“¿Qué tipo de independencia es ésta?”
- DECLARACIÓN DE INDEPENDENCIA. Las celebraciones por la independencia
el 18 de febrero recorrieron todo el territorio kosovar / Guillem Valle
“La KFOR [fuerzas internacionales
de la OTAN] hace diez años que está
aquí, y vamos a necesitar más
tiempo”, comenta el mayor Gonzalves,
de las fuerzas lusas de la KFOR
destacadas en Mitrovica. La declaración
unilateral de independencia
realizada en el Parlamento kosovar
el pasado 17 de febrero está lejos de
suponer el final del conflicto.
La población albanesa celebró como
una gran victoria la independencia
proclamada por el primer ministro,
Hashim Thaçi, antiguo guerrillero
del UÇK, organización responsable
de ataques terroristas contra
la población civil y de algunos de los
episodios más sórdidos de la guerra
de Kosova. Sin embargo, la independencia
conseguida no deja de
ser teórica; probablemente Kosova
sea el ‘país’ más dependiente de
Europa. Con un gobierno extranjero
(UNMIK: United Nations
Mission in Kosova), sin un poder legislativo,
ejecutivo o judicial real,
sin fuerzas armadas, con una policía
experimental con agentes extranjeros
en sus filas, sin soberanía
territorial (el norte del país está bajo
control serbio) y con una economía
sumergida incontrolable, kosova es
la antítesis de la independencia.
“Kosova es un buen sitio para experimentar”,
dice Albin Kurti, líder
del movimiento albanés Vetevendosje!
(Autodeterminación). “¿Qué
clase de independencia es ésta? La
gente quiere futuro, progreso, no
más policías. La comunidad internacional
no quiere problemas, por
eso antepone la estabilidad a la
prosperidad”.
Sin ayudas por desempleo, sin
sistema de pensiones, sin sistema
sanitario público, con un 75% de
paro juvenil y con una inflación galopante,
el Kosova albanés, bajo el
paraguas de UNMIK, ha abrazado
la versión más ortodoxa y despiadada
del liberalismo económico.
Los serbios andan embarrados
con la respuesta a la situación creada
por la declaración de independencia.
Mientras la mayoría de la
población serbia considera una traición
defender la independencia de
Kosova, los serbios que han decidido
quedarse, o que retornaron tras
la guerra en territorio kosovar viven
una situación doblemente difícil.
Por un lado, habitan en pequeños
enclaves, agrupados étnicamente,
rodeados por un vecindario albanés,
muchas veces hostil, y protegidos
por las fuerzas de KFOR. Por
otro, sufren la presión de Belgrado
para que no colaboren con las autoridades
locales. Los serbios que trabajaban
en la Administración kosovar
dejaron sus puestos tras la declaración
de independencia, y Belgrado
les premia con un sueldo duplicado,
siempre que no regresen a
sus puestos, cerrando así la única
puerta a la integración posible entre
las etnias. “Los serbios llevan cinco
años abandonando sus puestos de
trabajo, nosotros lo sentimos profundamente”,
asegura Bajrush
Ymeri, alcalde albanés de la municipalidad
mixta de Nobërdë/Novo
Brdo, donde lucen las banderas de
Kosova y EE UU, una junta a la otra.
A su vez, en los enclaves serbios
y al norte del río Ibar, donde se agrupa
el mayor número de serbios de
Kosova, la Administración, la ley, la
educación y la moneda son serbias,
creando de facto una separación difícilmente
superable.
Presencia internacional
Tras la guerra, el Consejo de Seguridad
de la ONU aprobó la resolución
1244, que entre otras cosas
exige la retirada de todas las fuerzas
militares y paramilitares de
Kosova, el desarme de la UÇK, la
creación de una administración internacional
para la provincia serbia
(la UNMIK), asegura el regreso
de todos los refugiados y reconoce
la unidad territorial de Yugoslavia,
y por ende de Serbia. Así
entra la ONU en contradicción, al
no dar una respuesta unitaria a la
declaración de independencia,
amparando así la violación de su
propia resolución.
Como si fuera poco, el plan propuesto
por el alto representante
de la ONU para Kosova, Martti
Ahtisaari, sienta las bases de un futuro
país parcelado étnicamente,
consagrando la visión que presupone
una máxima terrible: “Esta gente
no puede vivir junta”, y creando algo
muy alejado de una convivencia
vertebrada y fluida, que proponía la
resolución 1244.
Para poder llevar a cabo sus parcelas
étnicas, el Plan Ahtisaari ensancha,
cambia, recorta o se inventa
las delimitaciones municipales,
como en Nobërdë/Novo Brdo, donde
quedan dentro de su nuevo territorio
la universidad del municipio
vecino de Gjilan, así como su industria
más importante, con el desbarajuste
lógico para los vecinos. Esta
situación es un claro ejemplo de la
política de despachos que practica
la ONU en Kosova.
Pero sin duda, la más criticada
de las políticas del Plan Ahtisaari
es la conocida como protective zones.
Con el objetivo de proteger
los símbolos culturales o religiosos
de cada etnia se crean zonas
especiales alrededor de los lugares
más vulnerables, la mayoría
monasterios ortodoxos serbios, en
los que, por seguridad, no podrá
haber asentamientos humanos de
ningún tipo. Esta medida puede
parecer positiva sobre el papel, pero
viola una vez más la resolución
1244 de la ONU, en donde se reconoce
el derecho al retorno de
los refugiados como uno de los
principios fundamentales. Es el
caso del extenso pueblo romaní situado
en la ladera del monasterio
ortodoxo de Goriok. El poblado
fue devastado en 1999 por los albaneses
y sus moradores llevan ya
casi diez años en un campo de refugiados
en Montenegro. Esta
gente ha visto desaparecer el derecho
fundamental de la resolución
de la ONU: las ruinas del pueblo
se encuentran dentro del área
de protección del monasterio. La
paradoja es que los romaníes son
de habla serbia y religión ortodoxa.
Otra muestra más de la forma
de funcionar de la ONU.
Y así, mientras la población, independientemente
de su etnia, vive
con cuatro euros diarios en un
ambiente de continua incertidumbre,
la OTAN se felicita por tener
sobre el terreno otra base más con
la que apoyar el ingreso en sus filas
de Bosnia, Macedonia y Albania,
presionando así a Rusia, país
que, a su vez, alienta el nacionalismo
serbio más beligerante. Una
prueba de los intereses internacionales
son otros territorios que en
la misma situación que kosova
han pasado al olvido, como Osetia
del Sur, que en 1991 se declaró
unilateralmente independiente; o
el Alto Karabaj, que hizo lo mismo
en 1994 en el marco del conflicto
entre Azerbayán y Armenia, sin
que ningún país del mundo reconociera
su independencia.