Quien paga manda
Texto de Fernando Aldamiz, sindicalista
La financiación de los sindicatos
ha sido fundamental
para su evolución a lo largo
de la historia. Inicialmente
los trabajadores se organizaban para
enfrentarse a la explotación que
padecían y para luchar por sus reivindicaciones
y necesitaban recursos
para ello. De ahí el origen de las
cuotas sindicales y de las cajas de
resistencia en caso de huelgas como
fuente de financiación. Era impensable
hasta la década de los
ochenta del siglo XX ver a la patronal
y a los gobiernos financiando
a un sindicato de clase.
Hoy, estas organizaciones de tradición
obrera se han institucionalizado
y sus fuentes de financiación
provienen tanto de los gobiernos y
de las empresas como de los beneficios
por actividades empresariales y
financieras que realizan: gestión de
Fondos de Pensiones, negocios de
seguros, cursos de FP, asesoramiento
a empresas, etc. Pasa a segundo
plano la fuente originaria de financiación,
la que les daba su independencia
económica para servir a los
intereses de la clase trabajadora.
En el mejor de los casos estos
sindicatos son empresas de servicios
con asalariados, (incluso con
contratos precarios), de las que
obtienen importantes beneficios
económicos, como con los cursos
de Formación Profesional o con la
gestión de Fondos de Pensiones.
Cuando la fuente fundamental de
financiación son las subvenciones
públicas, se transforman en organizaciones
al servicio del sistema y se
convierten en sindicatos de concertación,
firmando acuerdos (como la
prórroga de los acuerdos de negociación
colectiva para el 2006 o el último
de FP para el Empleo, así como
una posible nueva reforma laboral)
que no sólo no benefician a los
trabajadores, sino que incluso suponen
recortes en los derechos conquistados
históricamente.
Hay que afirmar que, si lo que defienden
estas organizaciones son los
intereses del capital, no pueden a la
vez luchar por los intereses de los
trabajadores. El que paga manda, y
hoy se puede decir de los sindicatos
CC OO y UGT, sin ningún género
de dudas, que son organizaciones
imprescindibles tanto para las empresas
como para los gobiernos de
turno, sin los cuales no conseguirían
imponer su política neoliberal,
ni los recortes en los derechos de
los trabajadores por los que éstos
han luchado durante tantos años.