cambios, y de cambios radicales. Vaya por delante que no puede obviarse su naturaleza de demanda masiva de un derecho: la autodeterminación. Quien niegue su existencia deberá utilizar los mismos argumentos de quienes niegan el derecho a casarse a personas del mismo sexo, o a la libertad religiosa.
Además, el escenario que propicia es de crisis de un Estado continuista con el régimen franquista, en sus instituciones y marco legal, así como en la cultura política de sus élites. De rebote suscita preguntas sobre la Unión Europea entre una ciudadanía que hasta ahora se había acomodado sin problemas al cuento de hadas del continente sin fronteras. Y estimula el destape de la derecha neonazi, de nuevo utilizada como perro guardián contra disidencias y diferencias. Estamos ante un ‘algo’ que produce fenómenos como la ANC [Asamblea Nacional de Catalunya] o las consultas autogestionadas, expresiones
limitadas pero reales y masivas de entrenamiento a la democracia participativa. Y, detalle políticamente irrelevante pero sociológicamente significativo, está decantando hacia la izquierda los votos de la mayoría --de los que votan--.
Pero hay bastante más: por primera vez en muchos años, propuestas de articulación del poder popular salen de guetos y laboratorios para confrontarse con una amplia realidad social. Procés Constituent, Parlaments ciutadans, CUP, iniciativas municipalistas, sacan a la palestra del debate público contenidos de una agenda política radicalmente alternativa: en lo político, lo económico, lo social, lo ambiental. Y todo ello al lado o acompañando mareas por la sanidad y la educación --en Baleares se está demostrando la fuerza que puede liberar la confluencia de planteamientos sociales y anticentralistas--, luchas en defensa de derechos que vuelven a peligrar --como el aborto-- o reivindicaciones como la creación de bancos públicos, la Renta Mínima Universal, la auditoría de la deuda; o bien movimientos de solidaridad con las migrantes, de oposición a las infraestructuras, etc. Una efervescencia social plural, magmática, con experiencias como la de la PAH. Ésta es la realidad de la sociedad catalana hoy, no la de un pueblo aletargado en un ensueño nacionalista.
Y es lógico que así sea, sólo un injustificado desprecio elitista nos podría hacer pensar que los cientos de miles de personas que se movilizan por el derecho a decidir confían ciegamente su futuro en manos de unos políticos títeres de los mercados. Es un proceso, cargado de tensiones y surcado por conflictos transversales, en el que el modelo de nuevo país está todo por discutir, imaginar y construir. No hay garantías sobre lo que pasará. Nunca las hay. Como en toda lucha, dependerá también de los aciertos y las fuerzas que se movilicen para contrastar las estrategias de dominio, y hacer que este proceso sirva para abrir grietas –aquí, en España y en Europa– en la lápida neoliberal que nos aplasta.