Soluciones contra el hambre, el negocio está servido
Dice Josué de Castro en Geopolítica
del hambre que en Brasil,
mientras la mitad de la población
no puede dormir porque tiene
hambre, la otra mitad no duerme
porque tiene miedo de los hambrientos
y hambrientas.
El libro fue escrito en 1951, pero
esta dualidad sigue vigente. Habría
que añadir, en cambio, un tercer elemento:
trasnacionales de la agroalimentación
como Monsanto, Dupont,
Cargill, Nestlé o Unilever, que
obtiene gigantescos beneficios a
costa de ambos.
La visión asistencialista de los
grandes organismos y Estados, nacida
directamente del Plan Marshall,
ha desembocado en las más peregrinas
soluciones al hambre. Soluciones
que en muchos casos no han
hecho más que enriquecer a estas
grandes empresas o aumentar el número
de personas desnutridas. Repasamos
alguna de las más rentables
soluciones al hambre.
REVOLUCIÓN VERDE
En 1943 la Fundación Rockefeller y
el Ministerio de Agricultura de México
se aliaron para obtener una variedad
de trigo de alto rendimiento.
El resultado fue positivo y la producción
aumentó considerablemente.
Era el inicio de la revolución
verde. A partir de los años ‘60, con
el pretexto de aumentar la producción
global y de cara a un futuro incremento
de población, la Fundación
Rockefeller y Ford, de la mano
de la FAO, empezaron a desarrollar
paquetes tecnológicos de semillas
híbridas, fertilizantes y pesticidas
que destinaron sobre todo a
Asia y Latinoamérica.
Según el organismo de agricultura
y alimentación de la ONU, entre
1963 y 1983, la producción total
de arroz, trigo y maíz en los países
en desarrollo aumentó entre un 3%
y un 5% anual. La siguiente década
el aumento no fue tal. Las semillas
híbridas, más productivas en condiciones
óptimas gracias a gran
cantidad de insumos, no funcionan
en condiciones adversas (ambientales
y climáticas). Condiciones en
las que normalmente vive el campesinado
más pobre. Así, junto a la
aparente bonanza productiva, se
fueron desvelando las consecuencias
sociales y medioambientales
de esta revolución.
En esos años, el modelo impuesto
polarizó aún más la diferencia entre
latifundistas y campesinado. Éstos
últimos no podían hacer frente a
los pagos de los paquetes tecnológicos,
al no poder competir con la
agricultura industrial, millones de
personas sufrieron desplazamientos,
explotación y miseria. Los ecosistemas
agudizaron su degradación
debido al mal uso de la tierra,
la contaminación del agua con pesticidas,
la erosión y la pérdida de
biodiversidad. Sólo en Bangladesh
desaparecieron unas 7.000 variedades
de arroz tradicional.
La revolución verde impulsó a las
grandes corporaciones trasnacionales
que, poco a poco, se fueron
introduciendo en distintos países a
través de la compra de pequeñas
industrias locales. Son estas trasnacionales
las que a partir de los
años ‘90 comercializarán y controlarán
el mercado de las semillas
transgénicas y sus correspondientes
agrotóxicos.
Tras 13 años de comercialización
de transgénicos la expansión
continúa en todo el mundo. Se estima
que para el año 2015 se superarán
los 1.600 millones de hectáreas
de estos cultivos.
- BARRITAS ENERGÉTICAS. El último invento para rentabilizar el hambre. MARÍA CALZADILLA
AYUDA ALIMENTARIA
El pasado noviembre la organización
Ceiba denunciaba que en una
zona de Guatemala se había recibido
ayuda alimentaria en forma de
harina de maíz y soja transgénica.
No se trata de un hecho aislado.
Ecuador ya había denunciado que
en 2001 a través del Programa Mundial
de Alimentos (PMA) se introdujo
soja transgénica en los programas
infantiles ‘Mi papilla’ y ‘Mi colada’.
En Argentina, los grandes terratenientes
sojeros promovieron en 2002
el programa ‘Soja solidaria’ donando
grandes cantidades de esta leguminosa
para alimentar a la población
con problemas de nutrición.
