Los que viven en la calle
En España existen
alrededor de
22.000 personas
sin hogar, según
los resultados aportados
por el INE a principios de
2006. El censo realizado
por este mismo organismo
en 2001 concluía
que había un total de
20,8 millones de viviendas,
de las cuales 14,3
millones eran utilizadas como
vivienda principal, 3,3 como vivienda
secundaria y 2,9 millones
de viviendas estaban vacías.
Por tanto, la existencia de personas
que viven sin techo no es un
problema derivado de la escasez
de techos donde cobijarse, sino
el resultado de su peculiar e injusta
distribución. Incluso
admitiendo que la cifra
de viviendas vacías estuviera
algo inflada como
resultado de un mal trabajo
de campo, tendríamos
que admitir que
aún en el caso de que
‘sólo’ hubiera dos millones
de casas vacías, tendríamos
un stock de
casi cien viviendas por
cada persona sin hogar.
¿Cómo es posible que
ocurra algo así?
Cada sociedad elige el
nivel de indignidad con el
que está dispuesta a convivir
en cada momento. En el
marco de sociedades de
abundancia como la nuestra,
la cuestión del ‘sinhogarismo’
no puede seguir contemplándose
como un
problema que afecta exclusivamente
a unos cuantos
individuos desajustados o mal
adaptados. Esta estrategia, propia
del pensamiento más reaccionario,
que intenta disolver los problemas
sociales en un mero sumatorio de
problemáticas individuales, sólo
sirve para tratar de exculpar a los
responsables políticos y sociales de
semejante estado de cosas y para
facilitar, de paso, la difusión del conocido
mecanismo de inculpación
de las víctimas que acaba convirtiendo
en responsables únicos de
su situación a aquellos que sufren
la humillación de verse viviendo a
la intemperie en medio de una
sociedad opulenta.
El problema del ‘sinhogarismo’
(homelessness) debe contemplarse
como el resultado final de una multiplicidad
de factores que hunden
sus raíces en cuatro tipos de causas.
(1) Estructurales: como serían
los niveles de pobreza y desigualdad
económica existentes en cada
país; el estado del mercado de trabajo,
y la provisión de vivienda en
relación a las necesidades de los
ciudadanos. (2) Institucionales:
aquellas relacionadas con el nivel
de desarrollo alcanzado por los servicios
sociales o el funcionamiento
de recursos como los albergues (las
tres cuartas partes siguen siendo
de titularidad privada y atendidos
mayoritariamente por voluntarios).
(3) Relacionales: que por diversas
circunstancias acaban debilitando
las relaciones sociales y afectivas
de la persona y la dejan sin redes
de apoyo y soporte. Sólo tras haber
considerado todo este sustrato de
causas sería legítimo empezar a hablar
de aquéllas que podríamos denominar
(4) Personales: como
problemas de salud mental, el
fracaso escolar o la dependencia
del alcohol y/o de las drogas.
En situación de ‘sinhogarismo’
estricto se dan cita sobre todo
personas procedentes de los estratos
sociales dominados. Son
las clases trabajadoras peor dotadas
de recursos quienes de forma
abrumadoramente mayoritaria
integran las filas de la gente sin
techo. Es verdad que de vez en
cuando, en los medios de comunicación
sobre todo, se airea el
caso de algún famoso caído en
desgracia o de un empresario
arruinado, pero todo esto no son
sino excepciones que confirman la
regla general: las personas sin hogar
en una sociedad rica e injusta
como la nuestra son esencialmente
unos cuantos miles de trabajadores
pobres, inmigrantes sin papeles, jóvenes
sin empleo, mujeres explotadas
sexualmente o presos excarcelados
sin recursos.