La izquierda no acaba de aprender
Las situaciones de América
Latina, hoy, nos plantean
dilemas. O nos integramos
con los nuevos gobiernos
de ‘nuevas gobernabilidades’ (y se
desorganizan los movimientos populares
de base que les dieron origen);
o los movimientos alternativos
se quedan aislados como los
zapatistas en Chiapas, muchos
piqueteros desencantados, en alguna
medida el MST... Algo de esto
pasó también en España en la
Transición cuando desde los movimientos,
unos entraron en la gestión
municipal y luego estatal con
la izquierda, y otros lanzaron una
huelga general contra ese Gobierno.
Y en los ‘90 gobernó la derecha
más neoliberal aún.
En realidad hay más que un dilema
si lo vemos con más detalle. En
México y Colombia es claro que la
distancia entre fuerzas alzadas en
armas y gobiernos corruptos y clientelares
apenas deja espacio para
otras soluciones que puedan ser alternativa
a estas polarizaciones. Los
neo-populismos de izquierdas se basan
en movilizaciones populares pero
no acaban tampoco de cuajar movimientos
desde la base con democracias
participativas eficientes. El
“¡que se vayan todos!” de los piqueteros
argentinos sirvió para desmontar
a los políticos tradicionales y sus
bipartidismos anquilosados. Las salidas
a esas crisis han sido muy dispares
y no se pueden resumir en solo
dos posiciones de gobernanzas
pactistas o de movimientos sociales
transformadores.
El “cambiar el mundo sin tomar
el poder” de Holloway es una buena
iniciativa, pero no basta. Movimientos
y movilizaciones (que no es lo
mismo) han sido decisivos en Latinoamérica
para los cambios de todo
tipo que estamos viendo, pero la
continuidad de esos procesos depende
de articulaciones entre los
movimientos populares y los poderes
institucionales. Por eso hay que
aprender de las experiencias en
marcha, donde los movimientos siguen
enseñando caminos posibles
(los debates de los Foros Sociales
Mundiales son una referencia), y las
izquierdas no siempre saben aprender
de lo que pasa en la calle. A muchos
partidos y dirigentes los hemos
visto con más miedo a lo que
plantean los movimientos que a lo
que les ofrece el sistema económico
internacional (aunque esté en crisis
manifiesta). Hoy hay varios laboratorios
de iniciativas para que todos
aprendamos. Tanto de lo que fracasó
en su día como de lo que está resultando
en las dos últimas décadas.
La capacidad en Bolivia, Ecuador,
Brasil, Paraguay, etc. de no
desmontar los movimientos populares,
cooptando a sus dirigentes,
sino de abrir sistemas de ‘democracias
participativas’ es clave para el
futuro de los movimientos y de los
propios gobiernos. No se trata de
ganar el gobierno y mantenerse a
base de pactos entre partidos, o sólo
a base de movilizaciones de apoyo
al líder pero con poca ‘democracia
participativa’ por abajo. Para transformar
nuestras sociedades no hay
varita mágica ni atajos milagrosos:
hay que seguir aprendiendo de los
movimientos populares, de las democracias
participativas que se dan
localmente, y a escalas regionales,
fomentando la educación popular y
alternativas del tercer sector en las
finanzas y en la producción, con la
soberanía alimentaria y la sustentabilidad
de las regiones. Diversos
movimientos de mujeres nos han
mostrado su larga lucha desde lo cotidiano
a lo más público. Son los
‘desbordes creativos’ que superan
la vieja disputa entre lo instituido y
lo instituyente.