La ayuda alimentaria nació en los
‘50 como un instrumento para deshacerse
de los excedentes en la producción
de grano. Una de las mayores
críticas a este tipo de ayuda es
que normalmente está mucho más
motivada por los intereses económicos
de los países donantes que de los
receptores. Además, la mayoría de
las veces se considera poco adecuada
cultural y nutricionalmente.
El negocio se incrementa cuando,
además, esta ayuda se materializa
en paquetes agrícolas que
provienen del sector privado. En
mayo de 2008, cuando los precios aumentaban
meteóricamente, el presidente
del Banco Mundial, Robert
Zoellick, puso en marcha un fondo
especial de 1.200 millones de dólares
para “ofrecer respaldo a la producción
de alimentos mediante la provisión
de semillas y fertilizantes”. El
resultado: en plena crisis alimentaria
las grandes multinacionales llegaron
a duplicar sus beneficios.
ALIMENTOS TERAPÉUTICOS
Los alimentos terapéuticos listos
para su consumo (RUFT, por sus
siglas en inglés) están ideados para
combatir la desnutrición en niños y
niñas entre los seis meses y los cinco
años. Uno de los más populares
es una barrita a base de cacahuete:
el Plumpy Nut. UNICEF se ha convertido
en una de sus máximas defensoras,
pero no se quedan a la zaga
muchas ONG que trabajan con
la infancia. El coste de una ración
diaria de alimentos de este tipo es
de un dólar. Un dólar parece poco
frente a los datos de desnutrición
infantil: unos 200 millones de niños
y niñas menores de cinco años
padecen desnutrición y tres millones
de niños y niñas mueren de
hambre cada año. Y aquí entran en
juego las barritas de cacahuetes.
Además de su capacidad nutritiva,
son muy fáciles de consumir y
aguantan altas temperaturas. La
empresa que tiene la patente de estas
barritas es francesa, se llama
Nutriset y afirma dedicarse a programas
humanitarios y sociales.
Lo cierto es que el negocio del
Plumpy Nut es cada vez más próspero. Sólo en 2008 la demanda de
este producto se duplicó y para
2010 esperan llegar a producir
18.000 toneladas.
Charlotte Dufour, experta en
cuestiones de nutrición y seguridad
alimentaria, en su artículo
Crisis y vulnerabilidad, afirma que
“limitar el tratamiento y la prevención
de la malnutrición a este tipo
de alimentos, puede dar la impresión
de que la malnutrición es una
enfermedad que se trata con medicamentos”.
La malnutrición, en cambio, es
un problema que responde a causas
políticas, por lo que el enfoque
debe ser más amplio. “Concebir la
malnutrición como una enfermedad
tiene efectos nefastos a dos niveles”,
continúa Dufour, “a un nivel
político puede excusar a los gobiernos
de sus responsabilidades:
garantizar a la población una alimentación
y condiciones de vida
sanas. A nivel familiar puede proporcionar
la idea falsa de que las
madres son dependientes de productos
a los que ellas no tienen acceso
para alimentar debidamente a
su hijo o hija”. Muchos niños y niñas
nacen desnutridos debido a
que las madres no tienen acceso a
una alimentación adecuada. Según
la Organización Mundial de la
Salud, la lactancia es una de las
maneras más efectivas para asegurar
la salud del niño y la niña y
su supervivencia.
El doctor Agrun Gupta advierte
del peligro de que la alimentación
terapéutica se convierta en la alimentación
normal: “Una vez se empieza
a usar los RUFT como estrategia
preventiva, según lo defendido
por las agencias internacionales,
la nutrición infantil se torna en
un gran mercado”.
Según Grupta, “las intervenciones
y políticas que promueven la
distribución de estos alimentos sólo
beneficiarán a unas pocas y
grandes corporaciones”. De entrada
Nutriset se niega a levantar la
patente sobre sus productos alegando
un mejor control de la calidad.
En India ya se están utilizando
eficazmente mezclas de alimentos
locales para tratar la desnutrición.
Pero mientras los grandes
organismos y ONG apuesten
por productos como el Plumpy
Nut, el negocio está servido.
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